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De Pericles a Zelenski: discursos que escribieron la historia

El filólogo e historiador Javier Alonso López analiza una serie de discursos históricos fundamentales en su último libro.

El filólogo e historiador Javier Alonso López analiza una serie de discursos históricos fundamentales en su último libro.
Zelenki habla ante los diputados y senadores de Estados Unidos | YouTube

Hay una escena en el Julio César de Shakespeare, concretamente la segunda del tercer acto, en la que Marco Antonio consigue movilizar al pueblo contra los tiranicidas sin dejar de subrayar repetidamente la honorabilidad de todos ellos. Es una cosa brillante porque además empieza a hablar después de Bruto, cuando las razones de los conspiradores parecen haber calado en la gente y él todavía corre el riesgo de verse peligrosamente identificado con el hombre al que había sido necesario asesinar para salvar Roma. Sus artimañas son extraordinarias y no sería raro que hoy llenasen el perfecto manual del asesor político. Pero sobre todo son elocuentes. Demuestran que para lanzar un discurso exitoso no es necesario llevar indudablemente la razón, pero sí estar delante de una audiencia dispuesta a convencerse de que puedes llegar a tenerla.

El suyo es un caso extremo. Otros lo tienen más fácil. Pericles pronunció su famoso discurso en los funerales de los combatientes atenienses fallecidos durante el primer año de la guerra del Peloponeso siendo el líder indiscutible, la personificación del ideal de la ciudad que se vanagloriaba de ser la luz del mundo. Juntando el dolor por las pérdidas, el miedo al enemigo espartano y la convicción compartida de que la causa más noble —la suya, naturalmente— debía vencer siempre, no le tuvo que resultar demasiado complicado aglutinar en torno a sí los ánimos de aquellos compatriotas necesitados de un cabo que les salvase de la incertidumbre.

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Años después fue Aristóteles el que desglosó cuáles eran los elementos fundamentales de la persuasión. Lo dejó escrito en su Retórica. Las claves para resultar convincente pasaban por saber despertar la emoción del oyente, hacerle creer en la autoridad de quien ha tomado la palabra, apoyarse en razonamientos bien estructurados y aprovechar el momento y lugar adecuados para sacarle partido a cada uno de los ingredientes anteriores.

Esa es la fórmula que ha utilizado Javier Alonso López, filólogo semítico e historiador, para analizar varios ejemplos como los citados en Discursos históricos (Arzalia). "En el libro hay tipos de todo pelaje", explica en una conversación telefónica. "Si algo nos demuestra la historia es que persuasivos han sido tanto personajes que pueden parecernos justos como locos y fanáticos". La moral no es una buena perspectiva desde la que acercarse a ninguno de los grandes oradores que han marcado el pasado, ya que todos ellos trataron de hacerse pasar por buenos, o por lo menos necesarios, de cara a sus oyentes. Mejor sería hablar de efectividad. O, lo que es lo mismo, del talento que tuvieron para utilizar las emociones en su propio beneficio.

"Los hombres tenemos la necesidad de creer en lo que sea", explica. "Buscamos respuestas sencillas a problemas complicados. Nos aglutinamos alrededor de discursos, de religiones e ideologías que pueden ser mentira, en la mayoría de ocasiones. Los discursos funcionan, sobre todo, por el componente emocional. El pathos, que describió Aristóteles. Y la verdad es que nos gusta ser conquistados. Nos gusta ser emocionados. El hombre no es un animal racional, como solemos decir. Somos animales emocionales que de vez en cuando razonamos". Tanto es así, sostiene, que el componente racional a veces es hasta prescindible. "Hay ejemplos históricos, como el ‘¡No pasarán!’ de la Pasionaria o el discurso de Hitler en el congreso del partido en 1934, en el que el logos, las razones objetivas, es prácticamente inexistente". "La Pasionaria lo pronunció de manera improvisada, con la guerra recién iniciada y sin tiempo que perder. Se dedicó a hilvanar medias verdades con medias mentiras, con el único objetivo de llamar a la gente a la resistencia contra el enemigo. Es un discurso rápido, puramente emocional, que sin embargo se convirtió en un mito. El de Hitler, por el otro lado, estaba mucho más trabajado, pero funcionó igual. Las razones a las que aludía se sostenían únicamente en la emoción nacionalista". En resumen: "Puede existir un discurso exitoso que no tenga logos, pero no uno que no tenga pathos".

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Por eso el momento, o kairos, es tan importante. "La mayoría de los discursos que he seleccionado fueron recitados en momentos dramáticos, ante una audiencia predispuesta a escuchar lo que se fuese a decir". Y el lugar también es fundamental. "Los discursos funerarios de Pericles o Lincoln, por ejemplo, no habrían tenido el mismo efecto de no ser pronunciados en un cementerio". Marco Antonio, Jesucristo, Hernán Cortés, Churchill, Hitler, Gandhi. La lista es larga pero tiene elementos comunes. "La mayoría de ellos ya habían demostrado su valía. Tenían el ethos de su parte, o la autoridad moral para hablar y ser escuchados", dice. Otros no lo tuvieron tan fácil, aunque supieron revertir las tornas con sus palabras. "Churchill, por ejemplo, estuvo marcado casi toda su vida política por el desastre de Galípoli. Pero en el año 40, cuando fue elegido Primer Ministro, podía sustentar su autoridad a través del juego de la oposición. La postura contraria a la suya, que abogaba por el apaciguamiento contra Hitler, se había demostrado errónea. Él sólo tenía que recordarle a la gente que había defendido todo lo contrario". A partir de ahí, aprovechando el momento dramático de una guerra aparentemente perdida, supo encauzar la emoción del país y afianzar la resistencia que habría de llevarlos a la victoria.

Zelenski y Putin

La guerra de Ucrania nos ha dejado también una batalla discursiva entre los líderes de los dos países enfrentados. "Y esa batalla sí que la ha ganado Zelenski", explica Alonso. La evolución tecnológica ha cambiado la forma en que los oradores intentan persuadir a sus oyentes. La gente, además, está saturada de mensajes y discursos políticos, así que saber aprovechar todas las herramientas que ofrecen los medios de comunicación es fundamental. "Zelenski es consciente de que le están grabando en todo el mundo. Por eso aparece así, con su camiseta militar, mientras dirige su mensaje a Occidente y a los ucranianos, pero se pone el traje si se dispone a hablar de forma institucional a la población rusa. Ahí ya no está hablando de compatriota a compatriota. Ahí está hablando como presidente de un país. Luego, al mismo tiempo, hace una serie de pequeños vídeos, que parecen de TikTok, diciendo que no se ha ido, que sigue en Kiev, que no se va a ir de allí. Está jugando con todo. Todo eso, hace unos años, no habría tenido absolutamente ningún sentido. Es un maestro, desde luego. Viene del mundo del espectáculo y se nota. Lo domina".

Por el otro lado, "el problema que tiene Putin es que es mucho más fácil tener un discurso exitoso desde una posición de víctima". Y su supuesto esfuerzo por desnazificar Ucrania y salvar a los rusohablantes no ha resultado convincente. "Putin recuerda más a la posición de Hitler. Es decir, la de alguien que, desde el poder, intenta todavía parecer víctima. Y eso es mucho más complicado. Te lo pueden comprar los tuyos, los que ya están convencidos, pero no vas a convencer a nadie más". Además, su utilización de los medios y su forma de dirigirse a la opinión pública no despierta ninguna empatía. "Hitler en eso fue muchísimo más innovador. Utilizaba el cine. Ensayaba sus gestos, sus tonos de voz, todo, consciente de que estaba siendo grabado".

Para Javier Alonso López, Putin juega con la ventaja, dentro de Rusia, de haber suprimido la palabra de la oposición. Pero fuera de su país, su discurso se ve obligado a apoyarse constantemente en el logos, en vez de en el pathos, lo que le resta efectividad. "Para que alguien defienda la postura de Putin tiene que argumentar. Colocarnos un mapa, decirnos que Rusia está rodeada y necesita defenderse, contraargumentar contra quienes rebaten sus posturas, etcétera. En cambio, con Ucrania, nos sentimos ucranianos. Y al final lo que nos pide el cuerpo es ayudar a los débiles que están siendo sometidos". No quiere decir con eso que no existan razones para posicionarse de lado ucraniano. "Para identificarse con Ucrania también hay logos, por supuesto, pero el pathos decanta la balanza". Termina haciendo una consideración sobre Zelenski y el valor intemporal de su discurso. "Es un mensaje potente, desde luego. Y si le acaban matando, en mi opinión, terminará convirtiéndose en un mito. Así que speremos por su bien que no lo sea".

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