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Francisco Umbral, la prosa lírica de un renovador del lenguaje

Fue elogiado, admirado, envidiado, como asimismo objeto de feroces críticas adversas por tantos enemigos como se creó a conciencia.

Fue elogiado, admirado, envidiado, como asimismo objeto de feroces críticas adversas por tantos enemigos como se creó a conciencia.
Paco Umbral, escritor. | Cordon Press

Francisco Umbral fue el articulista mejor pagado de su tiempo, seguido por miles de lectores en sus columnas de El País y El Mundo y un febril escritor de libros de muy diversos géneros. Tantos publicó, superando el centenar, que podría atribuírsele aquel antiguo dicho: "Escribe más que Alfonso el Tostado", que fue un clérigo abulense al que se le atribuye una densa obra literaria, posiblemente en número superior a la teatral y poética de Lope de Vega.

El caso de Umbral es digno entre sus contemporáneos, elogiado, admirado, envidiado, como asimismo objeto de feroces críticas adversas por tantos enemigos como se creó a conciencia. Puede situársele entre Quevedo y Ramón Gómez de la Serna, o admitiendo su escritura como pariente de Valle-Inclán y de Marcel Proust; poéticamente deudor de Rimbaud, Baudelaire... Delibes fue uno de sus maestros, aunque eran distintos. Más próximo lo fue de Cela, de quien recibió asimismo magisterio. Y en el articulismo, César González-Ruano fue al principio su mejor espejo. Algo habría que añadirle también de Agustín de Foxá. En todo caso, con una voz personal, un prosista superdotado, con un lenguaje sin imitación posible, al punto de que no es fácil traducirlo a ningún idioma.

Pero, aquel Umbral que entre la década de los 70 y los 90 pasaba por ser uno de los escritores más conocidos y leídos (aunque bien sabemos que se inventó un personaje que ganó popularidad al margen de sus obras), ¿está hoy olvidado o aún se le recuerda? El caso es que se han reeditado en los últimos años algunos de sus libros, se publicó Carta a mi mujer, que él nunca quiso darlo a la imprenta y en este mes de abril ha salido a la venta un volumen que recoge la correspondencia que sostuvo con Miguel Delibes, aprovechando el centenario del autor vallisoletano. La Fundación Francisco Umbral, que preside su viuda, María España, sin duda es la entidad encargada de que su nombre no acabe poco a poco en el olvido, como por desgracia suele ocurrir siempre con muchos grandes de la pluma.

Narrativa, poesía y ensayo

La bibliografía de Francisco Umbral se ramifica fundamentalmente en tres géneros: narrativa, poesía y ensayo. Hay quien le añade los artículos, por supuesto, las memorias, los diarios y las misceláneas. En su obra en prosa existe una constante autobiográfica, aunque con la licencia literaria de todo autor, que él partía de su fantasía creadora, mezclando realidad y ficción. Los cuentos de su primera época, recogidos en su primer libro, Tamouré, en 1965, son espléndidos. Por cierto, ese título, de uno de sus relatos, respondía al de un ritmo musical de moda entonces. Volumen premiado con el Gabriel Miró, prestigioso galardón en memoria del escritor alicantino.

Lo que aconteció después en su producción posterior lo situaba dentro de un costumbrismo castizo y barroco: Balada de gamberros, Travesía de Madrid, donde con felices recursos narrativos nos introduce en la jerga de la capital, sus lugares más representativos, sin obviar el lumpen, lo marginal. Umbral se convierte en uno escritor madrileñista, en la onda pasada de Mesoneros Romanos, incluso Mariano José de Larra. O de un contemporáneo como lo fue Emilio Carrere. A Fígaro le dedicó un sorprendente ensayo también en 1965, Larra, anatomía de un dandy, que le publicó Alfaguara, gracias a Camilo José Cela, que tanto ayudó a Umbral a poco de llegar a Madrid, de igual modo que el poeta garcilasiano José García Nieto le proporcionó un puesto en Cultura Hispánica para pagarse las pensiones donde dormía.

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Frente al romanticismo decadente, lo que aportaba Umbral en aquel libro era la protesta y rebeldía de Larra criticando las costumbres de una sociedad anclada en el pasado, dormida. Había pensado titularlo El chaleco de tisú de oro, como luego, mucho tiempo después, subtitularía la biografía y estudio de la obra de Valle-Inclán Los botines blancos de piqué. Umbral, siempre original en ese cometido, el de los títulos.

Estaba algo obsesionado con Larra, con sus artículos de costumbres… y malas costumbres, apuntaba. Contaba, probablemente fantaseando, que un día se dirigió a la Sacramental de de San Justo, plantándose, con actitud severa ante la tumba de Mariano José, en un febrero frío y desapacible, cuando se le acercó el ejecutivo de una funeraria con la intención de venderle un nicho. A Paco ¡que no tenía un duro y se alimentaba de bocadillos de calamares!...Umbral, con ese relato irónico e insistimos que posiblemente inventado, concluía que aquel caballero se despidió dejándole una tarjeta: "Por si acaso...", musitó el desconocido. Humor negro, que a veces acostumbraba nuestro personaje.

Llegado 1970 es cuando Francisco Umbral arma un escándalo con El Giocondo. Tuvo que recurrir a José Manuel Lara para que lo publicara en Planeta, porque otros editores se temían la furibunda reacción de cuantos personajes aparecían en el libro, con falseados nombres aunque fáciles de identificar: actores, pintores, artistas, personaje de la vida social española, a muchos de los cuáles había conocido en el café de Gijón del madrileño paseo de Recoletos. Era el retrato de la noche madrileña, sus antros, el puterío, gentes de mala vida, rameras y homosexuales… No hay estructura de novela propiamente dicha. Aquello a lo que Unamuno se refería como nivola, en vez de novela. Que es lo que Umbral haría en adelante, sin sujetarse a la técnica de ese género. Como Camilo José Cela, para qué vamos a engañarnos. Salía una marquesa, que en la vida real resultaba ser amante de un ministro franquista de Obras Públicas. Y actores tan conocidos como Paco Rabal y María Asquerino, entre un montón de faranduleros. A Delibes no le gustó El Giocondo, pero se vendieron muchos ejemplares que le sirvieron a Umbral para alcanzar sus primeros capítulos de gloria. A cambio recibió amenazas y algún mojicón. Los dueños del Gijón le rogaron que se abstuviera de pisar el local por una temporada. Los lectores se preguntaban quién era aquel Giocondo. Quizás el propio autor se había autorretratado en buena parte.

'Memorias de un niño de derechas'

De 1972 es Memorias de un niño de derechas, donde se ve con claridad su insistencia en hablar de sí mismo, su visión por supuesto. Él lo razonaba así: "Mi camino es contar mi yo". No se trataba de vanidad, comentaría, sino de la conciencia ya muy temprana de que "la mejor novela por contar está en la vida de cada uno. Mi modelo ha sido siempre Proust". Volvemos a aquello que apuntábamos de que Umbral mezcla realismo (menos) y ficción (más) en la mayoría de sus obras. Y se refería a quienes como Gabriel García Márquez "no lo puedes sacar de Macondo. Allí en su infancia, en su vida está realmente su mundo. O Thomas Mann en La montaña mágica. Faulkner no salió de su villorrio, ni Proust de su barrio de París". Si sus novelas no siguieron nunca la técnica del género, lo hacía a propósito: "Cuando me pongo a escribirlas me pongo autobiográfico". Pero será por lo general el memorialista imaginativo. Ya no es lo que dice, sino cómo lo dice. Se creó un personaje, insistimos. Un escritor sin género. Él era pura literatura. Transgresor la mayoría de las ocasiones.

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La madre del escritor es una obsesión en Umbral. Aquel fecundo, para él, año 1973, alumbró Los males sagrados, que le publicó Planeta. Descubre su fascinación por Greta Garbo. La misteriosa actriz sueca es simbolizada en varios de sus libros como su propia madre. Paco se siente "hijo de Greta Garbo", como titularía en 1982 otro de sus libros. Pero en el citado anteriormente, está cautivado por la belleza. De su madre, por supuesto. Y los males sagrados vienen a ser para él males malditos. Se explaya con el hijo bastardo. En esa adjetivación no hace sino recrear su propia identidad: él era fruto de los amores adulterinos de su madre con un rico empresario cordobés, apellidado Urrutia, quien estando casado, se negó a reconocerlo. Paco llevó los apellidos maternos, Pérez Martínez. Umbral fue el seudónimo que eligió como apellido literario. Cuanto relata refiriéndose a su madre, él reconocía que la retrataba imaginativamente: "Puede que todo es mentira, que ella no era así".

Su consagración

En 1975 Francisco Umbral se consagra con Mortal y rosa. Es su mejor obra, aunque cuando salió a la calle el libro no tuvo esa consideración hasta pasado un tiempo. Una prosa lírica en la que volcaba su infinito dolor por la muerte de Pincho, el único hijo que tuvieron él y María España, fallecido cuando aún no había cumplido seis años. Publicado por Destino, pues no tenía exclusividad que se sepa con ninguna editorial. La maestría de su estilo es evidente. El niño, al parecer, fue víctima de un error al ser vacunado, lo que le produjo una fatal leucemia. Toda la vida de Umbral estuvo teñida de luto perpetuo que llevó en el alma, dejándonos su angustia en ese lirismo nunca superado por ningún escritor de su generación en Mortal y rosa. Ahí está "todo Umbral" de su literatura.

En Mis paraísos artificiales juega de nuevo con sus vivencias. Con una salud quebradiza, nos contaba en sus artículos cómo escribía ante su Olivetti ayudado por la ingestión de optalidones que mezclaba con sus bebidas. Tenía a mano siempre una botella de agua mineral. Hubo una época que dejó de beber su habitual y diario vaso de leche y se dio al whisky. No hay constancia de que se sirviera de alguna droga para alimentar sus fantasías literarias. Aquel título lo tomó de un poema de Baudelaire. Repleto de recuerdos familiares. Esos paraísos eran para el poeta galo la marihuana y la bebida. Umbral contaba que los suyos eran otros, partes de su cuerpo.

Las ninfas, asimismo editada en 1975, es la última obra con la que culmina su trilogía vallisoletana, donde se explaya con supuestos recuerdos de la ciudad donde vivió sus años de adolescencia y juventud, y la retrata en un ambiente sórdido de meretrices y fulanos a través de un quizás alter ego, al que da el nombre de Julián Sorel, como en otras utilizaría el de Francesillo. Las ninfas le proporcionó el premio Nadal y sus ventas superaron los cien mil ejemplares. Los críticos volvieron a catalogarlo como un escritor que no sabía novelar. Ya era un bestseller en un país como el nuestro donde tan poco se ha leído siempre. Con La noche que llegué al café Gijón, de 1977, consiguió también un revuelo importante contándonos interioridades, otra vez, de la gente que conoció en el centenario café literario. La vida del escritor llegado de provincias que encuentra allí a algunos de sus ídolos y a otros que le son adversos. Recurre por enésima vez a su autobiografía.

Cuanto sucede en adelante se escapa del espacio de nuestro artículo. Decenas de libros donde sigue contándonos historias con el yo por delante: Diario de un escritor burgués, A la sombra de las muchachas rojas, Trilogía de Madrid, espléndida visión de la ciudad...Pío XII, la escolta mora y un general sin ojo, título tan comercial, defrauda un tanto, pero es premiado y obtiene también buenas ventas. Y continúa recurriendo a estampas de la guerra, de la postguerra, en Leyanda del César visionario, Madrid 1940 y algunos otros. El término guerracivilismo es incorporación de su caletre al lenguaje propio. Nos cuenta que su madre era azañista, del hambre que pasó a su vera, que hizo estraperlo con pan blanco porque de un pueblo les mandaban hogazas que él revendía a las puertas de un mercado de Valladolid. Y del padre al que apenas conoció dice "que era como yo, pero en guapo, igual de tipo igual de andares".

Francisco Umbral publicó Las palabras de la tribu y Diccionario de Literatura Española Contemporánea en 1985 donde dejaba para la posteridad sus filias y sus fobias con escritores que no le gustaban. Ponía de vuelta y media a Pío Baroja, Azorín, Antonio Machado, Cernuda, Rosa Chacel, Salvador de Madariaga, Ortega y Gasset y a otros ilustres intelectuales, para ensalzar a sus más próximos, Cela por supuesto. Caprichoso e irreal, calificó esta obra el crítico Rafael Conte. Pero es que Umbral era así. En sus artículos de El País (Spleen de Madrid) o en El Mundo (Los placeres y los días) se permitía calificar a personajes de la vida literaria, artística y social como le venía en gana, con adjetivos denigrantes a veces. No se libró Pedro Laín Entralgo de sus invectivas, ni Fernando Lázaro Carreter, que tanto lo había apoyado. Con lo cuál se cerró para siempre su entrada en la Real Academia de la Lengua, su obsesión final. Él se lo había buscado, con tantos enemigos entre académicos y escritores. No obstante fue galardonado con el Planeta, González Ruano, Mariano de Cavia, el de la Crítica, el Nacional de las Letras Españolas, el Príncipe de las Letras Españolas y el Cervantes, que tanto desdeñó… hasta que se lo otorgaron a él.

Ya muy enfermo, entregó su original de Un ser de lejanías, fechado en 2001. Cuatro años después apareció Días felices en Argüelles, que cierra su bibliografía, aunque dejara inédito otro, Carta a mi mujer, aparecido después, en 2008, cuando ya había muerto, por expreso deseo de María España, a la que dedica todas sus páginas, cuando nunca lo había hecho antes en ningún artículo siquiera: la mujer que compartió cuarenta y ocho años, que era su bastón, su ayuda permanente. Y estos días está en los escaparates el libro que recoge la correspondencia entre dos gigantes, Delibes y Umbral. La última misiva de Miguel a su dilecto amigo es del 28 de agosto de 2007, el mismo día de la muerte de Paco, dirigida a su viuda: "Vivo contigo este día minuto a minuto". Era el adiós a un ser contradictorio, pero sin duda genio de nuestras letras.

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