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José María Marco

Amando de Miguel, la España que pudo ser

Su gusto por la libertad, y su lucidez como estudioso, le evitaron sin embargo el compromiso partidista y sobre todo el ensimismamiento y la cerrazón sectarias que tantas veces acompaña a ese compromiso.

Su gusto por la libertad, y su lucidez como estudioso, le evitaron sin embargo el compromiso partidista y sobre todo el ensimismamiento y la cerrazón sectarias que tantas veces acompaña a ese compromiso.
Amando de Miguel | La Esfera de los Libros

Del gran Amando de Miguel se ha glosado estos días, y con razón, la cortesía, la amabilidad, la sonrisa, la simpatía, la curiosidad, el gusto por el esfuerzo, la tenacidad incansable y, claro está, la libertad, esa libertad que le llevaba a abordar cualquier objeto de estudio desde un punto de vista original, siempre sorprendente. Por muy tratado que estuviera un asunto, siempre conseguía que lo viéramos con ojos nuevos.

Tan importante como todo eso es lo que Amando de Miguel ha representado en su país desde los años 60 hasta hoy. Unos años que vieron el final de una dictadura, la emergencia de una democracia liberal y una monarquía parlamentaria, su consolidación aparente y por fin, desde principios del siglo XXI, su estancamiento y luego su acelerado desmantelamiento. La velocidad del proceso nos lleva hasta el epílogo en el que nos encontramos, cuando vemos cómo se sientan los cimientos de esa fórmula política inédita que es la nación plurinacional o la confederación de naciones.

De aquella España de los últimos años de la dictadura de Franco -al que dedicó un libro fascinante- Amando de Miguel encarnó virtudes aún hoy valiosas: el gusto por el trabajo, la tenacidad, la confianza en el esfuerzo. Pronto desarrolló una brillante -y accidentada- carrera académica, primero en Valencia, luego en Barcelona, por fin en Madrid, con etapas en varias instituciones extranjeras, en particular norteamericanas. De aquellos años data también su gusto temprano por las nuevas tecnologías y sus innovadores métodos sociológicos, aprendidos en Estados Unidos con su venerado Juan José Linz. Los implantó después aquí, con métodos innovadores y pioneros. Lo hizo en la Universidad, que a pesar de constituir su vocación primera le vino siempre un poco estrecha, y desde instituciones no académicas, como FOESSA y su propia empresa, Tábula V.

Modernización no significaba, para la sociedad española de aquellos años, como tampoco lo era para Amando de Miguel, la asimilación de consignas ideológicas, estéticas y políticas. Compartía con su país un apetito y una curiosidad intensas por lo que podía ofrecer la nueva sociedad, sin prejuicios de ninguna clase. En esto fue un modelo, y su trayectoria posterior, de independencia ejemplar, recordará siempre aquellos años en los que la democracia española era, tanto como un nuevo régimen, una invitación a la aventura personal, al riesgo, la innovación.

Claro que Amando también comprendía bien la importancia de la política. Esa convicción se tradujo en un compromiso casi natural, que le llevaba a hacerse oír en asuntos delicados, como el artículo sobre un sermón de un capellán militar o su pronta adhesión al Manifiesto de los 2.300, que denunciaba las imposiciones lingüísticas del nacionalismo, en fecha tan temprana como 1981. El primero le costó en 1971 un arresto domiciliario de cuatro meses y otro en la cárcel. El segundo, como a muchos de los firmantes del texto, le llevó a dejar Cataluña.

Fue un aviso temprano de lo que ya empezaba a fraguar. Su gusto por la libertad, y su lucidez como estudioso, le evitaron sin embargo el compromiso partidista y sobre todo el ensimismamiento y la cerrazón sectarias que tantas veces acompaña a ese compromiso. Amando de Miguel miraba con simpatía, y muchas veces se adhería, a aquello que significara progreso y libertad. En muy poco tiempo, como ya ocurrió a finales de los setenta con el nacionalismo, esa disposición le condujo a la crítica hacia los nuevos e incipientes dogmatismos y las nuevas formas de arbitrariedad y corrupción nacidos durante los largos años de poder sin oposición de Felipe González. La corrupción, efectivamente, no era una mera cuestión política. Era también una infantilización en toda regla de la conciencia de la sociedad española, amparada en el monopolio de las ideas, la distorsión de la historia y -menos paradójicamente de lo que parece- en cierta mansedumbre disfrazada de escepticismo heredada de la dictadura.

Una forma propia de conservadurismo liberal

Para entonces Amando de Miguel había alcanzado la madurez intelectual y moral. Partiendo de posiciones de izquierda moderada, se había creado una forma propia de conservadurismo liberal, cuajada en actitudes que prolongaban sin traicionarla aquella disponibilidad primera, aquella libertad sin anteojeras que era el legado más valioso de la España de finales de la dictadura y de la Transición. Esta actitud, junto a su oposición vital a la arrogancia del socialismo de Felipe González (al que dedicó un libro memorable, escrito con el periodista José Luis Gutiérrez) le llevó, como a muchos españoles de su tiempo, a acercarse al Partido Popular, que consiguió entonces -y por última vez hasta el momento- construir una mayoría que respondía al carácter transversal que anunciaba su nombre. Frente a las elites del socialismo, ultraideologizadas y al tiempo pragmáticas hasta lo descarnado, nacía un movimiento político que parecía capaz de articular una respuesta abierta y libre que reconciliaría modernidad y tradición sin recurrir a eslóganes ideológicos.

La evolución de la situación, y la reconversión de la derecha política al tecnocratismo descerebrado, llevaron a Amando de Miguel a participar en las actividades de DENAES, la Fundación para la Defensa de la Nación Española y, más adelante, a participar en la Fundación Disenso, de la que fue patrono hasta el momento de su fallecimiento.

Lejos de ser el síntoma de una radicalización, esa evolución refleja su fidelidad a los presupuestos liberales, tolerantes y dialogantes de la Transición, de los primeros años de democracia y de los años 90. Para entonces Amando de Miguel había forjado un estilo propio, de aire coloquial, frases cortas, abrupto a veces, ajeno en apariencia a cualquier pretensión estética. Baroja, que siempre fue una referencia para él, no anduvo nunca lejos: ni en esto ni en su liberalismo conservador, más pesimista en Baroja, pero igualmente sentimental en los dos.

Lo fascinante en la persona y la obra de Amando de Miguel es que su evolución refleja fielmente la de su país. Al ser conciencia viva de una sociedad que cambiaba a un ritmo vertiginoso, participaba de ese mismo cambio sin perder la lucidez para el análisis. Del más de un centenar de sus libros y de sus incontables artículos en la prensa, una parte muy importante va dedicada al conocimiento de España y de los españoles: sus ideas y actitudes políticas, pero asimismo sus inclinaciones, sus gustos, sus obsesiones. Todo eso que podríamos llamar carácter si lográramos deducir de esta inmensa masa de observaciones algunos rasgos fijos en los que nos reconoceríamos todos. Aquí la sociología amplió su campo, desde los presupuestos clásicos iniciales hasta el estudio de muy diversas fuentes y aspectos: la vida cotidiana, el amor -y el sexo, claro está-, o el trabajo -al que Amando de Miguel concedía una importancia central. Así acabó configurando, como un fenómeno natural, una antropología de lo español como nunca se había hecho hasta entonces, y como ya no se podrá hacer nunca más. Su obra constituye una síntesis inigualable de la España de su tiempo. Bajo los cambios, que auscultaba de forma casi apasionada, buscaba lo permanente, aquello que no cambia.

La literatura, interpretación estética y moral

Por eso, entre la gigantesca cantidad de materiales acarreados en esta labor, pronto empezó a cobrar una importancia crucial la literatura, que Amando de Miguel utilizaba en toda su complejidad: como reflejo de una sociedad, pero también como interpretación estética y moral de esta. Se nota la lectura temprana de Galdós y luego su interés por Cervantes, los costumbristas, Baroja -claro está- y las memorias de los españoles. Cada vez más alusiva y de alguna manera conceptista, la prosa de Amando de Miguel reflejaba cada vez mejor este juego complejo entre la observación y la interpretación. Y su obra es, en buena parte, una autobiografía, género que le interesó y le ocupó como ningún otro.

Esta obra monumental le mereció premios importantes, como el Espasa y el Jovellanos de Ensayo, pero no los reconocimientos que se merecía. Dado su apasionado interés y la continuidad de su esfuerzo en el estudio de la lengua castellana, Amando de Miguel debería haber ocupado un puesto en la Real Academia Española, y por su extraordinario esfuerzo por entender nuestra sociedad, un Premio Princesa de Asturias. Lamentablemente, esto no ocurrió. El hecho refleja muy bien el sesgo ideológico que se impuso pronto en la vida intelectual y académica de nuestro país, así como la cobardía de las elites españolas, responsables del fracaso de la España democrática que alumbró la Transición. También refleja el final de una posibilidad española que la Transición alumbró y que en menos de cincuenta años ha quedado frustrada.

Pocas vidas como la de Amando de Miguel reflejan con tanta precisión e intensidad esta evolución desde la ilusión primera al declive y al acabamiento/derrumbamiento final, ocurrido justo en los días de su fallecimiento.

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