Ficción Sonora: Juan Pablo I, el Papa de los 33 días
El Teatro de la Mañana abre su telón para recibir una ficción sonora sobre el Pontificado de Juan Pablo I, que hizo de 1978 el año de los tres Papas.
La mañana del 29 de septiembre de 1978 la religiosa Sor Vicenta caminaba con premura por los pasillos del Palacio Apostólico. Como acostumbraba, alrededor de las 5 de la mañana la hermana dejó ante la habitación del Pontífice una taza de café, pues a Juan Pablo I le agradaba tomarla mientras caminaba hacia su capilla privada... Sin embargo, al rato la religiosa se sorprendió al descubrir que ni la taza ni el café habían sido manipulados por el Santo Padre.
— ¿Todavía no ha salido? ¿Qué pasa? — dijo la religiosa a su compañera, Sor Margarita.
La hermana tocó la puerta. Sin respuesta.
— ¿Santo Padre?
La hermana tocó la puerta de nuevo, con más fuerza todavía.
— ¿Santo Padre? ¿Santo Padre?
Sin respuesta.
Sor Vicenta finalmente se decidió a abrirla y, con total normalidad, dijo:
— Santo Padre, no debería bromear así conmigo.
La sonrisa de sus comisuras desapareció cuando encontró ante ella el cuerpo inerte de Juan Pablo I. Sobre su lecho, en pijama y arropado, el Papa yacía con expresión tranquila, sin signos de forcejeo o sufrimiento. Las gafas, sus gafas de lectura todavía seguían apoyadas sobre su nariz aguileña. La luz de la mesita de noche estaba encendida y en sus manos agarraba unos papeles mecanografiados. Su cabeza caía levemente hacia la derecha...
— Parece que duerme… — susurró Sor Margarita.
La religiosa tocó las manos del Santo Padre. Estaban frías.
Una mentira a las 7:30h
Albino Luciani, o lo que es lo mismo, Juan Pablo I, fallecía inesperada y repentinamente a la pronta edad de 65 años en su trigésimo tercer día de Pontificado.
Los toques fúnebres de las campanas de San Pedro se escucharon por toda una ciudad que, a medida que despertaba, comprendía el histórico peso de su solemne anuncio. El Papa había muerto y, con su pronta marcha, el año 1978 albergaría en sí una anomalía no vista en los últimos 373 años. Con Pablo VI, Juan Pablo I y el futuro Juan Pablo II, 1978 sería el año de los tres Papas.
A las 7:30h de la mañana el Vaticano emitió el siguiente comunicado:
«Esta mañana, 29 de septiembre de 1978, alrededor de las 05:30 a.m., el secretario particular del papa, sin haberle encontrado en la capilla como es su costumbre, le buscó en su habitación y le ha encontrado muerto en la cama, con la luz prendida, como si todavía leyese. El médico Renato Buzzonetti, que acudió inmediatamente, solo pudo constatar su muerte, acaecida probablemente hacia las 23:00 p.m. del día anterior a causa de un infarto agudo de miocardio».
«Esto es falso», dice Ana Mateu, redactora jefe de Chic e historiadora especializada en ceremonial y protocolo: «Estamos en 1978, fue una monja que le encontró. Quedaba francamente mal en un papel poner que había sido una mujer quien había encontrado a un Papa muerto».
Albino Luciani, Juan Pablo I, se convirtió en el sucesor de San Pedro en la tarde del 26 de agosto de 1978, cuando el cielo romano se lleno de una confusa humareda grisácea que encendió todas las alarmas.
Igual que sucedió el pasado 8 de mayo, las puertas del balcón de la basílica se abrieron y el camarlengo Jean Marie Villot anunció a todos los presentes:
«Annuntio vobis gaudium magnum: ¡Habemus Papam! Eminentissimum ac reverendissimum Dominum, Dominum Albino. Sanctæ Romanæ Ecclesiæ Cardinalem Luciani, qui sibi nomen imposuit Ioannes Paulus I».
Minutos más tarde, por ese mismo balcón se asomaron Juan Pablo I y su cariñosa sonrisa.
«Afortunadamente, no estoy en peligro»
Semanas antes del cónclave, al poco de acontecer el fallecimiento de Pablo VI el 6 de agosto de 1978, alrededor del entonces patriarca de Venecia, Albino Luciani, se formó un revuelo papable del que él no quería participar ni ser conocedor. De hecho, aseguró a varios colegas que renunciaría al cargo en caso de ser elegido.
El 10 de agosto a las 6 a.m., Luciani abandonó Venecia acompañado tan solo por su secretario. Al llegar a Roma, se encerró en el convento agustino opuesto a la plaza de San Pedro y se dedicó a rezar el rosario mientras paseaba por sus jardines interiores.
Aún así, no pudo ocultarse por mucho tiempo. En una cena el cardenal Thiandoum, arzobispo de Dakar, le dijo:
— Mi patriarca, sepa que le estamos esperando.
Luciani rechazó su propuesta.
— Soy el patriarca de Venecia.
Pero Thiandoum insistió.
— Eminencia, estamos con usted.
— Eso no es asunto mío. — sentenció el futuro Papa.
¿Hasta qué punto Albino Luciani era consciente de que podría ser elegido sucesor de San Pedro? Por lo que cuentan los testigos, el entorno cardenalicio fue bastante explícito en su demostración de apoyo al patriarca de Venecia, por ello las siguientes palabras que éste mismo le mandó a su sobrina chocan sobre manera.
Así escribía el patriarca la noche del 24 de agosto, el día anterior al Cónclave:
«Querida Pía:
Hoy hemos concluido la fase pre-cónclave con la última Congregatio Generalis. Después de ésta, hemos ido a ver nuestras celdas, que fueron distribuidas por sorteo. A mí me ha tocado la celda número 60, una sala de estar convertida en una habitación. Es como estar de vuelta en el Seminario en Feltre en 1923. Camas de metal, un colchón, un lavabo... Tomasek, el cardenal de Praga, está en la celda 61 y más allá está el cardenal Tarancón de Madrid, Medeiros de Boston, Sin de Manila y Malula de Kinshasa. El único continente que falta es Australia, entonces sí podríamos decir que esto es una representación del mundo entero... No sé cuánto durará este Cónclave.
Es difícil encontrar a una persona adecuada que sea capaz de manejar un gran número de problemas, que suponen grandes cruces. Afortunadamente, no estoy en peligro. En este contexto, votar es una responsabilidad enorme».
Cardinale Luciani, Cardinale Luciani, Cardinale Luciani...
La tarde del 25 de agosto de 1978 comenzó oficialmente el cónclave. Al salir de su fortaleza, el convento agustino, Luciani bromeó con un monje diciendo: «Esperemos que esto termine pronto. Mi maleta está preparada y cerrada para regresar a Venecia». Y más que un deseo sincero, parecía una supersticiosa forma de alejar aquello que no deseaba, el no poder regresar.
Los cardenales entonaron el Veni Creator Spiritus y, por primera vez, las televisiones del mundo entraron en la Capilla Sixtina… Mucha atención al minuto 10:40.
Las puertas de madera maciza se cerraron al mundo exterior y comenzó la primera votación, que culminó con una fumata negra.
A la mañana del 26 de agosto, los 111 cardenales amanecieron temprano y, tras la misa y el desayuno, regresaron a la Sixtina a continuar con las elecciones. Los nombres de los votados resonaron con fuerza por las paredes de la icónica capilla:
«Cardinale Luciani. Cardinale Luciani. Cardinale Siri. Caridnale Luciani. Cardinale Pignedoli. Cardinale Luciani».
Y las dos votaciones matinales concluyeron, de nuevo, con el humo negro, pero con una clara predisposición hacia el patriarca veneciano. Varios colegas se le acercaron al salir de la Capilla y el cardenal Lazlo Lékai bromeó diciendo:
— Sus votos aumentan.
Y Luciani, con su humildad característica, le resto peso.
— Tan solo es una tormenta de verano.
Tiempo después, el futuro Juan Pablo I confesaría: «Después del tercer escrutinio, me hubiera gustado haber desaparecido sin que nadie lo notase».
A las 16:30h del 26 de agosto los cardenales se reunieron una última vez, ahora con una dirección prácticamente unánime de voto.
«Cardinale Luciani. Cardinale Luciani. Cardinale Luciani. Caridnale Luciani. Cardinale Luciani. Cardinale Luciani, Cardinale Luciani».
Al alcanzar la mayoría necesaria, los bermellones se levantaron en júbilo y aplaudieron al unísono, pero Albino permaneció sentado, inmóvil, pequeño. Así lo describió el cardenal Tarancón: «Nos levantamos a aplaudir, pero no podíamos verle. Estaba acurrucado en su silla, se hizo pequeño. Era como si se estuviera escondiendo».
Los cardenales Siri, Villot y Felici se acercaron al elegido y le hicieron la famosa pregunta:
— Acceptasne electionem de te canonice factam in Summum Pontificem?
Se hizo un silencio cargado de expectación.
— Accepto.
— Quo nomine vis vocari?
Otro silencio.
— Ioannes Paulus.
El Papa de septiembre
«Ayer en la mañana fui a la Sixtina a votar tranquilamente. Nunca habría imaginado lo que estaba por suceder. Apenas comenzó el peligro para mí, mis dos colegas que estaban cerca de mi me susurraron palabras de ánimo. Uno dijo: "Valor. Si el Señor da un peso, también le dará la ayuda para portarlo". El otro colega: "No tenga miedo. En todo el mundo hay tanta gente que reza por el Papa nuevo." Al llegar el momento, acepté.» — Juan Pablo I, 27 de agosto de 1978.
Y nada más aparecer por el balcón, el nuevo Papa Juan Pablo I ya realizó cambios y mandó mensajes de gran potencia. «Se deja de usar el plural mayestático», dice Ana Mateu, redactora jefe de Chic e historiadora especializada en ceremonial y protocolo, «por tanto ya es un aspecto de cercanía que le hace estar más próximo a la gente».
Después, se prescinde de la coronación: «Hasta Pablo VI, todos los Papas son coronados. Juan Pablo I ya no quiere ser coronado. Dice que es demasiada ostentación y rompe con eso. Ya ningún Papa posterior, ninguno de sus sucesores ha querido usar la tiara». En tercer lugar, prescinde también de que le porten en silla. «Fue muy rompedor desde el principio. ¿Qué tenía? Que era muy buen comunicador. Era un gran escritor y, sobre todo, una cosa que tiene que tener un Papa es que era un gran orador», añade Ana.
Así explicaba Juan Pablo I a la plaza de San Pedro el porqué de la elección de su nombre:
«Después vino la cuestión del nombre, porque preguntan también qué nombre se quiere tomar, y yo había pensado poco en ello. Hice este razonamiento: el Papa Juan quiso consagrarme él personalmente aquí, en la basílica de San Pedro. Después, aunque indignamente, en Venecia le he sucedido en la cátedra de San Marcos, en esa Venecia que todavía está completamente llena del Papa Juan. Lo recuerdan los gondoleros, las religiosas, todos.
Pero el Papa Pablo, no sólo me ha hecho cardenal, sino que algunos meses antes, sobre el estrado de la plaza de San Marcos, me hizo poner completamente colorado ante veinte mil personas, porque se quitó la estola y me la puso sobre los hombros. Jamás me he puesto tan rojo. Por otra parte, en quince años de pontificado, este Papa ha demostrado, no sólo a mí, sino a todo el mundo, cómo se ama, cómo se sirve y cómo se trabaja y se sufre por la Iglesia de Cristo. Por estas razones dije: me llamaré Juan Pablo».— Juan Pablo I, 27 de agosto de 1978.
Aquí lo pueden escuchar:
Ahora, la gran duda:
¿Por qué murió Juan Pablo I?
Este es un misterio imposible de descifrar. Los testigos, secretarios, religiosas y cardenales, ofrecen, cada uno, versiones distintas de lo acontecido. Algunos hablan de dolores en el pecho horas antes de fallecer, otros desconocen este pasaje. Algunos afirman que vivía atormentado en su Pontificado, otros, por lo contrario, afirman que aceptó el cargo con calma e ilusión.
Cierto es que Albino Luciani tenía un historial clínico de problemas vasculares. Años atrás había sufrido un coágulo de sangre en el ojo, tenía dificultades de circulación en las piernas y, por ello, pactó con su médico caminar todos los días por los Jardines Vaticanos. Su historial familiar tampoco era nada halagüeño, pues contaba con varios casos de muertes repentinas por infartos.
Independientemente de esto, lo cierto es que a las 5:30h de la mañana del 29 de septiembre dos religiosas descubrieron el cuerpo inerte del Santo Padre. Raudos y veloces, los secretarios, el médico personal de Su Santidad y el cardenal Jean Marie Villot irrumpieron en la habitación, pero no pudieron hacer más que certificar su fallecimiento. El camarlengo, siguiendo la tradición, llamó por su nombre pila bautismal al Pontífice…
— Albino… Albino… Albino…
No obtuvo respuesta. Villot se dirigió así a los presentes:
— Vere Papa mortuus est.
Las teorías son miles. Ana Mateu, redactora jefe de Chic e historiadora especializada en ceremonial y protocolo: «Al poco de morir Juan Pablo I empiezan las especulaciones. La verdad nunca la sabremos porque no se hicieron autopsias. Lo que pasa es que no es hasta 2017 cuando, después de una larga investigación, una periodista italiana descarta los rumores de envenenamiento, que siempre han sido los más persistentes, y esta ha sido quizá la versión más oficial. Falleció de un problema cardiovascular por un infarto. A partir de ese momento, sobre todo con Benedicto XVI y con Francisco, la maquinaria se puso en marcha porque se le asocia un milagro. Actualmente Juan Pablo I es beato».
Albino Luciani, hoy y siempre
Albino Luciani, Juan Pablo I, falleció en la madrugada del 28 al 29 de septiembre a la pronta edad de 65 años en el trigésimo tercer día de Pontificado.
En 33 días de Pontificado, como digo, el Papa de la sonrisa cambió la imagen que el mundo tenía del Santo Padre y lo despojó que la pompa y circunstancia que tanto lo alejaban de los fieles de a pie. Por primera vez nuestro Papa fue humano, y como humano que fue, falleció dejando tras de sí una enorme pena, una institución conmocionada y una Sede Vacante que pronto un tal Karol Woytila, cardenal de Cracovia, ocuparía en su lugar...
Ana Mateu, redactora jefe de Chic e historiadora especializada en ceremonial y protocolo: «A día de hoy nos quedan muchas cosas. Sobre todo, la cercanía. Nos deja una Iglesia más cercana, una nueva forma de afrontar el mundo y poner unos cimientos que luego seguiría Juan Pablo II. Y, sobre todo, darse cuenta de que estábamos en un momento de cambio, a pesar del miedo por la situación geopolítica existente, y aprovechar esos poquitos cimientos de un Papa que prácticamente no le dio tiempo ni para trasladar ni tan siquiera sus cosas hasta el Vaticano, pero que puso una semilla que luego fructificó en un Pontificado tan fantástico y tan maravilloso como fue el de San Juan Pablo II».
Juan Pablo I, con su repentino fallecimiento, hizo de 1978 un año histórico y dejó tras de su breve, brevísimo recorrido como Pontífice una huella profunda y reconfortante que ayudo a evolucionar y adaptarse al presente a una gigante institución como es la Santa Iglesia Católica, con más de dos mil años de recorrido histórico.
Por tanto, sin duda podemos decir: Albino Luciani, hoy y siempre.
El Teatro de la Mañana, ficción sonora
Esta ficción sonora ha sido interpretada por:
Daniel Palacios, Juan Pablo I.
Laura Pons, Sor Vicenta.
Ana Mateu, Sor Margarita.
Sergio Valentín, Cardenal Colombo.
José Ramón de las Peñas, Cardenal Jean Marie Villot.
Juanma González, sacerdotes y cardenales.
Dani Blanco, sacerdotes.
Jaume Segalés, cardenales e indicativos.
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