Menú
José María Marco

Educación: la nueva decadencia de España

Un paso más en la devaluación del sistema educativo, en particular del público, convertido en cámara de resonancia de las fantasías nihilistas y autodestructivas del postsocialismo.

Un paso más en la devaluación del sistema educativo, en particular del público, convertido en cámara de resonancia de las fantasías nihilistas y autodestructivas del postsocialismo.
Cordon Press

Los profesores universitarios lo saben, como antes debieron de saberlo los profesores de Secundaria: son ellos, los profesores de universidad, los que ahora ejercen de profesores de Secundaria, habiendo quedado lo que antes era enseñanza propiamente universitaria para los cursos de postgrado. No es que haya empeorado todo, ni mucho menos. Los programas son transparentes, como lo son los procesos de evaluación. El trato entre profesores y estudiantes es directo y continuo, lejos de los obstáculos insalvables que antes hacían de los primeros personajes muchas veces irresponsables, absurdos. Las clases tienden a ser participativas, aunque continúan vigentes unos horarios absurdos y denigrantes, con más de seis horas al día en el aula. El profesor, a pesar de ver desligados de la clase sus propios trabajos de investigación -que por otro lado se le exigen perentoriamente-, está, por fortuna, más implicado en la enseñanza. No ha cambiado, como era de esperar la naturaleza misma de los estudiantes: los jóvenes afrontan la realidad, y las cuestiones que les planea el estudio, con la misma seriedad, intensidad y deseo de saber. Si no se les inculca el amor y el respeto al conocimiento, los irán perdiendo con los años.

De hecho, cuando se habla de bajada del nivel de la educación -algo indiscutible en algunos aspectos, aunque no en todos: hoy los estudiantes saben muchas otras cosas-, lo más dramático es comprobar la distancia que existe entre lo que esos mismos estudiantes podrían estar haciendo y lo que son capaces de hacer. Con el agravante de que una vez en la Universidad, aquellos que son víctimas de este desfase van a tener ya pocos recursos y pocas oportunidades para cubrirlo. Peor aún será pasados unos años, algo que los estudiantes intuyen sabiendo que se enfrentan a un mundo ultra competitivo, en el que se va a tener muy en cuenta la preparación -y los valores que en esa misma educación se les niegan-, y en el que están en línea, a la hora de conseguir o crearse ellos mismos un puesto de trabajo atractivo, muchos otros jóvenes de todo el planeta.

La reforma de la enseñanza promovida por el gobierno de Sánchez no va a arreglar esta situación. Viene impulsada, al menos en teoría, por dos de los problemas al parecer intratables de nuestro sistema educativo, como son el abandono escolar, que se ha reducido en los últimos años pero sigue siendo desproporcionadamente alto, y la también muy elevada tasa de repetición. Sin embargo, en busca de medidas de flexibilidad, lo que hace la reforma es facilitar al máximo los estudios, de tal modo que se derrumbará aún más la exigencia académica, lo que dificultará la inserción de los estudiantes en el mundo laboral, otro de los problemas graves de la enseñanza en nuestro país. También desconectará aún más a los profesores de su tarea, al indicárseles con claridad que su papel sigue devaluándose, a pesar de la retórica pedagogista y de los ingentes esfuerzos de muchos de estos grandes profesionales. Nada de todo esto, por otra parte, se arreglará con más inversión. Incluso es probable que aumente el dinero dedicado a la enseñanza y la situación siga empeorando. Una situación típicamente española, fruto de la rigidez, la hiper ideologización convertida en rutina y la falta de incentivos para la innovación.

Si a todo esto se añade que la reforma se encamina a dar una nueva vuelta de tuerca al adoctrinamiento ideológico de los jóvenes, nos encontramos ante un paso más en la devaluación del sistema educativo, en particular del público, convertido en cámara de resonancia de las fantasías nihilistas y autodestructivas del postsocialismo. Los jóvenes, que viven ya en una situación de ansiedad por la clara conciencia de estar condenados a la precariedad y la crisis permanente, se enfrentarán a su futuro sin instrumentos para controlar la propia vida, por mucho que se les ha intentado convencer que son plenamente autónomos. Con salarios bajos además, porque con una educación como la que se está diseñando la productividad seguirá estancada y, comparativamente, se reducirá. La sociedad española proseguirá su decadencia a veces más suave, otras espasmódica, ininteligible en apariencia y, también en apariencia, sin remedio.

Temas

En Cultura

    0
    comentarios