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Jorge Vilches

¿Una solución federal para España?

Existe mucha confusión a la hora de establecer las características de la federación y diferenciarla de una confederación.

Existe mucha confusión a la hora de establecer las características de la federación y diferenciarla de una confederación.

El desafío de los nacionalistas catalanes, especialmente fuerte desde la segunda mitad de 2012, para celebrar un referéndum sobre la independencia fundándose en que son una nación puso sobre la mesa de nuevo la cuestión del federalismo. El ideario federal se ha revitalizado entre quienes lo ven como una tercera vía entre el Estado de las Autonomías y la independencia de las naciones sin Estado.

El problema no es sólo que los nacionalistas no quieren federarse, sino que existe mucha confusión a la hora de establecer las características de la federación y diferenciarla de una confederación. La opción federal es defendida en España por algunas organizaciones de izquierdas, entre ellas el PSOE e IU, aunque sin desarrollar de una forma convincente un protocolo constitucional para la federación en el marco de la Unión Europea, ni un contenido competencial. Esto se debe, en parte, a que se trata de una estratagema para escapar de dos clichés castigados hasta ahora por la opinión pública: la centralización y el separatismo.

Jorge Cagiao, profesor de la Universidad François-Rabelais (Tours), es un historiador experto en federalismo, especialmente en Pierre J. Proudhon (1809-1865) y Francisco Pi y Margall (1824-1901). Cagiao nos presenta en Tres maneras de entender el federalismo. Pi y Margall, Salmerón y Almirall. La teoría de la federación en la España del siglo XIX la dificultad para articular un proyecto federal ajustado a la situación del país. Para ello ha utilizado la ciencia jurídica, en un intento de darle la vuelta a lo que hasta ahora se ha dicho sobre el federalismo en España. El resultado es muy interesante, y nos acerca a posibles escenarios futuros.

La ciencia política y la jurídica distinguen entre sistema federal, que parte de una única soberanía y arma una estructura jurídico-política descentralizada; y la federación, consistente en la unión de naciones soberanas distintas para la construcción de un Estado federal pactado entre iguales, con reserva de las personalidades propias y en beneficio particular y del conjunto. En consecuencia, para que España fuera una federación tendríamos que disolver la soberanía nacional entre las distintas nacionalidades y pactar un Estado nuevo. Por el momento, nuestro Estado de las Autonomías es un sistema federal; o, como escribió Carl Schmitt, "un Estado federal sin fundamentos federativos".

El federalismo, en esos dos conceptos, no es una ocurrencia de los últimos tiempos. El liberalismo incorporó la ideal federal como una fórmula para descentralizar el poder y evitar la arbitrariedad de los gobiernos, tal y como vieron los norteamericanos Jefferson y Adams, aunque desde posiciones distintas. La idea descentralizadora en Europa, el sistema federal al que nos referíamos antes, de arriba abajo, sin parcelar la soberanía, encontró eco entre doctrinarios como Benjamin Constant y demócratas como Tocqueville. Proudhon y Pi y Margall veían en la federación la forma contractual para resolver el problema político del control del poder y dar solución a las consecuencias negativas del capitalismo a través de las asociaciones de productores. Pero la federación en su auténtica forma surgió a raíz de la unificación italiana, cuando Ferrari y Cattaneo concibieron una Italia unida a través del pacto federal de naciones soberanas distintas. De ahí surgió la unión ibérica, latina, europea e incluso universal, como escribió el español Fernando Garrido.

Cagiao ha distinguido tres maneras distintas de concebir el federalismo; un ideal que llegó a España de forma tardía, afirma el autor, aunque hubiera alguna referencia aislada anterior a 1854. La primera manera fue la de Pi y Margall, al que se atribuye la paternidad del federalismo y al que se recurre con frecuencia cuando se buscan referentes históricos. Pi difundió el ideario desde la publicación de su obra La reacción y la revolución (1854), basándose en la soberanía individual y en el pacto de abajo arriba, que, según decía, debía ser "sinalagmático, conmutativo y bilateral". Pi creó su propia doctrina basándose en Proudhon y adaptándolo a su interpretación de la historia española. El problema que ve Cagiao es que Pi vició la idea al relacionarla con el problema social, el republicanismo, la secularización y el socialismo, aunque acertó al presentarla como fórmula para la solución del problema de Cuba y Puerto Rico.

La segunda manera que ha identificado Cagiao es la que elaboraron Nicolás Salmerón y los krausistas en el último cuarto del siglo XIX. Estos, dice el autor, construyeron mejor la teoría de la federación, ajena a un programa político o social. No había en dicha idea una parcelación de la soberanía nacional ni un mecanismo contractual de abajo arriba. De esta manera, la federación krausista sería un sistema federal; es decir, una simple descentralización.

Valentí Almirall, que transitó del federalismo al catalanismo, fue quien mejor confirió una argumentación jurídica al federalismo pactista, según Cagiao, válida para una concepción plurinacional de España en la que no hay una única soberanía nacional, sino tantas como naciones. En consecuencia, la fórmula de Almirall, dice, resolvería el problema planteado por los nacionalismos periféricos desde hace décadas, ya que el federalismo es una fórmula de organización jurídica y territorial entre dos o más Estados o Pueblos, o bien la articulación de un único Estado con varias soberanías.

Este libro, por tanto, nos acerca a un escenario probable en el futuro, de reconocimiento de naciones distintas a la española, soberanas, y que la fórmula de unión, si es que interesa, sea el pacto federal. Ya (casi) todo es posible.

Jorge Cagiao y Conde, Tres maneras de entender el federalismo. Pi y Margall, Salmerón y Almirall. La teoría de la federación en la España del siglo XIX, Biblioteca Nueva, Madrid, 2014, 253 págs.

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