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Pedro Fernández Barbadillo

Tres guerras civiles simultáneas

La consecuencia de estos años de locura fue el aumento del pesimismo sobre la condición española: un pueblo decadente y agotado al que había que apartar de los grandes acontecimientos e ideas contemporáneos.

La consecuencia de estos años de locura fue el aumento del pesimismo sobre la condición española: un pueblo decadente y agotado al que había que apartar de los grandes acontecimientos e ideas contemporáneos.
Caricatura de la época sobre la Guerra Cantonal | Wikipedia

Mientras que en el siglo XVIII España fue una de las naciones más pacíficas de Europa, en el siglo XIX se convirtió en un país violentísimo: invasión francesa, guerras de emancipación de América, guerras carlistas, guerra de África, guerra cantonal y guerra hispano-norteamericana. Encima, la mayor parte de esas guerras fueron civiles (como ocurrió en los virreinatos americanos). Un país abierto en canal por el descoyuntamiento de la sociedad, las sociedades secretas, las maquinaciones extranjeras, las conspiraciones y los egoísmos. Los políticos se dedicaban a ganar las elecciones y a enriquecerse más que a industrializar España o reducir el analfabetismo.

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Juan Prim y Prats (1814-1870)

Una vez triunfante la Revolución Gloriosa, en septiembre de 1869, los aduladores le propusieron al general Juan Prim que se proclamara jefe de Estado. La respuesta del militar catalán fue la siguiente:

"Hoy sé que tengo el ejército en la mano, pero si llegara a Presidente de la República ese ejército no sólo no me respetaría sino que a la vuelta de dos años se sublevaría contra mí. Muchos que hoy me obedecen y me son leales, al ver que un General podía llegar a Presidente de la República dejarían de serme leales y se convertirían en mis competidores. Yo conozco a los hombres."

Y así ocurrió. En el Sexenio Revolucionario (renombrado como Sexenio Democrático) alcanzó a España el caos que habían provocado las independencias en México, Perú o Venezuela. Una vez desaparecidas la corona y las jerarquías tradicionales, las ambiciones de los arribistas no tuvieron límites. Primero ocurrió en América y luego en España. Nadie obedecía a nadie. El mismo proceso lo estamos viendo en Cataluña, donde la Generalidad encabeza la rebelión contra la Constitución y los tribunales, y luego se sorprende de que el resto de la sociedad no le obedezca a ella.

El culmen de este desastre fueron las tres guerras civiles que padeció España en esos años, caso único en la historia europea.

La Guerra de los Diez Años en Cuba (1868-1878)

Uno de los grandes fracasos del régimen liberal español fue el estatus de Cuba. Se entregó su gobierno a un capitán general y las Cortes jamás elaboraron las "leyes especiales" para ella y Puerto Rico. La ‘sacarocracia’ cubana impidió todo tipo de reformas para mantener su estatus y su riqueza. Mediante el soborno de las autoridades civiles y militares y la financiación de políticos en Madrid (los generales Leopoldo O’Donnell y Francisco Serrano desempeñaron el apetecible cargo de capitán general) esquivo las restricciones a la posesión de esclavos.

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En octubre de 1868, el abogado y propietario Carlos Manuel de Céspedes dio el ‘Grito de Yara’ en su finca de Manzanillo, cerca de Santiago. La rebelión se preparaba desde hacía meses y podía haber comenzado antes. La guerra, que fue civil, aunque se limitó al oriente de la isla, se prolongó durante diez años y consumió ingentes recursos humanos y económicos.

La propuesta de Céspedes de abolir completamente la esclavitud y sustituirla por trabajo libre remunerado, junto con otras propuestas, hizo que los más ricos hacendados le combatiesen y hasta reclutasen tropas.

Que la guerra durase 10 años y que muriesen en ella 100.000 militares, de ellos el 90% por enfermedad (Santiago Ramón y Cajal, que, como médico militar estuvo destinado en Cuba, allí contrajo el paludismo), muestran la incapacidad de ese régimen liberal para imponer la autoridad del Estado.

Guerra Carlista (1872-1876)

El derrocamiento de Isabel II reanimó a la rama carlista de los Borbones que, además, tuvo la fortuna de contar con un rey, Carlos VII, capaz y osado.

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Isabel II, reina de España de 1854 a 1868. Pintura de Franz WInterhalter

Antes de acabar 1868, el gobierno de Serrano expulsó a los jesuitas; disolvió las conferencias de San Vicente de Paúl (dedicadas a la caridad con los pobres); cerró los conventos fundados después de 1837; etc. Para muchos católicos, estas leyes equivalían a una persecución y a una vulneración de los principios liberales alegados por el nuevo régimen. Y la única defensa posible era la monarquía católica y tradicional que reivindicaban los carlistas. Algunos personajes del reinado de Isabel II, como Cándido Nocedal, se pasaron al campo carlista.

El alzamiento comenzó en abril de 1872 y arraigó en el campo en Vascongadas, Navarra, Cataluña y el Maestrazgo. Como en los años 30, los carlistas trataron de tomar Bilbao para obtener reconocimiento internacional, pero el nuevo sitio, entre febrero y mayo de 1874, también fracasó.

Faltos de suministros y de organización (el general Cabrera se negó a aceptar el mando militar y político y reconoció a Alfonso XII en 1875), las pequeñas victorias carlistas no llevaron a una caída de los Gobiernos de Madrid. La vez que más cerca llegaron de la capital fue en julio de 1874, con la toma de Cuenca.

Junto con las derrotas militares, el mayor obstáculo para el triunfo del carlismo fue la restauración de Alfonso XII. Una vez conseguida la paz y el orden, muchos burgueses y aristócratas que hasta entonces habían apoyado a Carlos VII, siquiera no acudiendo a los bailes organizados por la reina María Victoria dal Pozzo, se volvieron liberales.

En febrero de 1876, Carlos VII se refugió en Francia y las últimas tropas carlistas fueron vencidas en marzo.

Guerra cantonal (1873-1874)

Mientras que en Francia había en esos años monárquicos legitimistas, orleanistas y bonapartistas, en España los republicanos se dividían entre unitarios y federalistas, y dentro de estos últimos la facción más ruidosa era de la de los ‘intransigentes’.

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Tercera Guerra Carlista (1872-1876)

Este sector no se limitó a apoyar la Constitución de la República federal, que iban empezar a redactar las Cortes Constituyentes elegidas en mayo de 1873, sino que, dentro de las luchas internas de los republicanos, los intransigentes provocaron, con la colaboración de los ‘internacionalistas’ (en España, los anarquistas), sublevaciones en que se proclamaban cantones que, luego, se agruparían con otros para formar los estados federales.

Las primeras rebeliones comenzaron en julio en Alcoy y Cartagena, y de ahí se extendieron como un reguero, lo que demuestra que estaban preparadas. En los municipios triunfantes, los cantonalistas daban armas al ‘pueblo’, expulsaban a la Guardia Civil y los carabineros, encarcelaban a las autoridades, quemaban los registros de la propiedad y alistaban a los jóvenes que no huían.

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Emilio Castelar

Al Gobierno de Madrid se le abrió un nuevo frente bélico. Hasta entonces, en la Península los carlistas se concentraban en el norte y el Maestrazgo. Las rebeliones cantonales se extendieron por la costa mediterránea, con focos en Córdoba, Linares, Cádiz y Castilla la Vieja.

El centro más violento fue la base naval de Cartagena, donde los rebeldes se apoderaron de parte de la flota y con ella, más las tropas de la guarnición y los voluntarios, atacaron Orihuela y Alicante. Los cabecillas fueron Antonio Gálvez y el general Juan Contreras. El Gobierno nacional, presidido por Emilio Castelar, ordenó el bombardeó de Cartagena. La plaza se rindió en enero de 1874, cuando Castelar había caído.

Los dos generales que más se destacaron en la derrota de los cantonales fueron Manuel Pavía y Arsenio Martínez Campos, que meses más tarde participarían en la cancelación del experimento republicano.

De manera incomprensible para un español cuerdo, este episodio patético y sangriento es reivindicado por los republicanos federales, como los socialistas reivindican su revolución de octubre de 1934.

Consecuencias del Sexenio

Una de las peores herencias del Sexenio Revolucionario fue la renovación del llamado ‘partido militar’, que ya existió en el reinado de Isabel II con los cientos de generales heredados de las guerras anteriores. Si bien los militares dejaron de encabezar partidos políticos en las últimas décadas del siglo XIX, siguieron siendo un poder influyente.

Otra de las consecuencias de esos años de locura fue el aumento del pesimismo sobre la condición española: un pueblo decadente y agotado al que había que apartar de los grandes acontecimientos e ideas contemporáneos.

El conservador Cánovas del Castillo encarnó ese sentimiento de pesimismo y, secundado por el liberal Sagasta y el resto de la casta política, aisló a España de alianzas internacionales y de la economía exterior, con sus aranceles proteccionistas. Así se llegó a la guerra con EEUU de 1898 sin aliados, sin flota y sin ganas de vencer.

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