'La fiebre de los ricos', o la fábula apocalíptica que se viene abajo por su anticapitalismo
La fiebre de los ricos se estrena en cines españoles el viernes 24 de enero.
Brillante sátira de todos los usos y costumbres contemporáneos, desde el uso del algoritmo hasta la recurrencia al cambio climático, La fiebre de los ricos es una producción española que parodia el postureo político e ideológico que resulta, además, ejemplar en el uso de sus recursos cinematográficos artísticos y técnicos… que desgraciadamente, y obligada a seguir hasta el extremo sus propios postulados, acaba derivando en otra apología del "no tendrás nada y serás feliz" un tanto moralista y molesto.
Hasta que eso ocurre, quizá por la última media hora de largometraje, el director Galder Gaztelu-Urrutia (El Hoyo) afila cuchillos llevándose la escritura de Jesse Armstromg y su serie Succession a territorios apocalípticos, delatando un buen acercamiento a Terry Gilliam desde la pericia narrativa de un Alfonso Cuarón (Hijos de los Hombres) o Steven Spielberg (La guerra de los mundos). Son zapatos muy grandes que llenar, pero la presencia constante de una Mary Elizabeth Winstead demostrando por qué debería haber sido una gran estrella de cine, y la buena puesta en escena y ritmo de la película colabora y mucho a impulsar el relato.
La fábula transcurre con interés y curiosidad hasta que, de alguna manera, La fiebre de los ricos se transforma de El Hoyo a El Hoyo 2, es decir, pasa de buena a mala y pierde toda credibilidad según se desplaza del baile de máscaras de las clases alta a la demagogia del periplo africano de los protagonistas. Entonces, la falta de emotividad del drama familiar pasa factura, los tópicos de resonancia ideológica pesan y el espectador se ve condenado a tratar de sentir algo por sus protagonistas, sin que nada en absoluto compense la pérdida del norte de la película.
Aún así, el aprovechamiento de medios, el ritmo constante y la interpretación de Winstead consiguen plasmar un mundo extraño pero verosímil, preñado (en su primera mitad) de inteligentes diálogos e inquietantes implicaciones morales. La fiebre de los ricos decide, en algún punto de la aventura, aleccionar al espectador con la enésima fábula de brocha gorda contra el capitalismo, el consumismo y otros "ismos", inmolándose a sí misma y preguntándose uno cuál es la opción que les parece bien a sus cineastas.
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