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Gabriel Albiac, una memoria en tierra de nadie

El filósofo publica En tierra de nadie, unas memorias cargadas de épocas pasadas y de reflexiones muy presentes.

El filósofo publica En tierra de nadie, unas memorias cargadas de épocas pasadas y de reflexiones muy presentes.
Presentación del libro en Madrid | La Esfera de los Libros
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Lo malo de las memorias es que sólo pueden ser mentirosas. Lo bueno es que convierten la mentira en un acto de honestidad. Algo de eso pensó Gabriel Albiac cuando le secuestraron las suyas propias, así lo cuenta él, y le exigieron desde la editorial que no comprometiese las que llevaba varios meses escribiendo con ninguna otra casa. "Lo mío era un texto completamente privado", explicó ayer, durante la presentación de En tierra de nadie (La Esfera de los Libros), "un texto escrito exclusivamente para mí, que jamás pensé que iba a llegar a nadie más".

Al final se ha terminado convirtiendo en un texto público, y eso le ha hecho reflexionar. "Cuando un texto privado pasa a ser un proyecto de texto público uno tiene la obligación de preguntarse qué es lo que ha escrito". ¿Qué son unas memorias? Y Albiac se respondía delante del micrófono. "Las memorias sólo pueden dar razón de las huellas que el mundo va dejando en las distintas reencarnaciones de este que lo atraviesa", comenzó. "Las memorias no constituyen ningún yo plenamente constituido". Las memorias hablan del yo, "este pobre yo que me soy y me siento ser ahora y aquí", que diría Unamuno. Y hablan desde él. Lo que quiere decir que sólo pueden responder ante el que las escribió, que no es el mismo que es ahora, cuando ya han pasado varios segundos eternos desde entonces.

"Lo que generan las memorias es la asociación". Uno se asocia con su pasado, lo recuerda o lo reinventa aunque poco pueda saber de él con exactitud. "El tiempo de lo humano es el tiempo de los afectos, que nos componen y descomponen", añadió Albiac. En las memorias, verdad y afectos aparecen cogidos de la mano. "Y la verdad debe saber que los afectos tienen gran parte de autoengaño, pero saberlo no cambia nada". Ese es el gran secreto de la razón, que se cree omnipotente aunque viva sometida. "Saber que algo nos engaña no nos libera de nuestra dependencia afectiva hacia ello", comentó. Y recordó sus años juveniles en el comunismo, y cómo incluso después de haber comprendido la mentira de la ideología no pudo evitar seguir sintiendo afecto hacia ella.

"En la memoria se amalgama la realidad y el deseo, el conocimiento y el delirio". Para lo único que sirve es para archivarlo todo junto, sin conseguir nunca ordenarlo por completo. Al fin y al cabo, todos sabemos que es "literalmente imposible saber si lo que uno narra sucedió, lo soñó o lo imaginó". Pero aun así seguimos recordando, y creyendo en lo que nos cuenta la cabeza, tan pegada al corazón. Porque sólo así es posible abrazar el tronco de la propia vida.

Memoria y amistad

Para ayudarle a recordar, a decirse la verdad en la mentira, estaban ayer con él dos amigos íntimos, Joaquín Leguina y Fernando Savater. Así que Albiac incidió también en el valor de la amistad, que marca por completo sus memorias. "La amistad es ante todo la capacidad de discutir, de compartir y de entrar en conflicto al mismo tiempo", dijo. "Poder darle la vuelta a la afinidad, por todos lados. Descomponerla, romperla y mirar después al que está delante, sabiendo que él te sigue guardando el mismo respeto y cariño que tú le guardas a él".

Todos recordaron sus años juveniles en París, sus luchas antifranquistas y sus pasiones intelectuales. Todos revivieron un mundo que ya no existe, puede que sólo permanezca en su memoria, y miraron al presente desde ese prisma. "Quien quiera conocer una época concreta, una manera determinada de vivir la intelectualidad, este es el libro que nos representa a quienes lo vivimos. Y lo sobrevivimos", dijo Savater. Albiac tuvo palabras de cariño a ambos lados. A Leguina le conoció de adolescente en el país extranjero. "Estábamos locos", recordó. "Delirábamos". "Pero puedo decir que nadie en aquel momento buscó nunca el menor beneficio". A Savater se lo encontró después. "Cuando nuestro mundo se había desintegrado prácticamente por completo, cuando la política ya se había convertido en una partida obscena entre una panda de sinvergüenzas, de pronto me encontré con esta persona con la que se podía estar de acuerdo y en desacuerdo, que daba exactamente igual". Desde entonces hasta hoy continúan juntos, sabiendo que siguen siendo quienes son, aunque no sean los mismos.

"Si de algo me ha servido este libro", terminó Albiac, "es para entender que mi mundo está hecho exclusivamente de escritura". "He vivido muchos mundos, muy frenéticos todos, pero a medida que uno crece se da cuenta de que todos acaban muy pronto. Lo que no se acabará nunca, sin embargo, es esa biblioteca a través de la cual uno los ha ido conociendo". "Mis memorias empiezan con un niño leyendo La reina de las nieves, y termina con un hombre de casi setenta años que ve las auroras boreales que narró Andersen en La reina de las nieves". "No he visto nada que no haya pasado antes por las páginas de mis libros. Y el consuelo que nos queda, a fin de cuentas, es saber que esa biblioteca no acabará nunca".

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