
Si en la ficción era Johnny Weissmüller el rey de los monos, en la realidad era Frans de Waal el rey de los simios. El último libro suyo que leí fue Diferentes, una exploración de las diferencias de sexo y género en los primates. Incluyendo, claro, a los seres humanos, esos primates que aun teniendo menos pelos que el resto se depilan con fruición en un intento de olvidar su parentesco animal. La tesis de Waal siguen la visión darwiniana que contempla a los seres humanos desde una perspectiva naturalista, con la selección natural y la selección sexual explicando buena parte de nuestras características físicas y filosóficas. Por ejemplo, las diferencias evolutivas entre hombres y mujeres. A las feministas de izquierda, habituadas a una dimensión únicamente culturalista sin rastro de biología, una frase así significaba anatema, herejía y escándalo.
"Cuando los científicos han estudiado cómo responden los monos ante los juguetes, se ha visto que sus elecciones no son lo que se dice sexualmente neutras (...) Resulta que los monos imitaron las preferencias ligadas al sexo de los niños humanos. Los juguetes de transporte, como los coches, fueron elegidos más por los machos, que los hacían rodar por el suelo, así como las pelotas. Por otro lado, las muñecas eran elegidas más por las hembras, que las apretaban contra su cuerpo o inspeccionaban su región genital."
Nada nuevo en esa perspectiva naturalista del ser humano que enlaza a Aristóteles con Steven Pinker (La tabla rasa), pasando por Darwin, Desmond Morris (El hombre desnudo) y Marvin Harris (Introducción a la antropología general), y que tiene en el Livink Links de la Universidad de Emory, con Waal de director, uno de sus puntales actuales dedicándose a estudiar la evolución humana investigando nuestras estrechas similitudes genéticas, anatómicas, cognitivas y de comportamiento con los grandes simios (sí, estimado lector, usted también es un gran simio).

De Waal nació en Holanda, pero también tenía la ciudadanía estadounidense. A los 75 años ha fallecido debido a un cáncer de estómago. Sus libros de divulgación sobre chimpancés (Primates y filósofos) le hicieron tan famoso que la revista Time llegó a incluirlo en su lista de las 100 personas más influyentes del mundo. Pero eso era cuando subrayaba una tesis que gustaba especialmente a los progres, como que los primates, incluidos los humanos, no eran esencialmente agresivos por naturaleza. Aunque también se distanciaba del "buen salvaje" tan querido a la antropología de izquierda al estilo de Margaret Mead, la antropóloga que falsificó su estudio sobre los jóvenes de la exótica y lejana isla de Samoa en la que defendía, con pruebas manipuladas, que la crianza es el factor dominante en el desarrollo infantil y la adolescencia.
Frans de Waal era uno de los que no compró la mercancía averiada ideológica de Mead y compañía, lo que llevó a ser acosado, como revela en Diferentes, por grupos de feministas que siguen creyendo en esa versión pseudofeminista de la tabla rasa que es la aserción de Simone de Beauvoir de que la mujer no nace, se hace. Frans de Waal devolvió a los relatos antropológicos, en su dimensión primatológica, de la calidad científica de la que habían sido despojados por obras de ciencia ficción social como la de Mead.
Los estudios del primatólogo holandés-estadounidense han iluminado aspectos esenciales de la naturaleza humana estudiando cómo se transmite culturalmente el comportamiento en los primates, cómo reaccionan los primates ante la distribución desigual e injusta de recompensas, cómo se produce de facto la cooperación entre primates. Todo ello es fundamental para una teoría sobre la humanidad, tanto descriptiva como normativa, que no se base en axiomas tan supuestamente lógicos como fácticamente erróneos. Siempre con una capacidad narrativa solo al alcance de los grandes divulgadores, al estilo de Oliver Sacks. De este modo seguimos las andanzas de Mimi, una bonobo que creció en un hogar humano y se quedó estupefacta cuando la rodearon un grupo de admiradores bonobos con amables erecciones; o la chimpancé Donna, que se creía un macho más y se comportaba al estilo de ellos. O el mono capuchino gay Lonnie. Ni la chimpancé trans ni el capuchino homosexual tenían problemas con sus respectivas comunidades por separarse de la norma. Frans De Waal nos mostró cómo podía existir un Hamlet gorila o un Edipo orangután, aunque siempre advirtiendo sobre los peligros de una antropomorfización superficial y rápida.
Para De Waal somos una especie que compartimos rasgos, como no podía ser de otro modo, con chimpancés y también los olvidados hasta hace poco, bonobos. Estudiando a unos y otros nos comprendemos mejor a nosotros mismos en nuestra ansia de poder, pero también de generosidad, de territorialidad y altruismo, de pasión y lucha por el sexo con solidaridad. Igualmente, De Waal fue un maestro en la interdisciplinariedad en estos tiempos de barbarie de la especialización. Pero, sobre todo, De Waal nos mostró, en tiempos de inquisición woke e ideología de género, que no debemos permitir que los sesgos políticos afecten a la investigación científica y, mucho menos, que bandas de analfabetos con licencia para cancelar sigan pervirtiendo la investigación científica.
