
No hay fuentes históricas que describan cuál es el verdadero origen de la tradición de ofrecer una última comida a los presos antes de su ejecución. Para algunos es un acto de humanidad o dignidad; para otros, un privilegio que no merecen aquellos que han cometido crímenes atroces. En cualquier caso, este gesto simbólico que permite al reo elegir cuál será su última comida ha generado un sinfín de historias curiosas, excéntricas e incluso polémicas.
Uno de los casos más célebres es el de Ted Bundy, el tristemente famoso asesino en serie. Antes de ser ejecutado en la prisión de Florida, el condenado por violación, necrofilia y asesinato de al menos 35 mujeres no quiso un menú especial y optó por la comida estándar que la prisión servía a los reclusos antes de su ejecución: un filete al punto, dos huevos fritos, patatas hash brown, tostadas con mantequilla y mermelada, leche y zumo de naranja.
Entre los que sí eligieron menú y optaron por la abundancia se encuentra John Wayne Gacy, conocido como "el payaso asesino". En 1980, fue condenado a muerte por violación y 33 cargos de asesinato. Antes de ser ejecutado en Illinois mediante inyección letal a los 52 años, pidió para su última comida camarones fritos, pollo KFC (Gacy había sido gerente en varios restaurantes de la cadena), patatas fritas y medio kilo de fresas.

Pero ninguna última comida ha tenido consecuencias tan directas sobre la legislación como la de Lawrence Russell Brewer. Fue condenado por un brutal asesinato racista en Texas: en 1998, golpeó a un hombre negro, lo encadenó a la parte trasera de una camioneta y lo arrastró durante kilómetros hasta desmembrarlo y matarlo. Su caso es famoso porque antes de ser ejecutado por inyección letal en Texas en 2011, pidió una última comida extremadamente abundante: dos filetes empanados gigantes con salsa gravy y cebolla salteada, hamburguesa triple, una tortilla de carne y queso, una gran ración de okra (una verdura parecida al pimiento), tres fajitas con su guarnición, medio kilo de carne a la barbacoa con pan, medio litro de helado, dulce de mantequilla de cacahuete y tres root beers, según cuenta la CNN.
Sin embargo, cuando se lo sirvieron, Brewer dijo que no tenía hambre y no tocó nada. Esto molestó tanto al senador estatal John Whitmire, que al día siguiente Texas abolió la tradición de "última comida especial", y desde entonces todos los condenados reciben el menú estándar de la prisión.
Otros casos son sumamente extraños. La última comida de Timothy McVeigh, el autor del atentado de Oklahoma City de 1995 (murieron 168 personas y más de 680 resultaron heridas) consistió en dos tarrinas de helado de menta con trozos de chocolate. También resulta llamativo el caso de Ricky Ray Rector, condenado por el asesinato de dos personas y con graves deficiencias mentales tras intentar suicidarse pegándose un tiro en la cabeza. Su última comida consistió en un bistec, pollo frito, refresco de cereza y un pastel de nueces pecanas que pidió que le guardasen "para más tarde".

Y posiblemente, la medalla de oro de las últimas cenas más extrañas en el corredor de la muerte se la lleva Víctor Feguer, ejecutado en la horca en Iowa a los 28 años. Fue condenado a muerte por secuestro y asesinato. Para su última comida, en 1963, Feguer pidió una aceituna con hueso. Les dijo a los guardias que esperaba que un olivo brotara de su tumba "en señal de paz".

