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Asombro y desencanto o de cómo Jorge Bustos se destapa como un excelente escritor de viajes

El periodista de El Mundo publica el relato de como descubrió Castilla y Francia en su obra más literaria hasta ahora. Un gran libro de viajes.

Tengo que empezar por confesarles que los dos territorios que recorre Jorge Bustos en Asombro y desencanto (Libros del Asteroide), lo que podríamos denominar una Francia esencial y la Mancha más quijotesca, han sido también para mí descubrimientos tardíos y casi diría que historias de amor viajero; vamos, que me encantan, por decirlo claramente, y quizá eso enturbie mi juicio sobre el valor de un libro por cuyas páginas casi viajo yo tanto como su autor.

No obstante, dicho lo anterior, la verdad es que tiendo a pensar que no es así y que si el libro me ha gustado y me ha gustado tanto -ya les he dado el espoiler de toda la crítica, pero aún así les animo a seguir leyendo hasta el final- es efectivamente porque ese es su auténtico valor y mi juicio no cambiaría mucho si se tratarse de rutas por Eslovaquia, por poner el primer ejemplo que se me ocurre.

Lo cierto es que siempre he pensado que lo importante del periodismo de viajes -esa "esencia del periodismo" como lo denomina el propio Bustos al principio del libro- no es tanto de dónde estés hablando sino cómo, así que por mucho placer que me produzca re-recorrer lugares que yo mismo he visitado, creo que son otras cosas las que me han hecho devorar con avidez y deleite Asombro y desencanto. Se las explico.

Viajar de verdad

La primera de ellas es la actitud viajera del autor, que recorre Castilla, esa Castilla tan nuestra y tan cercana que a veces casi no la miramos, con los mismos ojos inquietos y la misma capacidad de sorpresa para la que otros necesitarían adentrarse en la selva de Borneo o contactar con tribus amazónicas que no hubiesen visto al hombre blanco. Ese asombro del título que "es la primera condición del conocimiento" marca de verdad la diferencia entre un gran viajero y alguien que simplemente se desplaza por el planeta como un dedo se mueve por un mapa.

Bustos se asombra y disfruta la sorpresa de cada descubrimiento, dejando muy atrás esa actitud tan snob de tantos presuntos viajeros que para dar a entender que han descubierto algo necesitan demostrarnos a cada capítulo que ha ido más lejos que nadie, han hecho y comido cosas mucho más raras que nadie y su hostal, mugriento pero ‘auténtico’, es el que más chinches tiene de todo el sureste asiático.

La segunda de las grandes virtudes del libro es, quizás, algo más obvia: una prosa fácil, cómoda y que va llevándonos de página en página sin la cursilería tan habitual en el (mal) periodismo de viajes, pero que tampoco se niega a subir la apuesta literaria en frases descriptivas y líricas –"Arde el día como si la Tierra hubiera dejado de girar"- o en momentos, como la visita a la Venta de la Inés, de gran intensidad y enorme densidad.

Y por supuesto también está el humor, un humor irónico y socarrón pero sin maldad, que no maltrata más de algunos mitos caducos –"por el humor del porro se sabe dónde ha triunfado definitivamente el capitalismo"- o incluso se ríe de si mismo como cuando, quizá parafraseando a un Woody Allen traído a La Mancha, al terminar unas "mollejas de cordero con habas y croquetas de rabo de toro" confiesa que le "entran ganas de embarcar para Indias".

Dos viajes, un libro

Como ya hemos dicho, Asombro y desencanto reúne las crónicas de dos viajes distintos y, además, separados por varios años en el tiempo. Hasta el autor confiesa que entre ambos hay grandes cambios en él como persona y como escritor: "El narrador del viaje a Francia, cuatro años después, es otro", le decía a Jesús F. Úbeda en la entrevista publicada en Libertad Digital.

También son muy diferentes los espacios recorridos y hasta el propósito de ambos viajes, pero Asombro y desencanto no pierde con todo ello una cierta sensación de unidad, no termina uno teniendo el regusto de haber leído un libro de retales.

Por último, Bustos ha decidido cerrar su obra con un epílogo en el que yo creo que se concentra buena parte del desencanto del título. Unas pocas páginas en las que reflexiona con hondura sobre el hecho de viajar, la importancia que tiene para formar mentalidades adultas y la situación en la que nos vemos en la pandemia, pero no sólo en la pandemia.

Se da la paradoja de que estoy de acuerdo con casi todo lo que dicen estos últimos párrafos, en los que se destilan ideas de valor, por ejemplo, en estas líneas sobre la corrección política: "Para no herir sensibilidades primero hay que disponer de una sensibilidad, entrenada en el gimnasio de la comprensión lectora. Una vez en posesión de una sensibilidad hecha y derecha, resulta mucho más difícil que la hieran las gilipolleces. O que te tiente el miserable negocio de la identidad".

Me gusta lo que dice Bustos aquí y cómo lo dice, pero quizá hubiera preferido que no lo hubiera dicho, ahorrarme esa parte del desencanto y disfrutar despreocupadamente, aunque no del todo, del asombro y la maravilla que nos transmite al viajar, esa actividad tan divertida, esa escuela tan imprescindible, esa faceta de nuestras vidas que tanto las mejora y que, ay, esperemos no haber perdido para siempre.

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