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'Los que se quedan', la primera joya del cine de 2024... o la última de 2023

Los que se quedan es una nueva joya del cine americano obra de Alexander Payne.

Los que se quedan es una nueva joya del cine americano obra de Alexander Payne.
Los que se quedan | Universal

Retratista comprensivo de las miserias humanas y cronista americano progresivamente profundo, Alexander Payne regala con Los que se quedan una de las mejores películas de 2023, o quizá la primera verdaderamente grande del cine americano de 2024. Valiéndose de su fetiche Paul Giamatti, aquí un hilarantemente borde profesor universitario, su relato de las navidades más tristes de un grupo de olvidados deriva en una de sus películas más atmosféricas, tristes y a la vez divertidas.

Dos características, estas últimas, que siempre han ido de la mano con Alexander Payne, pero que aquí se desproveen de marco comercial o empeño de prestigio. Si la sobresaliente Nebraska podía resultar demasiado huraña, Los descendientes pecar de idolatrar el Oscar o Entre copas resultar ya un lugar sobradamente conocido, Los que se quedan, con ese envoltorio de simulacro de cine americano de los 70, resulta un caramelo tan tóxico como bienvenido, equilibrado y maduro dentro de una filmografía bien madura y desarrollada.

Desprovista de nostalgia pese a su etérea reproducción de los 70, que nadie en esa esfera cultural de premios o el panorama comercial USA hubiera pedido a estas alturas un guiño al cine de Hal Ashby convierte esta comedia dramática en doblemente bienvenida. Adoptando modos y maneras del irascible Paul Hunham, el profesor que encarna Giamatti, Los que se quedan tiene algo de sacrificio e inmolación por parte de Payne, quien por cierto esta vez retrocede con necesaria humildad para ponerse a las órdenes de un soberbio guion ajeno, obra del hasta ahora televisivo David Hemingson.

Nadie sin una bola de cristal está capacitado para augurar a Los que se quedan la etiqueta de futuro clásico navideño. Pero la eficacia del filme, su amargura y no siempre subterráneo sentido del humor -junto a la impagable fotografía invernal del danés Eigil Bryld- han creado una de esas obras maestras instantáneas, un clásico fuera de toda agenda política y cultural que vive, a la vez, totalmente sincronizado con espíritu actual. Un film que deberá ser descubierto, una pena, fuera de su hábitat natural de las salas de cine. Y si no, al tiempo.

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