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Ricardo Fernández Colmenero: "Si no puedo hacer bromas, no quiero escribir"

Llega a las librerías Literatura infiel, el libro del Premio Julio Camba en 2018 Ricardo Fernández Colmenero.

Ricardo Fernández Colmenero (Orense, 1977) creció como muchos otros niños gallegos: aprendiendo a distinguir la realidad de la magia mientras frente a sus ojos se sucedía una repetición constante de acontecimientos extraordinarios. Viene de un sitio en el que se mide el tiempo en misas de los domingos, matanzas en el pueblo e incendios todos los veranos; y en el que, además de por los nombres de las tumbas, algunas personas reconocen su tierra lanzándose en parapente desde el monte más alto. Allí fue donde su abuelo un día se tropezó consigo mismo, o con una sobrina idéntica a él, y casi se pega un susto de muerte. Ricardo después se fue a estudiar a Pamplona porque siempre había querido ser escritor, y porque consideró que el camino más rápido para lograrlo era hacerse periodista. No tuvo tiempo de comprobar si estaba en lo cierto y ya había desaprovechado la oportunidad de trabajar en el Miami Herald y se encontraba observando cómo meaba Pedro J. en los baños de El Mundo. Después de aquello su traslado a Ibiza fue inevitable. De todas estas cosas y de cómo no ser padre de un hijo que se llama Iago nos habla ahora desde las páginas de Literatura infiel (Círculo de tiza), un libro que es algo más que una recopilación de columnas del ganador del Premio Julio Camba en 2018. "Tuve que completar y editar muchas, juntar otras cuantas e inventarme un montón más. Eso sí, manteniendo una estructura. La parte que precede a la paternidad es larga de cojones, sin interrupciones, por ejemplo", comenta en la cafetería del Hotel Las Letras de la Gran Vía madrileña. Al menos su libro se lee como todas sus columnas: sin que se pueda evitar que poco a poco se vaya dibujando una sonrisa.

PREGUNTA: ¿Qué es la literatura infiel?

RESPUESTA: Bueno, el título tampoco quiere decir gran cosa. Es el título de una columna. Cogí una ristra de títulos guays y se la mandé a Belén Bermejo, la editora de Espasa, y ella escogió ese. Yo quería titular Lapidando a la abuela. Estaba convencido de que ese iba a ser el título, pero la editorial me convenció de que no. Lo consulté además con un montón de gente, pero no lo terminaban de ver. Lo de Literatura infiel es una idea de Lucía Berlin, de su Manual de mujeres de la limpieza. Ella en uno de los relatos le pregunta a su marido cuándo fue la primera vez que se enamoró, y él le describe a una chica con la que no llegó a hablar jamás. Berlin construye ahí dos escenas espectaculares y, por su forma de describir a la chica el lector se da cuenta de que en el fondo es ella la que se está enamorando, de alguna manera. La literatura infiel es el hecho de que tú puedas escribir, o leer, y enamorarte de alguien a quien no conoces o a quien no has visto ni verás jamás… Es una infidelidad literaria. La literatura es la forma de infidelidad que goza de mejor reputación.

P: Fíjate que yo lo había entendido por una de las columnas en las que hablas de cómo durante veinte años no te atreviste a escribir sobre el mismo tema de un cuento que te había quedado muy bien, para no serle infiel a ese buen texto… Para no estropearlo, vamos.

R: Ah, ya sé de lo que hablas. Del de la hermana catalana de un chaval que conocí durante un viaje con el Opus, ¿no? Bueno, pues en realidad de lo que iba ese final es de que el tiempo pasa, y de que el cuento que escribo cuando me acabo de enamorar de esa chica no es el mismo, evidentemente, que el que puedo escribir veinte años después, recordándolo todo. Pero no necesariamente porque vaya a ser peor, sino porque el lugar en el que estoy ahora es muy distinto.

P: En tu libro también hablas de que a veces, para escribir un buen texto, ingenioso y eficaz, viene mejor ser vago.

R: Bueno, no ser vago. Sobre todo estar tranquilo. Hacer algo que te gusta, que te está entreteniendo… Aunque bueno, entendiendo bien eso de hacer lo que te gusta. Porque, por ejemplo, a mí escribir no me gusta; lo que me gusta es leer. Me gusta leer textos míos y que sean muy buenos. Lo que no me gusta es hacerlos. En ese sentido siempre pienso más en el resultado que en el proceso en sí, que es un infierno. Y en eso me ayuda mucho que tengo siempre que cumplir unos plazos periodísticos. Esa es mi gran inspiración. Esa y tener que comprar muchos pañales para mi hijo, que son muy caros.

P: A mí siempre me ha parecido un enigma que exista un género de opinión en los periódicos.

R: De hecho yo he descubierto la opinión hace cuatro días. Nunca leía opinión, si te soy sincero. En el libro hay una frase que no es mía, ni tampoco de la persona que me la dijo, que es que a escribir uno se pone por envidia. Y yo nunca había envidiado a los columnistas… Quiero decir, no le encontraba sentido a leer artículos opinativos de periodistas que, muchas veces, hablaban sobre temas que era evidente que no controlaban. Algo que vi durante mi beca en el Miami Herald es que la opinión allí se reduce a la tribuna, que es un texto de un experto que explica algo, que aporta información interesante. Y un periodista ¿qué tiene que aportar? Nada. Por eso no me interesaba leerles.

Sobre eso hay una anécdota que cuento en el libro. Me pasó hace años cuando vine a Madrid desde las islas un día y me pasé por la redacción del periódico para trabajar. Me dejaron un ordenador y allí me puse, delante de un tío que se dedicaba a mirar la pantalla muy fijamente, pero que no escribía nada. De brazos cruzados. Yo me lo quedé mirando intrigado y le pregunté a una chica si sabía quién era y qué hacía ahí. Si le pagaban por respirar o algo. Y me dijo eso, que era un columnista que se había traído Pedro J. Un fichaje estrella buenísimo. Ella me lo contaba con retranca, además, como con mala baba. Y yo en ese momento la entendía perfectamente. Porque joder, era como que a ese tío le pagaban exclusivamente por pensar, nada más, y a los demás no. Y encima venía a restregárnoslo por la cara. Daban ganas de decirle que no fuese hijo de puta y que, al menos, pensase en casa, que no hacía falta que viniese para que viésemos cómo se tocaba las narices. Total, a nosotros nos daba igual saber si para escribir sus cuatro párrafos de mierda necesitaba cinco minutos o cuatro horas…

Él sin embargo sudaba de todo. Iba cambiando de postura y seguía pensando, sin más. Y hubo un momento que hasta apartó el teclado y apoyó la cabeza entre los brazos, con dos cojones, como para descansar. Me acordé del cuento de Roberto Fontanarrosa del pensador que va a las universidades a que la gente le vea haciendo eso: pensar durante horas, sin decir una sola palabra. En ese momento me giré y le pedí a la compañera que me dijese el nombre del pavo otra vez, que quería recordarlo para no leerle en la vida. Me dijo que se llamaba David Gistau. Eso impidió que durante años leyera al tío que, después de todo, me acabó impulsando a escribir columnas más adelante…

P: ¿Fue él?

R: Sí, sí, fue él. Bueno, a veces pienso que tal vez si le hubiese leído entonces no me habría gustado. A lo mejor le acabé leyendo en el momento justo. En el momento en el que podía sentir esa envidia que uno necesita para querer imitar a un escritor.

P: Pero también es muy distinto el tipo de columnismo que tú haces que el columnismo de opinión política, exclusivamente.

R: Sí, claro. Está el artículo de opinión en sí, por un lado, y el columnismo literario por otro. Y a mí me interesa el literario. Hay veces que se pueden mezclar, también, según la gracia que tengas para hablar de la actualidad. Esa maestría de Gistau o de Jabois, por ejemplo. Pero ni siquiera hace falta. Puedes dedicarte a hacer columnismo literario al estilo de Camba y ya está.

P: Esa es la cuestión que a mí me llama la atención. ¿Qué aporta una columna de un tío que, muchas veces, lo que hace es contarte su vida?

R: Ya, te entiendo. A mí me pasó leyendo a Jabois. Fue en ese momento cuando empecé a pensar que eso sí que podía intentar hacerlo. Porque al ser gallego utilizaba los mismos recursos que utilizamos todos los demás gallegos. La forma de ser y de hablar, que está en la calle, no sólo en la gente que escribe. La forma de ser de mis padres, vamos. Eso que tenemos, que no somos demasiado directos; que dejamos más las preguntas en el aire, para que el otro se quede pensando qué has querido decir; el uso de la ironía… Todo ese abanico de cosas que al final te hacen una columna. Sí. Leyendo a Jabois sentí ganas de intentar hacer lo mismo. Y al principio lo hacía fatal. Pero bueno, como al principio no te lee nadie tienes la suerte de poder hacerlo como el culo e ir probando hasta que de repente das en la clave y te empieza a funcionar.

P: Claro, si a mi me encanta el género de opinión, pero es lo que te digo, que a veces no entiendo muy bien cómo se justifica…

R: Bueno, es que es fácil desligar al género totalmente de la actualidad. Pero yo por ejemplo tengo un hermano disminuido psíquico, hablo de él en algunas columnas, y te puedo asegurar que un familiar disminuido psíquico es rigurosa actualidad en muchas casas. Entonces, claro, ¿qué es la actualidad? Además que es lo que te decía antes, ponerse a comentar la última frase de Pablo Iglesias muchas veces nadie puede hacerlo bien, porque siempre faltan muchísimos datos y muchísimo contexto. Pero si te hablo de mi gato, ten por seguro que nadie sabe más de mi gato que yo. Hablar de uno mismo es una garantía de fiabilidad.

P: Pero a veces da la sensación de que el columnismo existe para desentrañar los enigmas del mundo. ¿No te genera respeto eso?

R: Sí, por supuesto. Y hay gente a la que le trabaja muy bien la cabeza: un Rafa Latorre… Gente con la que a veces no necesitas estar de acuerdo, pero en la que se nota la calidad de sus razonamientos, porque argumentan bien. No sé, un Arcadi, un Sostres… Bustos es la leche… Pero no es mi estilo. Si les leo no siento esa envidia de la que te hablo para intentar hacer lo mismo. Porque no voy por ahí.

P: ¿Por qué decidiste pedir una columna al periódico, de repente?

R: Por los ERE. Era un momento en plan: "Jesus is coming, look busy". Y de pronto tenía que encontrar muchas cosas que hacer, para parecerle útil a la empresa. Además yo estaba en las islas, es decir, que iba a caer sí o sí… Y no caí, pero bueno, de pronto ya tenía más trabajo.

P: ¿Qué opinas del periodista estrella? El que tiene tanto nombre que a veces parece más noticia él que lo que escribe…

R: A ver, entiendo lo que dices, pero no estoy de acuerdo. Porque, por ejemplo, yo ahora tengo más nombre, sobre todo después de los premios, pero las columnas son una onceava parte de lo que hago. Hago reportajes e historias todos los días, y lo disfruto mucho, pero ni siquiera comparto mis noticias en las redes, porque no considero que sea algo mío… Es algo de lo que hablo y ya está. No quiero estar en el reportaje ni en la noticia. Quiero estar en la columna.

P: ¿Y qué opinas de lo que ha pasado en esta campaña electoral, que han salido periodistas de izquierdas y derechas pidiendo el voto de la gente para determinados partidos?

R: Yo no he votado en mi vida precisamente para poder mantener esa imparcialidad. Eso que dices, yo no lo hago. Es lo único que te puedo decir. No juzgo que lo hagan otros. Yo no lo hago… No lo haría.

P: Revisando tus columnas parece que se va reconstruyendo tu biografía poco a poco. ¿Hasta qué punto eso es accidental y hasta qué punto es premeditado?

R: Buah, pues es peor el asunto. Yo recibí hace unos años un encargo de una editorial que se llama Sloper, que dirige Román Piña. Él había leído una columna mía sobre una marquesina de autobús de cuando era adolescente. Y me dijo que quería una recopilación de ese rollo, que si podía escribir más y las publicábamos. Le dije que vale. Como yo en ese momento tenía la opción de escribir la columna para Baleares, que sale de viernes para sábado y que no me pagan –vamos que si la hago, bien, y si no la hago, también bien–, pues dije: "Voy a hacer lo que me salga del nardo", con perdón. Así empecé a escarbar columnas que no tuvieran que ver con la actualidad, para sacar el libro. Y de repente fui viendo que gustaban cada vez más, que cada vez tenía más lectores, y que incluso recibía más ofertas de otras editoriales…

P: ¿Y cómo es leer el repaso de tu propia vida a través de tus columnas? ¿Qué parte es real y qué parte es ficcional?

R: Todo es real. Pero también es verdad que todo son recuerdos, por lo que está todo distorsionado. Además por mi forma de escribir, humorística… No sé. Es que es la forma que tengo para enfrentarme a las cosas serias. Si no puedo hacer bromas de mi hermano disminuido, o de mi abuela que se muere, o de que yo tengo ansiedad y depresión, no quiero escribir. No quiero ponerme demasiado dramático y sentimental. Quiero afrontar esos problemas como una terapia, relatados de una forma que me gusta, porque me río de mí mismo y hago que el lector se sienta identificado. Al final el libro tiene ese punto de Big Fish, de Tim Burton: Todo es cierto, sí, pero está muy coloreado.

P: ¿Cómo es ese momento en el que empiezas a generar público y expectativas? ¿Aumenta mucho la presión?

R: ¡Claro! Por supuesto, hombre. Al principio, cuando llevas tres años y solo cosechas el 'me gusta' de tu madre –y el de tu novia sólo a veces, cuando te lee–, pues tampoco es para tanto todo. Pero a mí me pasó que, de pronto, gente importante, como Soto Ivars o como David Torres me compartieron, en plan, mirad a este chaval. Y de pronto, de una tacada, esa columna tenía un montón de lectores. Y yo escribiendo la columna de la semana siguiente en plan, joder, que ahora hay público… Claro, claro que sientes presión. Pero bueno, supongo que esa presión es la buena, la que hace que nos lo curremos más. Aunque también hay gente que empieza por su cuenta, como Cabeleira o Jabois, que tenían un blog, y que después las redes sociales les catapultaron. En mi caso las redes llegaron después.

P: ¿Son necesarias las redes para promocionar el trabajo de un periodista hoy en día?

R: Sí. Hombre yo ahora tengo la cabecera de Elmundo.es; pero para llegar hasta ahí tuve que escribir una columna que se titula Si Podemos ganara, que es la más leída de la historia de Elmundo.es. Y también porque Ana Pastor y La Sexta, con su séquito de miles de seguidores, me compartieron una vez y me dieron muchísima notoriedad. Si no ¿cómo llegas a la gente? Es una plataforma buenísima para llegar.

P: ¿Has sentido alguna vez la presión de la corrección política?

R: Sí, también. Siempre está el Ricardo inconsciente censurando al Ricardo consciente de forma inconsciente. Sí. Podría decir más burradas al expresarme sobre muchas cosas pero me acabo controlando. Es que soy muy malhablado… No sé. Y lo del cipotudismo este que tanto se comenta. Mis amigas son mucho más cipotudas que yo. Ellas son mucho más burras y más crueles hablando de otras tías de lo que podría ser yo, pero a mí que no se me ocurra decirlo. O sea, delante de ellas sí, pero en una columna no, que no me joden ellas, pero me jode gente que no me conoce de nada.

P: Esa es otra, supongo que te encontrarás a mucha gente que te lee y que se cree que te conoce pero en realidad no te conoce de nada. ¿Alguno se ha decepcionado contigo?

R: Es que es muy difícil que alguien que me haya leído entero no me ame (Risas). Los que me odian son los que han leído sólo columnas puntuales.

P: Cuidado, que aquí tengo titular…

R: No hombre, no me jodas. No me hagas eso, que me arruinas (Risas).

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