Una mirada libre. Julia de Plensa
No mira. Julia está con los ojos cerrados. Es un leve sueño. Difuso y tenue rayo de luz entre las tinieblas del ruido. De la vida.
Julia es su nombre. Vive en la Plaza de Colón. Es imposible no verla. Es una hermosa cabeza de doce metros de altura. Vista de lejos, sí, sosiega el alma; de cerca, inquieta la inteligencia; a media distancia nos llena de ternura. Cuanto más nos aproximamos a su aura, nuestra mirada es ya lo mirado. La estatua de Plensa nos desciñe los ropones del invierno de la vida. Nos desnuda las espadas de los instintos. Nos deja a la intemperie el sentimiento de la belleza. Cuando entro en la Biblioteca Nacional, no puedo dejar de mirar a mi izquierda para contemplarla. Al instante un deseo ardiente siento. Me seduce Julia como atrae un abismo. El misterio hacia sí me arrastra. Parece etérea, pero es real. La belleza está al alcance de los miles de madrileños y visitantes que pasean por los alrededores de la Plaza de Colón.
Todos la miramos, pero ella guarda silencio. No mira. Julia está con los ojos cerrados. Es un leve sueño. Difuso y tenue rayo de luz entre las tinieblas del ruido. De la vida. No es una obra a la moda. No vive del espectador de hoy. No es efímera. Tiendo a creer que gustará siempre. No depende de la sentimentalidad pasajera de nuestra época. No se alimenta de un periférico romanticismo. No juega a satisfacer la promesa hedonista de una felicidad viciada. Es arte clásico. Eterno. No cuenta con las miserias y límites de sus espectadores. Va sólo a lo suyo. Es su áurea. Ahí reside el secreto para llegar a la intimidad de Julia.
El escultor excelso no sólo esculpe las cosas que quiere y más le convienen, sino un mundo que jamás deje de alimentar la eternidad de lo esculpido. Cuanto más nos aproximamos al aura de esta obra, más tocamos el perpetuo cambio de lo sustancial de la vida. Julia siempre dirá algo nuevo. Su mirada es hacia el interior. Nadie con capacidad estética renunciará a su invitación. La cabeza de Julia nos invita al recogimiento. A la meditación. Julia siempre cuestiona. A unos les pondrá en el umbral de la pregunta por el sentido de la vida. Y a otros, ateos a la búsqueda de sí, hasta quizá les muestre el camino de la salvación. Da igual. Lo importante es la invitación a la meditación. Recogimiento, sí, para pensar por libre y para liberarnos de las ataduras que, alguna vez, nos liberaron de otras cadenas.
Porque Julia es arte clásico, escultura eterna, me gustaría que quedase para siempre al lado de la Biblioteca Nacional de España. Pero si algún día se la llevan a otro lugar, si persisten en hacerla "viajar por el mundo", no habrá más remedio que visitarla para fortalecer nuestro espíritu por la belleza de una cabeza de 12 metros de alto; realizada en resina de poliéster y polvo de mármol blanco, que supuestamente representa a una niña de edad indefinida, esculpida por Jaume Plensa, casi un arquitecto-pintor, para quien "el Arte no sirve para nada. Precisamente por eso el Arte es tan necesario".
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