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Guillermo del Valle: "Hay que rebelarse, hace falta un socialismo que defienda la unidad de España"

El abogado y director de El Jacobino publica La izquierda traicionada, un intento de reconstrucción ideológica del socialismo español.

El abogado y director de El Jacobino publica La izquierda traicionada, un intento de reconstrucción ideológica del socialismo español.
Guillermo del Valle, posando para Libertad Digital. | C.Jordá
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Guillermo del Valle se reivindica socialista. "Bastante, además". Por eso no comprende la traición —esa palabra utiliza— que la izquierda hegemónica actual ha perpetrado contra el verdadero ideario de la izquierda tradicional. Su discrepancia con la primera es total, tanto desde el punto de vista económico como desde el de su deriva identitaria, pasando por su "alianza incomprensible con el nacionalismo disolvente, clasista y antiigualitario". "Se han traspasado demasiadas líneas rojas; es injustificable todo el engrudo con el que hay que comulgar", comenta. Él es abogado procesalista, especializado en las jurisdicciones laboral, civil y penal. También es el director del think tank El Jacobino, un proyecto político que defiende la recuperación de una izquierda "reconciliada con España, coherente, democrática, igualitaria y laica". De momento, ya está preparando su lanzamiento definitivo para las próximas elecciones europeas. A modo de compendio, en un intento de "reconstrucción ideológica, tomándose en serio los principios", Del Valle ha escrito La izquierda traicionada (Península). Hablamos con él:

Pregunta: Usted habla de una izquierda doblemente traicionada…

Respuesta: Bueno, más bien diría que estamos ante una serie de derivas —naufragios, incluso—, que están interrelacionadas. No son compartimentos estancos. Podríamos hablar de una traición a la tradición más racionalista de la izquierda clásica, sustituida por la primacía de un sentimentalismo oscurantista casi religioso. Pero bueno. Hay vasos comunicantes entre ellas. Por resumirlo mucho, lo que yo creo es que las izquierdas —es verdad que son diversas— han perdido el foco de lo que las había caracterizado siempre: la lucha por una sociedad sin privilegios de origen. Ahora estamos ante una izquierda hegemónica que ya no está centrada en las cuestiones materiales. En el plano económico, por ejemplo, parece haber asumido definitivamente la célebre tercera vía de Tony Blair. De hecho aquí, en España, el propio Zapatero la representó. Antes, Solchaga. Y muchos más ministros de González también. La idea es que debe ser la derecha liberal y la globalización la que marque lo que se puede hacer en economía y la izquierda debe dedicarse a otras cosas: a las batallas culturales, a las identidades, a los sentimientos… Yo sin embargo voy a contracorriente a este respecto. Mucha gente se sorprende. Me dicen que con lo claro que soy contra el nacionalismo debería ser más centrado en lo económico, pero yo creo que no. Yo en lo que estoy es en una izquierda clásica, indudablemente democrática, pero que defiende que se pueden hacer otras cosas que la desregulación financiera. ¡Si hasta Sarkozy dijo que había que recuperar la esfera ética del capitalismo! Es decir, hay cosas que decir sobre este tema. Pero como se ha perdido el norte racional, este debate —en el que podremos encontrarnos o no— cada vez es más difícil tenerlo. Yo he estado en esRadio en varias ocasiones y he debatido sobre cuestiones económicas sin encontrarme a veces con nadie en ningún punto, como es normal. Pero el debate lo hemos tenido. Donde no lo he podido tener es en PlayZ, por ejemplo. Cuando el debate se reduce a: "¿Tú quién eres? ¿Un hombre blanco? Pues no puedes hablar", apaga y vámonos. A lo mejor te quiero decir que la desregulación financiera me parece una catástrofe —cosa que vosotros, izquierda posmoderna, no formuláis—. A lo mejor el tema os da igual. No sé. Yo lo que veo son muchas interrelaciones entre las diversas derivas de la izquierda.

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Del Valle y Herrero Goldáraz, durante la entrevista | C.Jordá

P: Es curioso, los liberales más convencidos me dicen lo contrario: que la derecha liberal ha asumido los preceptos básicos de una socialdemocracia estatalista, elefantiásica e ineficaz. ¿Entre una postura y otra, dónde está la verdad?

R: Sí, es cierto. Es que los puntos de vista tienen sesgos de partida muy importantes, claro. El mío también, por supuesto. Yo intento ir a elementos objetivos para asirme a una base desde la que poder partir. Hombre, si tú consideras que el New Deal de Roosevelt era maoísta, te parecerá indudable que hemos ido evolucionando hacia una socialdemocracia… Pero bueno, convendremos todos que, en realidad, Estados Unidos nunca ha sido un país leninista, ¿no? (Risas). De esto se puede hablar perfectamente con muchos liberales. De hecho, es algo que a mí me interesa mucho. He leído mucha escuela austriaca. Por eso precisamente no soy nada liberal. (Risas). Pero son debates que se pueden tener. Por apuntalar un poco lo que yo digo, miremos la evolución de los sistemas fiscales, tan celebrada por los liberales. Ha habido una clara evolución con respecto a sistemas tributarios que antaño llegaron a tener un tipo marginal de casi un 80%. El primer Gobierno de UCD, que no era un partido sospechoso de izquierdas, precisamente, planteó un IRPF de 28 tramos, con un tipo marginal de más del 60%. Hoy eso sería implanteable, ni desde el programa de Sumar. Zapatero es un buen ejemplo de esto también. Es considerado casi como un presidente radical de izquierdas, supongo que por sus políticas sociales, pero estuvo rodeado de economistas que llegaron a hablar de un IRPF de tipo único. Es decir, estaban en contra de la progresividad fiscal del IRPF. ¿Desde cuándo eso es de izquierdas? Yo recuerdo oír a Carlos Rodríguez Braun decir que había liberales en el gabinete de Zapatero. Que Miguel Sebastián era su amigo, que estaba equivocado en sus planteamientos, que era un socialdemócrata, pero no mucho, al menos. La propia Thatcher se vanagloriaba de que su doctrina liberal había influido en la socialdemocracia y la había reconducido. Es decir, considero que mi postura tiene argumentos como para ser tenida en cuenta. Hombre, si tú crees que estar en contra de la progresividad fiscal del IRPF no es suficiente, porque tu modelo es Milei, o Huerta de Soto, pues todos vamos a ser socialdemócratas, claro. El más purista de los puristas puede llegar a considerar a Federico Jiménez Losantos como un socialdemócrata, si se pone.

P: Dejémonos de caricaturas, entonces. Convengamos que la discusión está en cuánto Estado es necesario para optimizar la igualdad y la libertad en la sociedad. ¿Qué le tiene que decir a quienes argumentan, con razones sólidas, que a mayor intervención estatal mayor corrupción, ineficacia, burocratización, estancamiento y casta política?

R: Es una cuestión interesante. En mi opinión, el debate debería estar en intervención para qué, antes de nada. De ahí deberíamos partir. El punto exacto de intervención debe buscarse partiendo siempre de esa base. Yo creo en una idea de bien común, en un Estado social fuerte. Pero también creo en el principio de libertad. Nuestra izquierda posmoderna hegemónica, que tiene pocas ideas sobre casi todo, ha entregado el principio de libertad a los liberales. A mí el concepto de libertad de los liberales me parece interesante. Esa forma de entender la libertad como ausencia de interferencias, como libertad negativa, etcétera. Lo que pasa es que creo que la libertad tiene más bien que ver con la libertad de todos. Si la libertad no es de todos, si la libertad es sólo de unos pocos, pues tenemos un problema. Se trata de un concepto en disputa, por supuesto. Pero hay una tradición republicana, o socialista, que dice: "Libertad, sí, pero con las condiciones materiales garantizadas".

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Del Valle, en un momento de la entrevista | C.Jordá

P: ¿Cuáles son las condiciones materiales mínimas que deberían garantizarse?

R: Te pongo un ejemplo, por no quedarnos sólo en la teoría: hace tiempo tuve a un cliente al que llevé un tema de cláusula suelo. Él trabajaba en una sala de despiece de pollos; y firmó un préstamo hipotecario. Si encarásemos su caso desde la perspectiva liberal, diríamos: oye, derecho privado, autonomía de la libertad de las partes, etcétera, etcétera. En la realidad del derecho civil, este hombre firmó un contrato de adhesión en el que el predisponente, la entidad bancaria, colocó una serie de cláusulas que no eran negociables. Es decir, hay una cierta ficción en esa idea de la autonomía de la voluntad de las partes. ¿Las partes que negocian están en igualdad de condiciones? ¿Quién controla el filtro? Durante años, en este país, los organismos reguladores públicos —el mercado no se reguló solo en esta materia— permitían que el predisponente metiera decenas y decenas de cláusulas abusivas. Este hombre firmó 35 cláusulas abusivas. Y pagaba mil y pico euros por una hipoteca en Campo de la Paloma, creo recordar. Tampoco era la calle Serrano, vamos. Pero fue la Justicia pública su último valladar protector. Además, curraba en una despiezadora de pollos como falso autónomo. No como un autónomo real. Yo soy autónomo, como tantos otros en este país. Y está muy bien que haya emprendimiento, indudablemente. Pero este hombre era un falso autónomo de libro. Estaba en un único centro de trabajo, con un único empleador, sin las garantías de un contrato laboral, con otros cien compañeros, despiezando pollo en un horario atroz. Quiero decir: hay situaciones en las que la libertad de pactos, la autonomía de las partes, no funciona igual de bien que en las páginas de los libros de teoría económica. Porque, al final, no todo es mercantilizable. Te pongo otro ejemplo en el que veo este deslizamiento hegemónico hacia la derecha: Unión Europea, libre circulación de capitales. Yo leo mucho a los liberales. Me interesa mucho lo que dicen. Lorenzo Bernaldo de Quirós, por ejemplo, plantea, con mucha racionalidad y con razones de peso, que lo que no quiere es la integración fiscal y presupuestaria de todos los Estados miembro. El Tratado de Maastricht está bien, dice: libre circulación de capitales sin integración fiscal y presupuestaria. Claro, yo digo todo lo contrario. Para mí, por supuesto que está bien que tengamos una moneda común, pero si tenemos una integración fiscal y presupuestaria. ¿Por qué? Pues porque si no, terminamos encontrándonos en una situación de tal desequilibrio que habría que ver quién gana y quién pierde. Yo no creo que el repliegue identitario, etnicista, del que se aprovecha una extrema derecha populista que debería dar miedo por igual tanto a liberales como a socialistas sea porque la gente es tonta. ¿Acaso podemos desligarlo de la desigualdad social y económica? Al final, unas desigualdades sociales extremas ponen en peligro la estabilidad de cualquier comunidad política. Al propio capitalismo, una regulación, incluso profunda, le pueden servir para salvar las comunidades democráticas.

P: El miedo liberal, sin embargo, sigue siendo el mismo. ¿Cómo garantizamos que, a la larga, esa intervención no va a ir a más? ¿Cómo estar seguros de que va a seguir velando siempre por la sociedad a la que se debe, sin terminar beneficiando casi exclusivamente a castas políticas parasitarias?

R: Indudablemente, ese miedo siempre está ahí. Y ni siquiera hay que llegar hasta ese extremo. El miedo a la propia ineficiencia del gasto es un miedo comprensible y muy lógico. Es que a mí estas loas al Estado por el mero hecho de ser Estado, o a que el sector público lo hace siempre todo bien, me parecen un disparate. Tampoco el mercado es un dios omnisciente que se autorregula para beneficio de todos. Eso son bravatas populistas que no sirven para nada. Lo que hay que hacer es devolver la razón al debate público. Yo no veo que tengamos una inversión en I+D disparada, ni un parque de vivienda pública que no sea ridículo. Y sin embargo hay déficit. No parece que estemos gastando bien, desde luego. Habría que racionalizar el gasto en muchas cosas. Se me ocurre una muy concreta, de hecho.

P: ¿Cuál?

R: El Estado autonómico. Tenemos un sistema que fomenta la competencia, la insolidaridad, la descomposición del Estado y de la nación y la ineficiencia en el gasto. Pero esa ineficiencia se ve en más cosas. ¿Cómo está la Justicia? ¿Cómo han funcionado los sistemas de telematización? Espantosamente mal. Faltan medios. Ahora, "el problema es que los funcionarios se van a tomarse el café". No es serio ese argumento, hombre. Más allá de todo eso, también el mercado puede ser ineficiente, eh. Pero no importa. La cuestión de fondo sigue siendo la misma: hay que recuperar la racionalidad en el debate público, para poder discutir políticas efectivas y controlar más eficazmente esa deriva de la que hablas.

P: Leyendo su libro uno termina percibiendo una cierta paradoja. Estaríamos ante una "izquierda capitalista", en el fondo. Y sin embargo es una izquierda que reivindica artificiosamente dictaduras comunistas y a genocidas varios. No parece muy coherente.

R: Pero es que los reivindica como un marco vacío. Artificiosamente, sí, ahí has dado en el clavo. O sea, los reivindica de la misma manera en que Sumar puede hoy reivindicar a Carles Puigdemont, o al PNV —fundado por un racista a la derecha de la ultraderecha como Sabino Arana—. Para esa izquierda hegemónica son significantes vacíos. Son símbolos huecos. Es decir, ¿a mí de qué me sirve pintar la caricatura de Juan Roig como un capitalista agarradísimo si luego soy incapaz de trabajar una reforma ambiciosa, puramente socialdemócrata, que busque por ejemplo reconfigurar el IRPF para que vuelva a ser un impuesto general y las rentas del capital tributen igual que las rentas del trabajo? A Juan Roig no hay que decirle nada, por dios. No hay que señalar a nadie. La política no es eso. No hay que dar ningún nombre de ningún ciudadano. Y hay que respetar la legitimidad de quien sea liberal y de quien sea conservador. Por favor, que esto es una democracia. Hay que recuperar la racionalidad. En serio. Sólo así podremos discutir seriamente cuestiones que sí que son verdaderamente de izquierdas. Por ejemplo, la regulación del mercado de la vivienda. Yo pienso que hay que regularlo fuertemente, pero por el lado de la oferta, no por el de la demanda. Hay que construir vivienda pública. ¿Es muy complicado? Pues bueno, hágase. Lo que no hay que hacer es decir chorradas: "No, es que todas, todos, todes, todus, toxs…". Es pura etiqueta. "Ojalá pudiéramos votar a Bildu en Madrid", dicen algunos. "Ojalá la derecha española fuera más como el PNV". Son cosas… Luego, eso sí, "Memoria Histórica". Es delirante. Lo que esta gente vende, en el fondo, es que en Cataluña y en el País Vasco no hay derechas. Es un planteamiento curioso. Pero lo defienden con tranquilidad.

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El abogado y politólogo, Guillermo del Valle | C.Jordá

P: Cualquiera puede ser "progresista", si se sabe la contraseña para entrar en el club, ¿no?

R: Eso es. Mira, David Mejía decía el otro día en Twitter una cosa muy brillante. Decía que, en un tiempo en el que todo el mundo puede autodeterminar hasta su sexo, en este tiempo tan fluido, tan contrario al socialismo real, sin categorías materiales, en el que prima la libertad individual más extrema, lo que rige es la heterodeterminación ideológica. Uno no puede ser de izquierdas si Carles Puigdemont no dice que es de izquierdas. O sea, un partido racista es progresista pero tú no, si no te dan la venia. Es un tema para pensarlo, eh.

P: Me recuerda un poco a esa contradicción que rescata en el libro: la de ese posmodernismo que, a fuerza de cultivar el escepticismo más radical, ha terminado cosechando un nuevo dogmatismo inesquivable.

R: Esa frase es buenísima, sí. Creo recordar que es de Sokal. Efectivamente, el posmodernismo ha pasado de un relativismo radical, en el que todo vale —dos más dos es cuatro o es ocho, todo depende de quién lo mire—, al extremo contrario de la cultura de la cancelación. El dogmatismo que ha desarrollado esta evolución del posmodernismo es tan extremo que ya no puedes ni hablar si no cumples unos requisitos previos.

P: Ahí tengo una pregunta. Usted considera que esa deriva de la izquierda se debe a que ha terminado asumiendo los postulados más extremos del individualismo neoliberal. Los críticos más liberales, sin embargo, consideran que es la evolución de un colectivismo socialista que, al perder al obrero como sujeto revolucionario, se ha visto obligado a encontrarlo en otras minorías identitarias. ¿Cómo casan ambas posturas?

R: Fíjate, yo aquí sí que tengo bastante clara la mía. Me cuesta encontrar un espacio en el que ambas posturas converjan. Para mí lo que ha habido es una quiebra radical con la tradición racionalista y universalista de la izquierda. Es que, incluso la clase obrera en Marx no luchaba para salvarse a ella misma. Podrían estar errados ciertos postulados del marxismo, otros no… Bien, bueno. Pero el obrero tenía un papel de centralidad para la transformación colectiva. La cosa era buscar una sociedad sin clases. Es decir, había que abolirse. Había que enmendarse. El Manifiesto comunista pone en valor, en primer lugar, a la burguesía como superación de la sociedad feudal. Lo importante era el universalismo. La libertad, la igualdad, era para todos, no sólo para los negros, ni para los homosexuales, ni para los estudiantes del Eton College. El liberalismo y el socialismo son hijos de la modernidad. Y comparten ese universalismo, aunque sea en diferentes vertientes, con diferentes concepciones de ciudadanía. El de hoy, sin embargo, es un identitarismo fragmentario basado en el irracionalismo, en la superchería y en la superstición pura y dura. Es una abdicación del racionalismo. Y lo que pasa es que, en su sentimentalismo radical, todas estas políticas de la identidad terminan siendo profundamente individualistas. Son hasta solipsistas. Fíjate: las leyes estas de autodeterminación son defendibles desde el punto de vista de la libertad negativa de un anarcocapitalista. Lo que defienden es que puedes hacer contigo lo que te dé la gana, sin límites de ninguna clase.

P: Pero ese ha sido el paso más reciente, ¿no? Antes, toda la discusión acerca de la interseccionalidad, toda esa forma de "sexar" a la gente a través de colectivos en lucha constante, de negar su individualidad, esa manera de diferenciar a oprimidos y a opresores en base a unos rasgos de nacimiento, bebía directamente del posmarxismo.

R: Sí, sí, desde luego. Pero es que el posmarxismo es posmarxismo por algo. Y ese algo es la quiebra de la tradición materialista. La idea de que todo es un constructo cultural niega que exista una realidad material aprehensible. Se trata de una entronización del 68. Es una impugnación de la razón, pero también de cualquier otro lazo ajeno al individuo. Yo no soy conservador en lo moral para nada, pero reconozco que también es una impugnación irracional de la familia. En realidad, es la exaltación de la diferencia, de la individualidad más absoluta. Ya no hay un proyecto de igualación al inicio de las vidas de cada uno. Ahora hay que enseñar una carrera a la medida de cada cual. Hay que dibujar un traje a la medida de cada cual. La educación ha renegado de la instrucción.

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Del Valle, posando en junto a una estación de metro | C.Jordá

P: ¿Qué hay del nacionalismo actual? ¿Se ha visto influenciado por este fenómeno en algo?

R: El nacionalismo es diferente, en mi opinión. El nacionalismo sigue siendo heredero del peor comunitarismo, que es la identidad. Hoy reivindica más la identidad cultural, ayer la raza. En el fondo, siempre la tribu. Es verdad que yo en el libro hablo de un nacionalismo que puede ser contractualista. Es decir, me secesiono del resto del Estado igual que si rompiera un contrato. Pero secesiono a mi tribu, que es monolítica y esencialista, esta sí.

P: Supongo que también es cómodo entender la nacionalidad como un mero contrato si se renuncia a pensar qué es una nación y qué la fundamenta. Desde la perspectiva de la izquierda tradicional que usted reivindica, ¿qué es una nación?

R: La izquierda piensa en la nación como una realidad material. A mí me gusta hablar de nación política. Pero para hablar de nación política tenemos que hablar de la realidad histórica de esa nación. Yo creo que España, por ejemplo, es una nación histórica. Es una nación histórica que después fundó una nación política. Eso quiere decir que España no surgió por generación espontánea en las Cortes de Cádiz, pero también que perderse en el debate histórico, aunque pueda ser muy interesante, lo que termina es quitando del foco lo que a día de hoy es fundamental, que es la nación política. Y créeme, lo raro no debería ser que un socialista vea esta cuestión como la veo yo. Eso debería ser lo normal. Yo pienso la nación como una unidad de decisión conjunta; como la garantía de igualdad y libertad de todos los españoles; y como una unidad de redistribución, también imperativa, en la que todo es de todos, el territorio político es lo más público que hay, y todos decidimos entre todos. Por tanto, ni Cataluña es de los catalanes ni Cádiz de los gaditanos, sino toda España de todos los españoles. Y eso no tiene que ver con los linajes, ni con los ocho apellidos, ni con el RH, ni con los sentimientos, ni con las banderas. Aquí coincido más o menos con muchos liberales y con muchos conservadores. La anomalía es que yo, que me defino socialista, indudablemente socialista, vea que la autoproclamada izquierda de hoy ha arrasado el principio de igualdad. Porque es lo que ha hecho, al conchabarse tan obscenamente con el nacionalismo. La presunta izquierda de hoy ha arrasado el principio de igualdad de todos los españoles. Y hay que rebelarse. Hace falta un socialismo español que defienda la unidad de España.

P: Esto me recuerda a un ejemplo que escribe en su libro. La discusión que tuvo con Lilith Verstrynge en la que se declaraba jacobina en Francia, pero en España no.

R: Sí, eso fue en un debate kafkiano que tuvimos en el Ateneo. Además ella apelaba a las banderas. Decía que ella tiene muchas banderas de Francia. No sé. Creo que no se enteran. Esto no va de banderas. Va de que es un poco raro que puedas defender que de Pirineos para arriba deba haber una Francia jacobina y de Pirineos para abajo una España tribal. Lo caricaturizó Jon Viar el otro día, con esa sorna suya, en la presentación de mi libro: "España es una monarquía confederal pluritribal". (Risas). Pero es que es verdad. ¡Si ya estamos en un Estado federal casi de facto! Un Estado confederal asimétrico, además, completamente inhábil para garantizar la igualdad. Es la política más reaccionaria que uno se puede echar a la cara. ¿Cómo puedes hablar de igualdad, desde una perspectiva socialista, si acabas de pactar el troceamiento del mercado laboral? Estás optando por la prevalencia de los convenios colectivos autonómicos porque a tus socios les interesa controlar el ámbito de decisión laboral vasco, exclusivamente. Ojo, que un despido en Burgos me importa un carajo. Ese es el planteamiento de fondo. ¿Cómo puedes garantizar la igualdad si aceptas la ruptura de la caja única de la Seguridad Social? ¿Cómo puedes garantizar la igualdad si aceptas la ruptura de la Hacienda común? Es decir, defiendes un pacto fiscal para Cataluña, pero luego te quejas de que Ayuso compita a la baja a nivel impositivo. ¡Pero si tiene las competencias! ¿Por qué te quejas, entonces? Recupera las competencias para el Estado central si quieres que no compita. Mientras tanto, está en su derecho, ¿no? ¿Y quién está contento con el modelo actual? Pues la peor burguesía catalana ultrarreaccionaria, claro. Normal, porque con lo que sueña es con una Cataluña en modo Andorra. Eso sí, con cincuenta alambradas étnicas y bien pura identitariamente. Vamos a ver: que hay una extrema derecha casi nazi en Cataluña, eh. Mira quién es la alcaldesa de Ripoll. Para la izquierda hegemónica, eso sí, no hay extrema derecha en Cataluña. Junts es un partido de progreso, pese a que sigue hablando hoy de los parches en el adn y de que no sale a cuenta pagar los comedores de los niños andaluces. No sé. Yo es que a veces me quedo sin saber qué decir. Cuando hablo de estos temas, me replican: "No serás tan socialista, con estas ideas tan reaccionarias". Pues sí, sí. Sí que soy socialista. Bastante, además. Por eso me parece infame que unos privilegiados quieran blindar sus privilegios para no redistribuir con los más pobres.

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Del Valle acaba de publicar 'La izquierda traicionada' | C.Jordá

P: ¿Por qué ha abrazado la izquierda esa contradicción?

R: ¿Por qué? Puf. Habría que escribir tres tesis doctorales para entenderlo. Yo creo que el desnortamiento ideológico es brutal; y tiene algo que ver con esa exaltación de la identidad. ¿Desde cuándo la identidad es progresista? No lo sé. La identidad es divisiva, es la ruptura de lo común, la exaltación de lo que nos diferencia… Incluso aceptando connotaciones xenófobas y racistas, en ciertos casos. Es un sinsentido. Pero el desnortamiento no sólo viene de ahí. También hay una enorme confusión histórica: España es igual a Franco, vienen a pensar. Yo suelo decir que no hay mayor homenaje póstumo a la dictadura que esa asunción. Porque esa era la idea franquista: España era el régimen. Todo lo demás era la anti-España. Los antifranquistas de verdad, Federico Jiménez Losantos, era la anti-España. Los exiliados, los represaliados, los fusilados, fueron la anti-España. No, hombre, no. España somos todos, ¿no?

P: Eso dice Pedro Sánchez últimamente.

R: Pero es que no basta con decirlo y ya está. No sirve de nada decir que todos somos España si después te vendes a los nacionalistas regionales que niegan la propia idea de nación política que sustenta al Estado español. España es tu país: habrá que defenderlo, digo yo. Si tienes un proyecto de transformación, tendrás que empezar por asumir que existe algo que transformar. Con naturalidad, eh. Yo no soy un nacionalista español. No soy un esencialista. No creo que España sea una cosa unívoca, eterna, una unidad de destino joseantoniana, o algo así. Me parece una idea ridícula. España es plural, sí. ¿Pero eso qué quiere decir? "No, es que España es muy distinta, es muy plural, es muy…". ¿Y Cataluña no? ¿Cataluña sí que piensa como un sólo hombre? ¿Es una unidad de destino joseantoniana? ¿Es uniforme y monolítica? Es igual una masía en Gerona que Las Ramblas, como todo el mundo sabe, claro. Y en el País Vasco ocurre tres cuartos de lo mismo, por supuesto. Pues mira, no. El fondo de la cuestión es que los nacionalistas no quieren una España de libres e iguales; de ciudadanos igualmente libres. Entonces, si el nacionalismo es progresista, ¿qué es la España progresista? Es comprar un relato que dice que para gobernar España hay que hacerlo junto a aquellos que quieren descomponerla. Que quieren romperla. El único proyecto que tienen para España es su ruptura. Y todo por este complejo bárbaro que asume que hay que renunciar a España porque España es genéticamente fascista. ¿Pero qué dislate es ese? Nosotros, desde El Jacobino, decimos siempre que hay que reconciliar a la izquierda con España. Pero no llenando de banderas la habitación. No. Igual te la llenan de banderas en una estrategia populista, al estilo de Errejón. "Patria, patria, patria". A mí una patria confederal asimétrica, rota y descompuesta en mil cantones no me interesa para nada. Sin embargo, es lo que ellos quieren. Quieren la España cantonal. La que descarriló la Primera República. Eso es en lo que sueñan. Es muy llamativo. Para mí, lo que opera aquí es una mezcla entre un desnortamiento ideológico mayúsculo y una tergiversación histórica cruel. Santos Cerdán ha hablado de Puigdemont como un exiliado, por ejemplo. ¿Qué pensarán los verdaderos exiliados? ¿Qué piensan mis compañeros de El Jacobino, algunos que vienen del Partido Comunista? Bueno. También opera aquí un punto de corrupción, tanto intelectual como personal, no nos vamos a engañar. Para mantener el poder, vale cualquier cosa. Puedo decir una cosa y la contraria, mientras la dinámica frentista me mantenga el suelo de voto medianamente alto.

P: En el fondo la cosa es salvarse acogiéndose al mantra de la corrección, ¿no? Despachar cualquier debate escabroso con consignas vacías que suenen muy bien y que enmascaren las posibles hipocresías. ¿Qué opina la izquierda que usted defiende del reto migratorio, por ejemplo?

R: Sí, completamente. Es una excelente pregunta, además. En el libro intento abordarla en profundidad. Yo creo que una persona de izquierdas coherente, a día de hoy, se encuentra un poco entre dos aguas, igualmente populistas, cuando oye hablar del tema de la inmigración. Por un lado está una visión heredera del liberalismo más extremo, que aboga por la abolición de las fronteras, pero porque en el fondo sólo concibe las fronteras como trabas a la libre circulación de capitales. Por el otro está el repliegue etnicista y nacionalista, que lo que quiere es controlar férreamente las fronteras para poder discriminar por cuestiones puramente identitarias a los ciudadanos. Ambas me parecen peligrosas. Yo lo que creo es que cualquier persona que quiera abordar esta cuestión desde un punto de vista racional, para empezar, debe reconocer que ningún Estado puede asumir los flujos migratorios sin ningún tipo de regulación. Y es en la manera de asumirlos donde hay que poner el foco. A mí me parece que lo que se debe intentar es crear marcos de integración desde un punto de vista de ciudadanía política.

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Un momento de la entrevista | C.Jordá

P: ¿Pero qué ocurre si la gente termina percibiendo que, en la práctica, esa integración ha fracasado? Una de las críticas más escuchadas tiene que ver con el problema de que se están acogiendo, que no integrando, a masas de personas provenientes de culturas abiertamente contrarias a nuestro concepto de ciudadanía.

R: Sí, eso es cierto. La clave aquí es el concepto de ciudadanía "política". Y yo creo que lo que tenemos es un proyecto de ciudadanía inacabado. Muchas veces lo que ocurre es que el Estado dice: mire usted, como yo no le puedo emancipar, como no le puedo integrar profundamente en mi proyecto de ciudadanía, viva aquí, pero viva aparte. Refúgiese en su mezquita. Que cada uno se autoorganice en su primera parroquia, en su tribu, en su cultura, en su etnia. No, no. La cuestión es que todos seamos ciudadanos. Y yo tengo una concepción de la ciudadanía que requiere de unas condiciones materiales previas para poder llevarse a cabo. No sirve de nada hablar de ciudadanía si después el ciudadano ve que los sindicatos no funcionan, que las instituciones hacen aguas, que la lista de espera en el hospital es interminable y que el Cercanías llega cada vez más tarde. Tenemos que acabar la ciudadanía. Hay que anudarla. Hay que completarla. Hay que garantizar una república —en el sentido amplio de la palabra, no en el sentido antimonárquico— de ciudadanos de verdad. Hay millones de personas que no llegan a ser ciudadanos. Hay trabajadores proletarizados, parados crónicos, precarios eternos, jóvenes sin emancipar. En fin, gente con todos los sueños truncados. Lo que tenemos es un reto material. Luego, además, las fórmulas para promover la inclusión ciudadana son distintas. Yo pongo el énfasis en el concepto de ciudadanía política porque creo que a veces no se entiende. La ciudadanía política no excluye que la gente tenga afectos, apegos y credos. Pero no tienen que operar antes de la ciudadanía. No pueden ser filtros previos. Usted no es más o menos ciudadano según la fe que tenga. Usted es un ciudadano político. Si uno de los fundamentos de nuestro concepto de ciudadanía es la igualdad, por ejemplo, ¿cómo se compra entonces que el Ministerio de Igualdad dé la espalda a las mujeres musulmanas? "No, es que hay que respetar su cultura". ¿Pero, cómo es eso? ¿Acaso no son ciudadanas? Tendrán que vivir conforme a la ley común, ¿no? Las cosas hay que decirlas claramente. ¿Puede tener usted su credo? Sí, por supuesto, siempre que no conculque la ley común. Defender el laicismo real quiere decir que aunque para usted, según su credo particular, la mujer es un objeto, usted aquí no puede tratarla como tal, ni siquiera en su propia casa. "No, es que se da un conflicto entre lo público y lo privado". No, no. Ni en casa. El Estado tiene que garantizar la igualdad de derechos y aquí las mujeres no son objetos, lo siento mucho. Y esto no significa que caigamos en una visión racista, al estilo de la de la extrema derecha, que prejuzga al ciudadano no por lo que hace, sino en base a sus rasgos. Por supuesto que no. Tampoco significa que tengamos que pasar una guadaña que no permita que usted pueda tener unos apegos y unos afectos bien diferenciados. "Yo me siento un poco menos español en Rentería". Muy bien, pues siéntase usted como quiera, no pasa nada. No es menos ciudadano por eso. Usted es ciudadano. Lo que no vale es que usted quiera segregar la ciudadanía basándose en sentimientos y en identidades particulares privadas. La ciudadanía no excluye la diversidad cultural. Lo que sí que excluye son los intentos que quieren fracturarla. No sé. En este tema nuestra izquierda hegemónica reaccionaria también se ha desviado bastante. En buena medida ha blanqueado la religión, por ejemplo. Para ella, la religión es una nueva experiencia. Tradicionalmente, sin embargo, la izquierda miraba con recelo a la religión porque veía en ella un punto de conflicto con el pensamiento racional. Ahora no. Ahora en la escuela hay que meter el islam. Es curioso. Están en eso.

P: ¿Existe espacio político en España para esa izquierda que usted reivindica?

R: Sí, por supuesto. Creo que se está abriendo una ventana de oportunidad. Los movimientos políticos que se están produciendo recientemente empiezan a cambiar un poco el rumbo. Se han cruzado tantas líneas rojas que empieza a ser demasiado injustificable todo el engrudo con el que hay que comulgar. Sé que es difícil, eh. Soy consciente de que una enorme cantidad de personas mantiene, pase lo que pase, su voto religioso al PSOE. Pero aun así, veo que hay una grieta novedosa. Sobre todo, creo que hay un espacio para la recuperación de una izquierda racionalista. Un espacio de recuperación de unos principios que no prescriben. Este libro es un intento de reconstrucción ideológica, tomándose en serio esos principios. Universalismo moral, por ejemplo. Es decir, recuperar una vocación que nos lleve a defender sin tapujos que si nos parece mal la explotación de la mujer aquí, nos parece igual de mal la explotación de la mujer allá. Esto no significa que tengamos que ir a bombazos a Teherán para corregirlo, pero sí nos exige al menos ser coherentes en nuestros posicionamientos sobre política exterior. Laicismo, otro ejemplo: no me filtre usted según criterios religiosos o étnicos, con su ley privada particular. Acójase al texto público, que por definición es para todos. Deme argumentos racionales. No sé. En estos momentos, es tal la descomposición, es tal la incoherencia de una izquierda que ha perdido el norte, que al menos la grieta sí la veo. Lo que pasa es que hay que picar en esa grieta y entrar. Yo confío, desde luego. A lo mejor estoy equivocado. Siempre puede pasar. Pero me fío del criterio de mucha gente con muchísima experiencia política y que me dice que, si hacemos las cosas bien, tenemos una oportunidad. ¿Las elecciones europeas son las peores para intentarlo? Yo creo que son las mejores, de hecho. Circunscripción única, voto más heterodoxo… En fin. Veremos.

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