
Todavía denostado por las altas instancias, ese chispazo de vida que fue el cine de acción de los ochenta y noventa se antoja dificilísimo de reproducir fuera de su contexto. Ya sea por su apología del macho y lo físico o su alegre violencia, el género articuló una fugaz jerga cinematográfica que películas como esta Roadhouse, nueva versión del pequeño clásico de culto protagonizado por el malogrado Patrick Swayze, pelean por resucitar. La película de Doug Liman (El caso Bourne) que se estrena exclusivamente en Prime Video es un buen intento, aunque en la mudanza de Texas a Florida se han perdido algunas cosas. Los puñetazos digitales de la película tienen su efecto y reservan momentos de eficaz gloria, pero en su conjunto la película no supura la erótica del poder de la que filmó Rowdy Herrington (con la enorme ayuda de su director de fotografía, el mítico Dean Cundey) en 1989.
A favor tenemos un Jake Gyllenhaal que, en el último tercio, sabe sintonizar un determinado tipo de encanto compatible con la psicopatía. Su personaje, como el Hombre de Acero de Henry Cavill, no actúa con contundencia porque se contiene y el actor va sobrado de actitudes para representar ambos tipos. Falta un adecuado romance erótico que se materialice en una escena como la escena con Kelly Lynch en el granero -no sé si lo recuerdan, pero en la original Roadhouse todos los personajes estaban abiertamente cachondos-, porque al parecer quizá las nuevas generaciones exigen de cierta pulcritud en la pantalla (allá ellos). También el carisma de western de Sam Elliott, que aquí se verbaliza en un par de intercambios autoconscientes e irónicos en una película que puede presumir de una buena puesta en escena del siempre elegante y razonablemente ingenioso Doug Liman, un director capaz de poner un buen traje a todo lo que filma y que se maneja bien con la inventiva digital del 2024.
No hay odio ni mal rollo en el viaje a lo sórdido de Dalton, un luchador metido a portero con algunos esqueletos en el armario y que, no obstante, es capaz de desatar el infierno mucho más que los malos. Semejante liberación funciona porque estamos en la caricatura de una América atávica, los villanos son adecuadamente cómicos (Conor McGregor no acaba de cuajar, pero Billy Magnussen es magnífico) y el filme, como el original, no pretende inventar la rueda. Falta, de nuevo, algo de tensión en el relato, porque todo el pescado argumental está vendido desde el principio. Pero Liman lo sabe y lleva la acción con decencia incluso a pesar del muy criticado retoque digital de las peleas. La adaptación, producida de nuevo por un distante Joel Silver, añade además un cierto pulso moral a la historia que le otorga inteligencia: en la Florida de la película los aliados de Dalton parecen esconder más secretos que los propios enemigos, regalando un par de giros argumentales con cierto aroma a cine negro.

