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'Arábica', de Pablo Cerezal: el último tsunami literario de un escritor puro

Su lectura trastoca, mece, eleva y hunde. El autor sabe escribir y juega con las palabras de una forma original y personalísima.

Cuando quiere referirse al "establecimiento donde se vende y toma café y otras consumiciones" (DRAE), Pablo Cerezal (Madrid, 1972) estampa sobre el papel la palabra "Café" como don Ramón Gómez de la Serna, con una mayúscula inicial, "en rebeldía con la regla académica", venerando a ese "salón de la holganza espiritual" donde se dilucida "lo divino y lo humano". El protagonista de su última novela, Arábica (Chamán Ediciones, 2021), responde al nombre de Munir. Es un periodista marroquí cafeinómano que, con el propósito de escribir un libro, recorre algunos de esos lugares, en palabras del autor, "de germinación de ideas, revoluciones y corrientes filosóficas o artísticas" más emblemáticos de Europa y África, como Le Procope, de París; el Kiva Han, de Estambul; el Central, de Viena, o el Gemmaizeh, de Beirut.

Quizás –el adverbio es importante–, Arábica trate sobre un tipo que se siente extranjero esté donde esté y que termina comprendiendo que, al final, su país –en este caso, Marruecos– es el único lugar en el que se acaba sintiendo como en "su único y verdadero hogar". Aunque en menor medida, la historia también orbita en torno a otros dos personajes: Tiziana, una prostituta de la que Munir está enamorado, y Francesco, un amigo del protagonista que trabaja en una portería y al que, leyendo a Genet, le surgen dudas sobre su orientación sexual.

Utilicé un "quizás" para referirme al argumento de Arábica porque ésta es una obra que se desparrama –desborda el género novela y, en ocasiones, muta en ensayo y en prosa poética–, que se escurre en el qué y que centra su atención en el cómo, en la narración. Cerezal escribe muy bien, se nota que lo sabe y lo aprovecha: domina la adjetivación, el uso sin abuso de las metáforas y los cambios de ritmo. El lector que busque una historia que atrape no la encontrará en este libro. En ese sentido, Cerezal es lo contrario a Stephen King. Sin embargo, la persona que se sumerja en Arábica sí que hallará a un escritor puro, a un maravilloso domador de palabras. Da la sensación de que el autor habla de lo que entiende él por literatura cuando cuenta cómo se siente su Francesco al leer a Un cautivo enamorado, del ya citado Genet:

…en cuyas páginas quedó definitivamente preso, absorto, transido de gozo al encontrar lo que, tal vez sin comprender, siempre había deseado de la literatura: la anotación, la desconexión, el hilo sin hilo argumental ni argumento ni falta que le hace a lo que desea ser expresado y revienta como flor venenosa o carnívora que deglute pastiches y racionalismos con el único ánimo de expresar lo inexpresable: la vida en desarrollo, el dolor y la herida, el ansia y el capricho, la rebeldía y el desperdicio, la vida, así, tal cual, sin ambages.

Además, por las páginas de Arábica pululan, entre otros, Camus, Sartre, David Bowie, la cantante egipcia Oum Kalthoum o Robert Plant. Aviso: no es un libro fácil, requiere de una digestión lenta. Hay que cogerlo con ganas, tiempo y, hasta cierto punto, vocación. Por otro lado, el lector que conecte con la obra quedará prendado de ella. Su lectura trastoca, mece, eleva y hunde. Insisto en lo de que Cerezal sabe escribir y juega con las palabras de una forma original y personalísima. Y eso, en los tiempos de la literatura al peso –al peso de los seguidores en Instagram, quiere decirse–, no es mal elogio para un escritor.

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