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Alberto del Campo: "La Navidad ha sido un momento extraordinario para representar las contradicciones del ser humano"

Historia de la Navidad (El Paseo, 2020) estudia las manifestaciones lúdicas de la alegría navideña y la participación del clero en estas.

El antropólogo Alberto del Campo Tejedor (Sevilla, 1971) sostiene que, "querido o no por la Iglesia", la Navidad es un ejemplo perfecto de sincretismo en el que han confluido numerosas y variadas tradiciones, símbolos y mitos cristianos y, desde su origen, paganos. En su Historia de la Navidad. El nacimiento del goce festivo en el cristianismo (El Paseo, 2020), este profesor de la Universidad Pablo de Olavide estudia, desde la Antigüedad hasta nuestros días, ese cóctel heterogéneo religioso, pero también lúdico, festivo, teatral y hasta satírico –la de coñas que recibe el pobre San José–, y cómo cierto sector de la Iglesia, obispos incluidos, ha participado del espíritu cachondón dominante durante este periodo.

El culto a Sol Invicto, la oposición frontal inicial de la Iglesia a cualquier tradición pagana y sus posteriores adopciones/adaptaciones, las misas paródicas o las de burros, el papel de los locos, las censuras fallidas y las fatales, o la repulsa del protestantismo –tildaron de precristianas y de supersticiones muchas de estas prácticas– y de los ilustrados –consideraban estos usos "herencia de los siglos oscuros del Medievo"– hacia determinadas costumbres navideñas son algunos de los temas que del Campo Tejedor aborda en un ensayo exhaustivo que es un campo minado de curiosidades sorprendentes y con el que se aprende una barbaridad.

LD conversa con el autor de Historia de la Navidad:

P: ¿Sol Invictus es un personaje tan importante como Jesucristo en, al menos, el origen de la Navidad?

R: Aunque los romanos eran politeístas, entre el siglo III y IV el culto a Sol Invicto era una de las principales devociones. Constantino institucionalizó "el venerable día del Sol", como día de descanso. El domingo, Dominicus dies, día del señor, es el día del Sol (Sunday en inglés). Los símbolos paganos y cristianos sincretizaron. En la ermita visigoda de Quintanilla de las Viñas (Burgos), del siglo VII, aún se representa a Cristo explícitamente como Sol. La Natividad se hizo coincidir con el Dies Natalis Solis Invicti, en el solsticio de invierno, cuando la luz le gana la partida a las tinieblas. San Agustín pedía a los creyentes para que no honraran al Sol, sino al "creador del Sol", pero todo indica que la Iglesia hizo la vista gorda para propiciar el encuentro de religiones. Las cuadrillas de verdiales que se llaman a sí mismo "los tontos" el día de los Inocentes aún cantan hoy: "Atravesando pinares / toa la noche he venío / atravesando pinares, / por darle los buenos días / al divino sol que sale".

P: En su libro, la Iglesia aparece como un ente bipolar: por un lado, condena las diversiones, cree que son la semilla del diablo; por otro, las adapta, cuando no las arropa y participa de ellas. ¿A qué se debe esta dualidad tan antagónica?

R: A que la Iglesia no es monolítica. Como en toda institución —un partido político, por ejemplo— hay tensiones entre las diferentes interpretaciones, por ejemplo, sobre la alegría, la risa o las diversiones que han de permitirse al pueblo. Durante siglos, los Padres de la Iglesia, los concilios y los sínodos intentaron limitar las diversiones más escandalosas y sin embargo, una parte de la Iglesia participó activamente y fue gestando, especialmente durante la Navidad, una teología de la alegría pascual. Había razones para considerar las bondades de los festejos ruidosos y la risa durante la Navidad: no solo resultaban difíciles de extirpar, dado que se reconocían como antiquísimos, sino que en honor a la teoría de la eutropelia se consideraba que había que relajar el rigor y la penitencia de vez en cuando, aunque solo fuera para volver a la seriedad y la solemnidad después. Pero existieron muchas otras justificaciones. La Navidad constituía el momento de tránsito hacia el Año Nuevo, y como tiempo liminar se permitían algunas licencias, incluso cierta inversión del orden, de ahí que los escalafones bajos de la Iglesia (niños del coro, diáconos, subdiáconos) aprovecharan para montar fiestas que satirizaban el boato de los altos dignatarios, mientras tomaban el poder efímeramente haciendo realidad, por unos días, aquello de "los últimos serán los primeros". Así pues, los desórdenes festivos no fueron solo una adaptación de las libertates decembricae romanas, sino que tuvieron su justificación teológica.

P: Desmitifica la imagen de un Medievo clerical "solamente lúgubre y austero, enemigo siempre de las diversiones y la risa". Para un profano (como yo), quizá sea la parte más sorprendente del libro.

R: El Medievo es el momento de agrias polémicas sobre si Cristo había reído o no y también el de la pastoral del miedo, cuando la Iglesia inventa el Purgatorio y crea imágenes y discursos terroríficos para administrar la salvación. Sin embargo, también es el momento en que se celebran fiestas ambiguas, como la fiesta del asno, en que los clérigos suplantaban la autoridad del oficiante por un burro que rebuznaba. Nos han llegado bastantes parodias eclesiásticas porque los monjes las conservaron, de la misma manera que fueron hombres de Iglesia quienes en el Medievo y el Renacimiento, y aun siglos después, siguieron creando autos navideños en que los pastores bobos e irreverentes se burlaban a veces de los doctos e hipócritas teólogos. La Navidad ha sido así un momento extraordinario para representar las contradicciones del ser humano, la lucha entre el bien y el mal, la luz y la oscuridad, y aun para reivindicar ciertos mensajes que resultaban transgresores.

P: ¿Y por qué los locos son tan importantes en su relato?

R: El loco fue uno de los personajes principales de la Navidad. Los clérigos celebraban festa stultorum, fiestas casi carnavalescas, en las que comían morcilla debajo del altar, jugaban a las cartas o sustituían el incienso por la quema de suela de zapato. Especialmente los subdiáconos mostraban su regocijo alocado so pretexto de la loca alegría por Jesús, a la par que ponían patas arriba las convenciones que les mantenían alejados del poder. Por unos días, se elegía un pontifex stultorum o un episcopum puerorum que reinaba efímeramente, de la misma manera que en las aldeas se rendía honores al tonto del pueblo, coronado como como rey de faba o rey de burlas. El loco representaba, como ningún otro personaje, diferentes y ambiguos mensajes, y muy especialmente la tensión entre el bien y el mal, la inocencia y la culpabilidad, la virtud y el pecado. Herodes es un loco furioso, maligno, pero hay otros locos, los inocentes, los niños, los desvalidos, por los que Cristo vino a nacer en un pobre pesebre. El loco es también el visionario, el loco-medium, como San Francisco, que es capaz de ver más allá, el sabio, pues el auténtico conocimiento —el de Dios— escapa al entendimiento humano, como decía San Pablo. Y por supuesto el loco es también el bufón que en épocas de licencia, como la Navidad, nos dice las verdades como puños, aunque molesten al poder y agiten la heterodoxia. Ahí radica su liminaridad y su ambivalencia; ahí está la base de las contradictorias sensaciones que provoca: el miedo y el asombro, así como el ambiguo estatus que se le reconoce fruto de ser un hombre escogido para mostrar los males y las contradicciones del mundo. Es el chivo expiatorio, al que hay que azotar o tirar piedras, como fue común durante toda la Edad Media y aun en los siglos posteriores, pero también es el pobre loco —como símbolo del pecado original y aun de las necedades, excesos y vicios del hombre— que padece por todos nosotros, tal y como hizo Cristo al nacer en el pobre pesebre y morir en la Cruz.

P: ¿Por qué fue más permisivo o, si lo prefiere, menos censor el catolicismo que el protestantismo con las celebraciones navideñas?

R: Las fiestas navideñas, con toda su mezcolanza sagrado-profana y singularmente con diversas manifestaciones de jocosidad, le parecían al protestantismo pura idolatría, al igual que los rituales que desarrollaban el culto a las imágenes. En el siglo XVII, los puritanos ingleses quisieron abolir la Navidad, hasta que la restauró Carlos II en 1660. La disciplina, la competitividad, el aprovechamiento del tiempo, el hombre serio hecho a sí mismo… todo ello son valores protestantes que minaron las fiestas más dionisíacas, aquellas que Nietzsche consideraba más propias de la "animalidad mediterránea". El consumismo actual en las Navidades es fruto, en gran medida, de la hegemonía anglosajona y de un concepto de la Navidad que ha olvidado no solo su sentido transgresor sino también que la extraordinariedad del momento se ha vivido durante años —como sigue ocurriendo en muchas fiestas populares— obligando al rico a redistribuir sus bienes, mediante la implícita amenaza de dedicarle unas coplillas satíricas, como se ha hecho en la Alpujarra cuando las parrandas cortijeras visitan las casas pudientes, improvisando coplas de agradecimiento cuando reciben buena acogida, y censurando la tacañería del anfitrión cuando se negaba a compartir en unas fechas en que los ricos y poderosos deberían emular a un Cristo que optó por los pobres.

P: Para finalizar, una referencia a los ilustrados, a quienes les disgustaba la parafernalia de villancicos, música y cantares en la iglesia, que la consideraban "herencia de los siglos oscuros del Medievo". ¡Pero si, por lo que cuenta, la Iglesia nunca fue más punkarra que entonces!

R: Decía Octavio Paz que tenemos fiestas por la misma razón por la que no tuvimos Ilustración. El racionalismo ilustrado fue efectivamente contrario a los excesos cómicos, las fiestas y, en general, una religiosidad que se consideraba enemiga de la productividad y el progreso. Sin embargo, y a diferencia de otros lugares de Europa, nuestros ilustrados no solo no tuvieron el poder para erradicar muchas de las costumbres lúdicas y festivas, sino que, herederos de una antigua tradición jocoseria que tuvo en el Barroco uno de sus momentos culminantes, tenían incluso ciertas simpatías por las costumbres populares. Iglesia y pueblo se encontraban íntimamente entrelazados en instituciones como las cofradías. Para convencer, la Iglesia se asentó sobre el sustrato campesino. Por ejemplo, la creencia en las ánimas benditas no hubiera cuajado con tanta fuerza si la Iglesia no hubiera alentado cofradías en las que el pueblo camuflaba ciertas diversiones como pujas, rifas, bailes y cuestaciones, como las que aún hoy llevan a cabo las cuadrillas de ánimas benditas que van cantando por las calles, mientras que personajes alocados como los inocentes y los cascaborras hacen de las suyas. En Puebla de Don Fadrique (Granada), pero en muchos otros lugares de España, podemos aún hoy vivir un espíritu festivo navideño que está lejos de la banalización e infantilización a la que se ha sometido a la Navidad, no por casualidad, en los últimos años. También en eso, Spain is different.

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