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Jorge Freire: "Reivindicar el consenso es típico de dictadores"

El filósofo publica Hazte quien eres, un código de buenas costumbres para la vida hacendosa.

Cultivar nuestro jardín. Cultivarse a uno mismo. Dominarse. Conseguir llevar las riendas de la propia vida. Vivir en consonancia con quien se es. La dura brega de la existencia a veces nos resulta contraintuitiva, como si la experiencia tuviese siempre que venir a explicarnos que los impulsos más primarios suelen desbocarse y extraviarnos, impidiéndonos disfrutar de lo que ansían. En Hazte quien eres (Deusto), el filósofo Jorge Freire ofrece su propio código de buenas costumbres. Una propuesta sin pretensiones, apoyada sin embargo en las aportaciones de algunos de los pensadores más influyentes del canon occidental. Y un recordatorio de una realidad tan simple como olvidadiza: estamos aquí para conquistarnos. Hablamos con él:

Pregunta: ¿Qué raro es eso de tener que hacerse a uno mismo, no?

Respuesta: Sí, la verdad. Para qué engañarnos. Parece una cosa tautológica. Si yo soy quien soy, ¿cómo voy a tener que hacerme? Me dan ganas de darte la razón porque, últimamente, no hago más que pensar acerca del carácter, y me doy cuenta de que el carácter no cambia. Lo que pasa es que, desde mi punto de vista, el carácter tiene aristas que uno siempre puede ir limando. Yo en el libro cuento, un poco de broma, que las personas que no se liman el carácter acaban siendo como cantos rodados, desgastados, pulimentados por la vida. Yo sí que creo que es necesario cincelar el carácter, pero como es una dura brega, me doy cuenta de que pocos lo hacen. Es una cosa curiosa, sí: si quieres encontrar tu lugar en la vida tienes que ser quien eres, pero para ser quien eres es necesario que te pulas a ti mismo.

P: ¿Y por qué no apetece hacerlo? A veces pienso que, si no fuera por la educación, posiblemente muchas personas nunca descubriríamos el valor de labrarnos a nosotras mismas.

R: Estoy completamente de acuerdo contigo. De hecho, este libro es un alegato contra el narcisismo que te dice que tú mismo te bastas y te sobras. A nadie debes nada, eres el artífice de tu ventura, te dicen algunos. Pues no, en absoluto. Hay una serie de condicionantes, que no nos determinan pero que nos condicionan —pienso en la familia, o el colegio— y que en muchos momentos podemos llegar a percibir como castrantes. Pero, en general, terminan siendo factores que también nos hacen ser quienes somos. Fíjate que Ortega, sin llegar a conocer todavía nuestra época de individualismo extremo, decía que no hay pecado más grave que la ingratitud. Y yo estoy de acuerdo. Casi todo lo que tenemos nos ha venido dado. También nuestro carácter, que en buena medida se forma de manera imitativa. Hace 25 años, Judith Rich Harris publicó El mito de la educación y causó una gran polémica. Básicamente, vino a desmentir esa idea de que dar la turra y estar encima del niño a todas horas es lo determinante, porque, al final, lo que los niños hacen es imitar lo que ven. De poco sirve decirles que no fumen o que lean, si viven rodeados de gente fumadora y no lectora. Lo determinante es aquello que vemos todos los días, más allá de lo que nos quieran inculcar. Y lo fascinante de todo ello es darnos cuenta de que hay muy poco de lo que nos conforma que haya dependido de nosotros mismos.

P: ¿Por qué lo bueno cuesta?

R: Ese es un tema muy interesante. Aquello de "video meliora proboque; deteriora sequor". "Veo lo mejor y lo apruebo, pero sigo lo peor". Efectivamente. Me ponen en la cajetilla de tabaco que fumar provoca cáncer, pero fumo igualmente. Somos así. Lo que pasa es que yo creo que a veces el bien es entendido como una tarea excesivamente heroica. Nos hacen ver que el bien es aquella hazaña que debes conseguir de una sentada. Ser perfectamente bueno siempre, a todas horas, porque lo contrario es fracasar absolutamente. Pero es que un atleta no consigue la medalla olímpica sin entrenar durante años. Yo lo que propongo con un código de buenas costumbres es evitar ese heroísmo de la hazaña épica. Mejor me parece ejercitarse día a día, para que no nos cueste tanto. Si cada día generas un pequeño hábito, la cosa termina viniendo de suya. Es algo que decía Aristóteles, en realidad. No lo digo yo. Y ocurre también a nivel social. Llegar de repente y echarle en cara a una sociedad entera que sus hábitos adquiridos durante generaciones son lo peor, que se están cargando el planeta y que ahora deben comer gusanos, dejar de utilizar plásticos, ser hombres perfectamente ecológicos y alcanzar la buena nueva del mañana sostenible, por ejemplo, es una estupidez. La vida no funciona así. Ahora, si introduces cambios graduales en la vida de la gente, es mucho más fácil que se lleve a cabo.

P: ¿Es adanista decir que este tipo de recordatorios sobre la buena vida "son más necesarios que nunca"?

R: Quizá sí. A ver, es que es muy difícil decir algo que no hayan dicho antes los pensadores griegos, los teólogos medievales, los místicos hindúes y demás sabios de la historia. No creo que nuestra época sea peor que otras. Y en realidad, la función principal de este libro no es la de consolar, sino la de entretener. Hacer aquello que decía Horacio de instruir deleitando. La distancia irónica viene muy bien para que la gente vea que no es un libro catequético. No se trata de moralizar a nadie, ni de intentar extender unos mandamientos rígidos a toda la humanidad. Es muy probable que algunas de mis propuestas sean horribles para muchas personas. Y no pasa nada, porque no pretenden servir a todo el mundo. Son cosas que me sirven a mí, y que creo que pueden servir a más gente. Nada más. El primer borrador del libro me salió desmesuradamente largo, lo que habría sido un suicidio económico. Así que borre muchísimos mandamientos. Había uno que era "No te fíes de personas que lleven gafas"; y luego otro que decía "No te fíes de personas que no lleven gafas". Y los dos estaban perfectamente argumentados. Lo que yo quería era llevarlo todo un poco al absurdo. Quitarles hierro a mis propios mandamientos, para que lo que terminase prevaleciendo fuese la idea de que no te tienes que tomar demasiado en serio ninguno de ellos. Alguna gente se ofende y me dice que cómo puedo defender que no hay que tener empatía, por ejemplo. Bueno, es algo que trato de justificar y que en realidad no quiere decir que no debamos ser compasivos. Como todo, no tienes que estar absolutamente de acuerdo conmigo. Prefiero, siguiendo a Nietzsche, escribir para mí mismo. Mayor error me parece hacerlo para halagar a los lectores. Quienes hoy te dan jabón mañana te darán la espalda. Tienes que escribir para ti y, sobre todo, para lo que querrías leer dentro de quince años.

P: Ningún bien es verdaderamente bueno si te viene impuesto, ¿no?

R: Ciertamente. Además, es fácil que cualquier imposición genere una cierta reacción que conduzca a ese adanismo que mencionabas antes. Una especie de pulsión juvenil por enseñarle al padre a hacer hijos, por así decir. Lo curioso es que al final casi siempre llegamos a las mismas conclusiones que tenían nuestros padres, pero encima con retraso. Es la parábola del hijo pródigo. Luego hay otra cosa: estamos habituados a que en el franquismo hubiese gente que con 18 años era maoísta, con 25 socialdemócrata y con 35 conservadora. Y lo que ahora se ve es que hay gente que con 18 años ya es liberal y lee a Raymond Aron. Me da la sensación de que algunos se saltan etapas. Pero, sin embargo, creo que es necesario que haya un momento de rebeldía. Yo estudié en un colegio de curas y recuerdo que leía fanzines que hoy despreciaría absolutamente. Había uno que me hacía mucha gracia porque era muy anticlerical. A los chavales nos gustaba llevarlo debajo del brazo, para escandalizar al cura, pero no nos dábamos cuenta de que al cura le daba igual. Mientras tanto, los que leíamos basura éramos nosotros. ¿Y por qué? Pues por el único motivo de tocar los huevos. Para llevar la contraria. Por rechazar las verdades impuestas y demostrarle al mundo nuestra autonomía. A día de hoy lo que vemos es lo mismo pero a la inversa. En un mundo en el que el consenso más o menos socialdemócrata hace que en las aulas muchos profesores promulguen el miedo a Vox, por ejemplo, los chavales que antes dibujaban penes en los márgenes prefieren escribir Vox. Así de simple. Fíjate: creo que fue Herri Batasuna la primera formación política que supo utilizar el voto de castigo. Recuerdo una campaña suya que era algo así como: "Ahí donde les duele". Es curioso, porque era una formación abyecta, que defendía el terrorismo, pero supo darle la vuelta a todo eso y hacerse más atractiva para su electorado en cuanto más se la demonizaba. Son cosas que pasan. Basta que exista un consenso muy amplio y generalizado, casi obligatorio, para que las ideas que se salen de él se nos presenten como mucho más estimulantes, aunque no sean las mejores. Por eso yo sí creo que un buen paso para evitar ciertos errores sería perder el miedo a romper los consensos. Evitar el anquilosamiento. Esta idea de que debemos salvaguardar los consensos, porque el consenso es lo más importante del mundo, me parece un tanto absurda. Si un consenso no se quiere romper, posiblemente sea porque es el discurso de valores dominante de una clase.

P: Precisamente pensaba en eso leyendo tu libro. ¿Confundimos consenso con concordia?

R: Eso es. Sí. Exactamente. Me gusta mucho eso que has dicho. Es así. Hay que defender la concordia y no el consenso. ¿Puede haber consenso, por ejemplo, entre un constitucionalista y alguien que está a favor de romper el orden constitucional? Evidentemente no. Es imposible. Puede haber concordia. Los independentistas son nuestros independentistas. Los que odian a España son los españoles que odian a España. Forman parte de nuestra comunidad. Es curioso. Yo puedo estar absolutamente en contra de lo que dice Rufián, pero Rufián en el fondo es uno de los míos. Porque es español manque le pese. ¿Por qué no hablar de concordia, entonces? Concordia, en el fondo, es unión de corazones. Aquello de Proust de que puede haber consanguinidad de espíritu sin identidad de pensamiento. Uno puede incluso no tener identidad de pensamiento con su yo del pasado. Es justo eso. Habría que recuperar la concordia y no el consenso. Porque además el consenso siempre es sospechoso. Incluso te diría que tiene una raíz totalitaria. Las arengas constantes de quienes se quejan de que haya gente en contra del consenso son típicas de dictadores. Es como la viñeta aquella de Daniel Gascón, a raíz del supuesto consenso catalán para saltarse la ley y no aplicar el 25% de la enseñanza en castellano: "Aquí hay consenso, así que a callar". Yo no entiendo a los gobiernos que le echan en cara a la oposición el "fomentar la desunión". La esencia del parlamento es la desunión. La esencia de la política es que haya diferentes pareceres en liza. Si sólo hubiera un único valor, evidentemente, no habría libertad de opinión. Yo estoy a favor del disenso, siempre. Evidentemente, sin que la sangre llegue al río. Un disenso moderado por la concordia. Ese sería el objetivo a perseguir.

P: Pero, seamos serios, ¿hasta qué punto la política puede llegar a convertirse en una oposición constante e irreflexiva a una siglas en lugar de a unas ideas?

R: Ese es un riesgo, desde luego. Pero, por lo general, considero que echarle en cara a la oposición el hacer oposición es un sinsentido. Sobre eso que acabas de decir, recuerdo aquello que escribió Burke en su libro sobre la Revolución francesa —escrito en 1790, es decir, antes incluso de que estallase el Terror— y que decía que cualquiera puede desmontar un reloj y dejarlo inservible encima de la mesa, pero a ver quién es el guapo capaz de montarlo de nuevo y conseguir que funcione. Algo de eso ocurre mucho, tanto en la política como en la vida en general. Una crítica destructiva la puede hacer cualquiera, pero un ideal propositivo es mucho más complicado de conseguir. Y fíjate que es algo que he tenido presente a la hora de escribir este libro. Agitación, mi anterior libro, era mucho más crítico. Estaba escrito con mala leche. Tanto, que me quedé con el remordimiento de no haber hecho un texto un poco más propositivo. Algo que no se dedicase sólo a criticar una realidad, sino en proponer una posible salida asumible y esperanzadora. Porque, generalmente, las críticas que se quedan sólo en eso son infecundas.

P: Una cosa que me parece interesante de Hazte quien eres es que no cae en la falsa dicotomía individuo contra comunidad. ¿Se puede criticar el individualismo extremo sin renunciar a la individualidad, sin caer en el extremo contrario del comunitarismo tribal?

R: Efectivamente. Mira, Jacques Maritain decía que todas las ideologías se reducen a cuestiones caracteriológicas. Es decir, si tú eres una persona aversa al riesgo, ideológicamente serás conservador. Si, por el contrario, eres una persona abierta al riesgo, serás progresista. Es cierto que yo, en cuanto a ideas, he querido criticar el individualismo. Pero luego, por carácter, me ha salido algo muy individualista. En el capítulo Buscar la sombra, por ejemplo, hay un corolario que dice: "Retírate de la política". Y es cierto que eso puede parecer excesivamente individualista. Pero es complicado, porque, como todo, nada en exceso es positivo. Estar excesivamente politizado es asfixiante. Por eso a mí me parece honroso alejarnos de eso. Quizá tengas razón y el poso de este libro sea profundamente individualista. Sólo puedo decir que no era algo tan consciente como pueda parecer.

P: Otra de tus propuestas viene a decirnos, simplemente, que nos armemos de estoicismo. ¿Nuestra sociedad es excesivamente blandita, o decir eso es pecar también de adanismo?

R: Pues yo sí creo que la blandura es una característica de nuestra sociedad. Y creo que es la enésima importación malsana de ultramar. La transformación de la mente moderna, el libro profético de Jonathan Haidt, tiene un prólogo para la versión española que dice algo así como: "Querido lector español, poned escolleras en vuestras costas y no permitáis que lleguen estas tendencias de Estados Unidos". Él habla de la cultura de la ultraseguridad. Dice que a nuestros estudiantes, al envolverlos entre algodones, los volvemos inoperantes y frágiles. Incapaces de afrontar los reveses de la vida. Eso ya ha llegado a España. Yo lo veo por todas partes. Pero todo mamífero necesita exponerse a una serie de estresores para fortalecerse. La realidad tiene muchas aristas, y a veces pinchan. Si tú mantienes a tu hijo envuelto en cataplasmas conseguirás que termine siendo un adulto que no sepa hacer frente a la vida. Así de simple.

P: ¿Hemos pecado por exceso, entonces? ¿Por miedo a la masculinidad tóxica, hemos caído en la blandura inoperante?

R: Eso es. Hay un mandamiento de mi libro que se llama: "Ten coraje". Y el coraje es el thymós griego. Algo que no es exclusivo de varones. No debe confundirse con la masculinidad tóxica, porque la masculinidad tóxica es soslayar la propia debilidad por medio de alardes violentos. No tener autoridad, sino ser autoritario. Ante eso, habría que reivindicar las buenas virtudes. No sólo el coraje, sino por ejemplo la hombría. La hombría de Jorge Guillén: "Deber de plenitud, hombría andante". Esa idea de ir por la vida como un guerrero que sabe dominarse, que sabe dosificar sus fuerzas, que sabe contenerse, es un ideal tanto para hombres como para mujeres. El honor, incluso. Es una cosa que está muy mal vista porque seguimos pensando que es aquel honor del Siglo de Oro. Un absurdo por el que batirse en duelo. Pero el honor no se defiende de puertas para afuera. Sólo se defiende de cara a tu propia conciencia. Tú mismo debes demostrarte que has estado a la altura de tu moral, no del criterio ajeno. Y creo que es urgente y necesario reivindicar todo esto hoy. ¿Qué es el homo economicus actual? Una persona que se sirve de su razón para satisfacer una serie de deseos, exclusivamente. No me parece algo muy envidiable. Una sociedad basada en el hedonismo a corto plazo no es una sociedad sana, desde mi punto de vista. Desear cosas que no necesitamos y correr detrás de ellas constantemente, eternamente insatisfechos, profundamente incómodos. ¡Qué saturación! Quizá no haya cosa más alta que aprender a limitarnos. Como dijo Goethe: "Limitarse es extenderse". Debemos ser dueños de nosotros mismos.

P: Tal vez un problema sea que nos cuesta aceptar la realidad tal como es. Que preferimos vivir en la ficción del autoengaño.

R: En gran medida sí. En realidad todos nos autoengañamos. Y eso es algo que, en la medida en que es inevitable, tampoco debería hacernos caer en catastrofismos. Lo que es bueno es ser conscientes de que nuestro juicio nunca es perfectamente clarividente. Aquello de Nietszche de "¿cuánta verdad puede soportar el espíritu humano?". Pues seguramente poca. No aceptar la realidad, como te digo, es normal. Lo preocupante, desde mi punto de vista, no es eso, sino, además de no aceptarla, pretender que se ahorme a un ideal que no tiene nada que ver con ella. Si yo tengo un molde moralista, no puedo pretender que la realidad se ajuste a él siempre, porque si al final resulta que la realidad no es como yo pretendo, nunca lo llegará a ser, por más que yo patalee y me autoengañe. La negación de la realidad, o del carácter humano, es muy habitual en las utopías. Puede incluso que sea el paso necesario para que una utopía aparezca: negar lo que es la naturaleza humana.

P: Otro de los temas que tocas en el libro es el de la mitificación de la lectura. ¿Hasta qué punto leer no es para tanto? ¿Hasta qué punto puede ser inútil, incluso?

R: Puede ser completamente inútil, desde luego. Yo percibo mucho una cuestión penitencial de la lectura. Es decir, después de ocho horas pelando la raspa delante de un ordenador, llego a casa y me obligo todos los días a leer quince minutos a Zizek. Pues no hace falta, chico. Mírate una película o ponte a jugar al Fifa, pero no lo pases mal leyendo a Zizek por obligación. Estate con tu mujer, tómate un vino, mírate Sálvame. Entretente. Pero no leas a Zizek si te apetece tanto como pegarte un tiro en el pie. Este tipo de comportamientos tienen que ver con una percepción de la lectura como una especie de elemento mágico. Esa idea de que leer nos hace más listos, más guapos, más sabios y nos confiere una serie de virtudes por las cuales automáticamente pasaríamos a actuar correctamente en nuestro día a día. Bueno, pues eso es beatería cultural. También hay una estrategia de márketing detrás. Todo eso del ‘Reading is sexy’. ¿Cuántos libros vendidos se leen, realmente? Muchos de ellos sólo se usan para hacerse una foto en redes y ya está. Y a mí me parece genial, porque gracias a eso los autores conseguimos royalties. Está muy bien. Pero claro, más allá de eso…

P: ¿Qué es la sabiduría?

R: El mayor sabio que conozco es un agricultor que se llama José Francisco Quiñones. Se crió en hospicios, fue abandonado. Y fue analfabeto hasta que a golpe de autodidactismo empezó a leer. De pronto, un día, por puro azar, cayó en sus manos la Crítica de la razón pura. Un tío que no tenía ningún tipo de formación previa. Conociéndole te das cuenta de que es sabio no por haber leído mucho, que lo ha hecho, sino por haber pensado mucho. Se asemeja a lo que habría sido un sabio en la Hélade. Yo no me imagino a Sócrates o a Heráclito como tíos librescos. Me los imagino paseando por el mercado, por el ágora, conversando con la gente y dándole vueltas a la cabeza. En el fondo conocer a este hombre fue lo que me hizo desechar definitivamente la idea de hacer el doctorado. Y es que tiendo a tener una imagen de la Academia un poco castrante. Yo quería ser filósofo pero no quería hacer una filosofía ensimismada, que se agotase en sí misma. Quería estar mucho más cerca de la gente, y no recluido entre cuatro paredes en un cenáculo. No suelo simpatizar demasiado con el victimismo de los ‘abajofirmantes’, que cada cierto tiempo aparecen para llorar porque nos quitan la filosofía y la condenan a morir. Mire, no. La filosofía está muriendo porque lo quiere usted. La filosofía no está muerta. Lo que pasa es que desde la Academia, con esos mazacotes plúmbeos, jamás conseguirás que una persona que no tiene tiempo ni ganas para leer jerga ininteligible se interese realmente por ella. Si la Academia se va a quedar reducida a una cuestión endogámica, por mí que desaparezca.

P: En el libro hablas del valor del esfuerzo y de la vida hacendosa, más allá de la vida meramente productiva. Yo me pregunto: ¿Hasta qué punto el aumento del tiempo de ocio dificulta el descubrimiento de esos valores?

R: Agustín García Calvo decía que al derribar la frontera entre ocio y negocio lo que sucede es lo contrario a la liberación que se pensaba. Y lo hemos visto con esto del teletrabajo, por ejemplo. Organízate tú, y así dispondrás más libremente de tu tiempo de ocio y descanso. Pues al final no es tan sencillo. Lo que suele suceder, de hecho, es que le tiempo del negocio, de la productividad, coloniza el tiempo del ocio. Trabajando desde casa acabas trabajando el doble de horas. Al final, curiosamente, esta cosa taylorista de trabajar en una oficina, con los cristales esmerilados y los tiempos perfectamente pautados, va a resultar no ser tan perniciosa como podíamos pensar, a lo mejor. Porque al romper esas barreras muchos nos desorientamos. El uso de nuestra libertad se nos desborda. La disciplina impuesta desde fuera sigue ayudándonos a ordenar nuestra vida. Y, como todo, al final lo óptimo tal vez esté en el término medio. Ni tanto ni tan calvo.

P: ¿Alguna vez uno llega a hacerse completamente quien es?

R: Hay que pensarlo. Es como aquello que se dice de buscar la felicidad. Es un error, generalmente, porque no puedes buscarla fuera de ti. Séneca, en una de las carta a Lucilio, escribe que si buscas la felicidad, tal como entra vuelve a salir. Yo creo que ser dichoso, o virtuoso, sencillamente ocurre cuanto eres conforme a tu carácter. Es lo que Aristóteles llamaba eudaimonía, que es vivir conforme a tu daimon. Eu es vivir y daimon sería algo así como conciencia interior. No moral, sino la interior de Machado: "Busca a tu opuesto, que siempre va contigo, que quiere ser tu contrario". Cuando tú haces las paces con ese alguien que siempre va en tu interior, logras la eudaimonía. Según Aristóteles la cosa es que si tú estás a buenas con ese daimon, inmediatamente vas a ser feliz. El primer paso, por tanto, deberá ser conocerte. Averiguar qué te es propio, saber cómo vivir y ponerte en tus zapatos, quizá sea una brega que te lleve toda la vida. O a lo mejor no lo logras nunca. Pero, sin duda, creo que hacerte quien eres es condición sine qua non para ser feliz.

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