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Santiago Navajas

El festival de cine politizado de San Sebastián

Que no se separe la obra del autor quiere decir que someten el arte a la política y a la moralina.

Pedro Sánchez y Begoña Gómez en el homenaje a Almodóvar en el Festival de San Sebastián. | Europa Press

El Festival de San Sebastián, más que un concurso de películas, es una plataforma de activismo político de izquierda, ya que si algún artista no se somete a los dictados socialistas debe retirarse a lo más profundo del armario más oscuro. Es imposible saber, mediante las crónicas cinematográficas y resúmenes periodísticos, por no hablar de las declaraciones de los cineastas e intérpretes, si una película es medianamente buena desde un estricto criterio cinematográfico, porque todo está filtrado por la ideología de izquierdas, que lo mismo sermonea sobre el "genocidio" israelí, la "homosexualidad" de Cervantes o la "memoria democrática" con perspectiva de género. Uno de los dogmas de la secta socialista es que no se separa la obra artística de su autor, por lo que las películas no se juzgan por su dimensión artística, sino por cuanto contribuyen a la agenda "zurda" del momento: hubo un tiempo en que estaban tan preocupados por los saharauis como ahora lo están por los gazatíes, pero Pedro Sánchez ordenó parar con los documentales que podían molestar a Mohamed VI, y donde manda patrón, los grumetes obedecen.

El año pasado, Iñaki Arteta denunció que el Festival de San Sebastián se negó a programar su documental sobre ETA Bajo el silencio, sin embargo, no tuvieron empacho en desplegar la alfombra roja para que Évole mostrara una de sus habituales "entrevistas" a un terrorista. Y no cabe la menor duda de que jamás hubiesen programado en el Festival que nunca alzó la voz y la claqueta contra ETA la película The road between us: The ultimate rescue, en la que el protagonista es un general israelí que trata de salvar a su familia y otros israelíes durante el ataque de Hamás en 2023. De hecho, esta película fue censurada en el Festival de Toronto con la habitual excusa de izquierdas para cancelar lo que no se pliega a su agenda activista: preservar "un entorno seguro e inclusivo". Con esto último quieren decir que temen a los activistas de izquierda que no tienen ningún problema en usar la violencia para imponer sus puntos de vista, como hemos visto en la Vuelta a España, con los violentos siendo animados y justificados por los habituales tertulianos de RTVE.

Que no se separe la obra del autor quiere decir que someten el arte a la política y a la moralina. Si Oscar Wilde defendía la autonomía del arte, por lo que, decía, «un libro está bien o mal escrito, eso es todo», para los cineastas españoles, una película se celebra si cumple con el programa político de la izquierda o no, eso es todo. Por ello, no dudan en someter cualquier proyecto cinematográfico al lecho de Procusto de su ideología y su activismo. En España, el mundillo de la cultura, es decir, los poderes fácticos que reparten subvenciones y premios, del Ministerio de Cultura a Pedro Almodóvar, considera que el arte debe estar politizado, lo que no es equivalente a arte político, sino su perversión y degradación. Gran cine político hacían tanto Sergei Eisenstein como Leni Riefenstahl porque aunque sus autores pretendían defender a comunistas y nazis respectivamente, lo hacían poniendo por delante de todo, incluso de Lenin y Hitler, los valores estéticos supremos del arte. Apreciamos Octubre y El triunfo de la voluntad a pesar de que defienden la victoria de los totalitarios de izquierdas y derechas sobre repúblicas liberales, por lo que merecerían proyectarse en una sesión doble en un Festival que no usase el cine como excusa para promover una política sesgada, doctrinaria y dogmática, además de inquisitorial. Esto es justamente lo que sucede en San Sebastián.

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