Menú
Reseña de 'El paraíso de las damas'

Los grandes almacenes o el demonio del gasto

La técnica del folletín permite al autor explicarnos las novedades que, a caballo entre los siglos XIX y XX, definen la civilización moderna.

La técnica del folletín permite al autor explicarnos las novedades que, a caballo entre los siglos XIX y XX, definen la civilización moderna.
Grabados y documentos de los primeros almacenes de París

Entre Balzac y Zola, yo siempre preferí a Stendhal. Más tarde a Flaubert y, finalmente, a Proust. Igual que había un viaje italiano, suerte de rito de paso cultural para los intelectuales ingleses con posibles, los estudiantes españoles después de Mayo del 68, sobre todo si tenían vocación literaria, veíamos la literatura francesa como la crítica francesa, en especial la de la escuela de Roland Barthes y Tel Quel la entendían en los 70: una suerte de carrera de obstáculos para llegar a la vanguardia de todas las vanguardias. En poesía, había que leer y releer a Láutreamont, Rimbaud y Mallarmé. En narrativa, a Proust y a Joyce, entre el Ulysses y el Finnegans´Wake. En ensayo, triunfaba, con el patrocinio mimoso y lejano de Roland Barthes, un tipo de semiología apocalíptica, la de Julia Kristeva en Semeiotiké y, en especial, La revolución del lenguaje poético, que encerraba en más de mil páginas las sumarias lecturas robesperrianas que, al estilo de André Bréton, hacían de la literatura Phillippe Sollers y de la pintura Marcelin Pleynet. Y con Kristeva, la crema del estructuralismo freudomarxista: Lyotard, Baudrillard, Deleuze…

La búsqueda del Santo Grial de la Vanguardia de la Vanguardia podía ser útil para el estudio de la poesía, que sigue teniendo en Le coup de dés mallarmeano un límite técnicamente infranqueable. Pero, la prosa, ay, es otro cantar. En La grande polvareda telqueliana, perdimos la grandísima novela genuinamente decimonónica, la del gran Balzac y el inmenso Zola. Como sucede con Dickens en Inglaterra y con Galdós en España, los dos grandes notarios en prosa del XIX francés lograron el milagro de crear una literatura absolutamente popular, de altísima calidad y que, además, resiste el paso del tiempo. En realidad, el tiempo, la experiencia de la vida y de la propia literatura, nos va llevando o devolviendo a esos grandes autores que siempre parecen pasados de moda pero que nunca dejan de estarlo para el lector de verdad. Porque hablamos de literatura de verdad y vida de verdad.

La novela de Zola y nueve siglos de feuilleton

El capricho de las damas, retitulación en la Editorial Alba de El Paraíso de las damas (Au bonheur des dames), de Émile Zola, es uno de esos libros en los que la técnica del folletín permite al autor explicarnos las novedades que, a caballo entre los siglos XIX y XX, definen la civilización moderna. ¿Y hay algo más íntima y absolutamente moderno que los grandes almacenes? Pues, en la literatura, hasta Émile Zola y que yo sepa, no.

La estructura de esta obra es el folletín o feuilleton, invento francés que no nace con Víctor Hugo y Los Miserables, sino con Chrétien de Troyes y El caballero de la carreta, la primera novela europea de verdad, basada en una historia inventada o romanceada por los conteurs bretones, que parte de los mitos celtas, sirve para legitimar la conquista normanda de Gran Bretaña pero que no tiene base histórica alguna. Sin embargo, nada ha cautivado tanto durante siglos a Europa que la novela de El Rey Arturo y los caballeros de la Tabla Redonda. Ninguna lectura más reescrita que la de los caballeros errantes y del adulterio más famoso desde el de Paris y Helena: el de la reina Ginebra y Lanzarote, el mejor caballero…, de su marido. En 1230 estaba ya terminado el interminable culebrón erótico-militar de Lanzarote del Lago, corazón de la llamada Vulgata artúrica, que pasando por Mallory y las infinitas novelas de caballerías posteriores se supone que muere gloriosamente en El Quijote. Pero lo cierto es que, desde entonces, el culebrón artúrico no deja de resucitar: romántico en Walter Scott, puritano en Tennysson, vintage en Steinbeck, pero sobre todo retoña en las sagas medievalizantes, la neocatólica del Tolkien de El señor de los anillos, célebre gracias al cine (la moda arranca en 1980 con Excalibur, cuyo Arturo mejora Sean Connery en El mejor caballero), la secuela artúrica Merlín-New Age de Harry Potter y, por supuesto, la serie más famosa de la televisión actual: Juego de tronos, basada en la saga de Georges R. R. Martin (1997, o sea, ayer) que sigue actualizando sobre la marcha, para desesperación de los productores, que lo persiguen como antaño perseguían los editores a Balzac y los lectores a Dickens o Galdós. Desde el siglo XII, la novela es feuilleton.

Un folletín real y el demonio del gasto

Y en una historia folletinesca se basó Zola para escribir Au bonheur des dames: un día leyó en un periódico que el creador y dueño de los primeros grandes almacenes de París se casaba con una de sus empleadas. Y cuando se puso a investigar, con esa minuciosidad que demuestra en El dinero, (Debate, 2001) una novela absolutamente fascinante sobre la bolsa y sobre algo tan actual como las estafas piramidales modelo Madoff, se encontró con que el personaje no era la feliz pareja, sino el gran almacén. Los amores imposibles-es decir, sólo posibles en el folletín o culebrón- de la huérfana Denise, una de esas heroínas flacuchas que borda el zoliano Simenon, y el fabuloso empresario, hoy emprendedor, Octave Mouret, son sólo el telón del verdadero espectáculo, del gran escenario: el almacén. Los personajes importantes son los escaparates, las secciones, el mayorismo, la incitación a gastar incluso lo que no se tiene en lo que realmente no hace falta. ¿Pero no hace falta el lujo? Wernert Sombart demostró hasta qué punto es el comercio de lujos como la seda, los perfumes y las joyas es lo que crea el comercio moderno de Oriente y Occidente. ¿Qué es la Ruta de la Seda sino la Ruta del Lujo? ¿En qué se basa el éxito de los chinos del "Todo a Cien" sino en la necesidad de lo innecesario, siempre que nos engatuse un buen precio? Para mí que Georges Bataille concibió la noción de dépense (gasto, derroche, desgaste) en la sección de oportunidades de La Samaritaine. Todo inútil, nada necesario, pero ¡tan barato! ¡Qué no habría inventado en "El Corte Inglés"!

Pero hay una parte sombría, irresistible en esa pasión de comprar, y en particular de comprar ropa que, a modo de seducción de todas las mujeres de París, concibe el visionario Mouret. La innovación del comercio madrileño al estilo francés la describe estupendamente Galdós en Fortunata y Jacinta, pero aún es más interesante en La de Bringas cómo la compra sin tino, el endeudarse sin tasa, acarrea la perdición moral, la autodestrucción, ante la sociedad o ante sí mismas, de esas mujeres –no sólo mujeres, en el Dickens de Su mejor amigo son a veces hombres- que no saben resistirse a la novedad. Del empeño en aparentar propio de la pequeña burguesía –hay un precedente conmovedor en el hidalgo pobre de El Lazarillo- se pasa a la compulsión suicida de El jugador de Dostoievski. No hay límite en la adicción a comprar cuando comprar se convierte en adicción. Como El capricho de las damas es una de las pocas novelas optimistas de Zola, el personaje de la compradora suicida está sólo esbozado y de modo satírico. Sin embargo es a ese diablo derrochador, vicioso, insensato que anida en las mujeres (no sólo en ellas, pero sobre todo en ellas, sí) al que apela el genio maléfico de Mouret. Un Zola más sombrío le habría sacado mejor partido.

Lo único poco novedoso es la descripción del almacén en sí. Hoy son, siguen siendo exactamente igual. Léanlo y compruébenlo.

En Cultura

    0
    comentarios