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Alicia Delibes

Raymond Aron y Mayo del 68. Parte II

Una terapia de grupo, un carnaval o un psicodrama que no resultaron inocuos. La revolución universitaria había abierto una herida incurable: la politización sine die de la universidad.

Una terapia de grupo, un carnaval o un psicodrama que no resultaron inocuos. La revolución universitaria había abierto una herida incurable: la politización sine die de la universidad.
El filósofo y escritor Raymond Aron | Cordon Press

"El periodo 1945-1955 concluyó con ‘El opio de los intelectuales’ (‘L’opium des intellectuels’), que me valió la pena capital por mi traición a los clérigos pero no me impidió ser elegido en la Sorbona. El periodo 1955-68 culminó con el escándalo de ‘La revolución inencontrable’ (La révolution introuvable’)". (Raymond Aron: Memorias, 1983)

Raymond Aron (1905-1983) escribió La révolution introuvable en el mes de julio de 1968, cuando aún no se habían apagado los rescoldos de los "acontecimientos", con el objetivo de "desmitificarlos", de "desacralizarlos".

"Hoy, a primeros de julio de 1968, -escribe Raymond Aron- no me dirijo a los jóvenes, que en su mayoría aún no están dispuestos a escuchar mis palabras, lo que intento es explicarme yo mismo, es decir, combatir por las ideas más que contra los hombres".

Este libro de "combate", como lo calificó su autor, consta de dos partes: la primera es una entrevista con el entonces joven periodista francés, Alain Duhamel, y, la segunda, una colección de artículos que Aron fue publicando durante los meses de mayo y junio en Le Figaro.

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En 1955 Raymond Aron, semanas después de publicarse uno de sus libros más famosos, El opio de los intelectuales, había solicitado un puesto de profesor en la Sorbona. A pesar de la oposición de una gran parte del profesorado, especialmente de los que comulgaban con las ideas marxistas, resultó elegido como profesor de la Facultad de Letras, tarea que ejerció hasta el 1 de enero de 1968.

Cuando estalla Mayo del 68, Aron tenía 63 años, había dejado la Universidad y nada le obligaba a involucrarse en la crisis. Sin embargo, como editorialista de Le Figaro consideró que debía contribuir lo mejor que pudiera para "apagar aquel incendio".

Durante la primera semana de los disturbios, Aron contempló con estupor y en silencio la escalada de la violencia en las manifestaciones. Siempre se había mostrado muy crítico con el sistema francés de enseñanza superior, sin embargo, el espectáculo de los estudiantes levantando barricadas en las calles, acompañados y jaleados por una buena parte de sus profesores, le parecía, no solo que nada tenía que ver con la necesaria reforma universitaria, sino que, además, podía resultar terriblemente peligroso para las instituciones democráticas:

"Las barricadas, la violencia estudiantil, el apoyo de una parte importante de profesores, me parecía más un deseo de destruir que de reformar la Universidad. Por eso estuve callado."

Entre el 15 y el 20 de mayo Aron tuvo que ausentarse de París debido a un compromiso adquirido para dar una serie de conferencias en algunas universidades norteamericanas. Antes de salir para Estados Unidos dejó dos artículos para Le Figaro, que se publicaron los días 15 y 16 de mayo con el título de "Reflexiones de un universitario".

El primero de esos artículos comenzaba con estas palabras:

"Un viejo profesor que ha amado su oficio no puede comentar con seguridad y sin tristeza los acontecimientos de la última semana. Durante los días de crisis me abstuve de escribir por no aumentar la confusión progresivamente creada por las maniobras y falsas maniobras de unos y otros. El Gobierno ha cometido muchos errores, pero el señor Cohn-Bendit, al que la prensa y la radio han convertido en personaje histórico, no creo que sea un renovador de la universidad francesa".

A su regreso de Estados Unidos, el día 20 de mayo, Aron se encuentra en el periódico una situación muy enrarecida. En esos días, Le Figaro, como los demás medios de comunicación, sufría un tremendo acoso por parte de los trabajadores de la empresa. La situación le resultó tan incómoda que decidió dejar que fuera Alexis de Tocqueville quien juzgara por él los acontecimientos. En uno de esos artículos posteriores a su viaje a Estados Unidos se limitó a citar juicios y comentarios que el autor de La democracia en América escribió sobre sus recuerdos de la revolución de 1848, que vivió muy de cerca:

"A través de él [de Tocqueville] trataba de transmitir a los lectores mi opinión sobre lo que estaba pasando".

A primeros de junio Aron publica dos nuevos artículos que titula "Después de la tormenta" y en los que expone su interpretación personal de los acontecimientos:

"Ciento cincuenta estudiantes de Nanterre dirigidos por un ‘anarquista alemán’ han dado el golpe de piolet que en algunos días ha precipitado el hundimiento de un viejo edificio carcomido, la vieja universidad. En dos semanas, la exaltación de los jóvenes contagiaba a las masas obreras: diez millones de huelguistas paralizaban la vida nacional. (…) De pronto, el jueves 30 de mayo una voz se levantaba y, en unos minutos, restauraba el Estado y movilizaba a centenares de miles de parisinos, a millones de franceses. La fiebre que había subido en quince días, caía en unas cuantas horas. Los franceses salían despiertos de un sueño y, por citar a Alexis de Tocqueville, ‘se quedaban tan sorprendidos como los extranjeros al ver lo que acababan de hacer´."

Aron, en La révolution introuvable, analiza los errores que, en su opinión, había cometido el Gobierno en el manejo de la crisis.

En primer error fue la claudicación absoluta después de una reacción policial excesivamente violenta. El Primer Ministro, Georges Pompidou, a la vuelta de su viaje por Asia, creyó que cediendo se apagaría el fuego, pero lo que consiguió fue avivarlo. Según Aron, las concesiones deberían haberse hecho antes de la noche del día 10, ya que la entrega de la Sorbona a unos estudiantes victoriosos, como si se tratara de la toma de la Bastilla, se convirtió en el símbolo de una revolución: la revolución universitaria, la única que, para Aron, realmente existió.

Un segundo error se comete cuando, en plena huelga general del día 13, el Gobierno decide mantener el viaje del General de Gaulle a Rumanía. Resultaba ridículo "hacerse aclamar por los estudiantes rumanos mientras los franceses le abucheaban".

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Georges Pompidou, ex Primer ministro de Francia

A su vuelta, de Gaulle opta por dejar que el fuego se vaya apagando solo. Sabe que contra los estudiantes nada puede hacer sin utilizar la fuerza. En cuanto a las huelgas obreras, mientras el partido comunista se siguiera manteniendo al margen, no inquietaban demasiado al General.

Para Aron, siempre estuvo claro que los comunistas no pretendían abatir el poder gaullista y que lo único que les preocupaba era que los estudiantes, la juventud obrera y los maoístas no les adelantaran por la izquierda.

Tras el "catastrófico" discurso de De Gaulle del 24 de mayo, surge de nuevo el Primer Ministro, Georges Pompidou, dispuesto a apaciguar los ánimos de los obreros con las llamadas negociaciones de Grenelle. Demasiado tarde, dice Aron, pues ya el Partido Comunista había decidido cambiar de táctica y convocar una huelga general para el 29 de mayo. En ese momento el régimen se tambalea y la revolución social y política está a punto de estallar.

Por si fuera poco, el día previsto para la huelga de Gaulle desaparece; emprende un extraño viaje a Baden-Baden, en Alemania, donde habla con su compañero de la Resistencia, el general Massu, ¿para recabar información sobre la disponibilidad de las fuerzas armadas, como entonces pensaba Aron, o más bien porque había sufrido un ataque de desfallecimiento e iba decidido a preparar su retirada, como insinuaron otros?

El día 30, ya de regreso, el General habla 3 minutos y miles de franceses se lanzan a la calle para vitorearle. El asunto había concluido y el ambiente se había transformado. "Un hombre habla y la comedia se termina". Una comedia revolucionaria que, para Raymond Aron, podía haber desembocado en una tragedia.

El 1 de junio, en el transcurso de un programa sobre los acontecimientos de mayo de Radio-Luxemburgo, Aron provocó la indignación de buena parte de los presentes en el estudio, al calificar de psicodrama los sucesos que los franceses acababan de vivir.

En "La révolution introuvable", Aron explica en qué sentido había utilizado el término "psicodrama":

"Psicodrama más que drama porque todo pasó sin violencia física. Psicodrama, más que drama, hasta el momento en el que la desintegración aparente del poder propagó un gran sentimiento de terror." (…)

"En esos momentos todos hemos representado un papel. Incluso yo, que he adoptado el de Tocqueville, lo cual puede que resulte ridículo, pero no al lado de otros que han decido representar el de Saint-Just, Robespierre o Lenin".

Raymond Aron, como Tocqueville en la insurrección popular de febrero de 1848, estaba indignado por la actitud de admiración, incluso de entusiasmo, que muchos de sus colegas manifestaban ante la revuelta estudiantil.

"Mucha gente de la izquierda anti estalinista ha reencontrado con alegría, con ardor juvenil, el ambiente de los soviets de 1917, los recuerdos de la Comuna de París o los aún más lejanos de la Comuna jacobina. Han admirado los grafitis de la Sorbona, han juzgado a esta juventud como ‘generosa, ardiente, maravillosa’. Mi actitud era justo la contraria".

Psicodrama más que revolución porque, para Raymond Aron, la única revolución que realmente existió en mayo del 68 se produjo en la universidad y comenzó el día 13 de mayo cuando Pompidou decidió reabrir la Sorbona, con la consiguiente ocupación por parte de los estudiantes revolucionarios y la constitución de la "Comuna estudiantil".

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André Glucksmann, Sartre y Aron

Sin haber cambiado la Ley de Universidades, las asambleas de profesores fueron sustituidas por asambleas plenarias, órgano típicamente revolucionario, que estaban presididas por estudiantes pertenecientes a minorías activistas y en las que las decisiones se tomaban por votación a mano alzada. Las autoridades académicas fueron "invitadas" a solidarizarse con el movimiento o a presentar su dimisión.

Para Aron, aquello fue una revolución pues, por la vía de los hechos, se quiso implantar un nuevo modelo de gobierno de la universidad inspirado en un sistema pre-marxista de "democracia directa".

Pero la revolución social y política que, según él, la Unión Nacional de Estudiantes de Francia (UNEF) había querido provocar desde la universidad, no se llegó a producir. Pues si bien esta pseudo revolución estuvo en peligro de estallar en los días que siguieron al primer discurso del Presidente de la República, se desvaneció con sus palabras del día 30 de mayo.

A partir del 12 de junio Raymond Aron dedica todos sus artículos de Le Figaro, a hablar de "la crisis de la universidad". Terminada la tormenta era necesario abrir camino a la reconstrucción.

Antes de que estallara la crisis de mayo, Aron ya había escrito artículos criticando el sistema de enseñanza superior de Francia. En ellos había criticado el endiosamiento de los catedráticos, dueños y señores de sus cátedras, el sistema de acceso a la universidad, los exámenes de capacitación profesional de los profesores y la falta de salidas profesionales para los titulados universitarios.

Aron estaba de acuerdo con algunas de las reivindicaciones de los revolucionarios, pero en lo que se refería a la "selección", una palabra que, según escribió en sus Memorias, a partir del 68 "se cargó de un potencial de ciegas pasiones y resentimientos", Aron se situaba más bien "a la derecha". Demasiados alumnos fracasaban en la elección de sus carreras y abandonaban los estudios sin terminarlas. Para él, plantear un sistema de selección previo al inicio de los estudios superiores era imprescindible.

Lo que irritaba sobremanera a Raymond Aron era que en las asambleas plenarias de la Comuna de la Sorbona se hablara de todo menos de cómo construir un nuevo sistema que resolviera los auténticos problemas de la universidad. Las cinco semanas que duró "el carnaval" estuvieron más cerca de ser una terapia de grupo que una experiencia pedagógica útil para el futuro de la enseñanza universitaria.

Una terapia de grupo, un carnaval o un psicodrama que no resultaron inocuos. La revolución universitaria había abierto una herida incurable: la politización sine die de la universidad. Eso es lo que Raymond Aron denunció y lo que "los clérigos" no pudieron perdonarle entonces, aunque ahora sean muchos los que le están dando la razón.

Notas de interés:

Aron utiliza el término clérigos para designar a los intelectuales haciendo un guiño al famoso libro "La Trahison des clercs", publicado en 1927, del filósofo Julien Brenda.

Entre 1947 y 1977, Raymond Aron fue editorialistas del diario francés Le Figaro.

Es preciso señalar que, en Francia, se atribuye a Raymond Aron el redescubrimiento de Alexis de Tocqueville (1805-1859) en el siglo XX. En sus "Memorias", Aron contaba que había descubierto a Tocqueville cuando, para preparar sus clases de sociología en la Sorbona, había buscado argumentos con los que deconstruir el pensamiento marxista.

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