

"Era mucho mejor exnovio que novio" es una de esas frases que parecen relumbrar como medallas pero que, de recibirlas, uno no sabría si colgárselas en el pecho con orgullo o con pequeños aires de vergüenza. Lo más probable —por no decir seguro— es que Fernando Sánchez Dragó la hubiese vestido con orgullo. Y es por eso que cuando la mencionó Anna Grau, una de sus exnovias, en la presentación de la novela que está inspirada en él, los presentes no pudiéramos más que asentir risueñamente y echarle de menos conjuntamente, que es como se echa de menos a la gente que consigue hacerse querer hasta por quienes jamás la conocieron. La escena sucedió también porque se trata de una de esas frases que amenazan con ser boutades y que, después de unos segundos de ponderación profunda, se confirman como tal. Así que resultó perfecta. Pocas líneas podrían ajustarse mejor a la vida de un hombre que, de cara al público, se cultivó precisamente como la gran boutade de España.
Hace casi dos años que Dragó murió, con 86, cogiendo por sorpresa a todo el mundo. Es algo que da que pensar. Hace falta haber vivido de una forma muy específica para morir así, con esa edad, y que nadie termine de creérselo. Es necesario haber alcanzado un cierto rango, una presencia extraña que sólo adquieren algunos paisajes míticos y un puñado de personajes elegidos, los Jordis Hurtados y las reinas de Inglaterra de turno. Gente tan imbricada desde siempre en la literatura popular que se diría que surgió con el Big Bang.
Aunque lo que mejor habla de él no es eso. Eso no es más que el resultado de haber querido vivir literariamente y de haber estado dispuesto a asumir las consecuencias —"Fernando era una persona que era libre porque sabía serlo", dijo Grau, en algún momento—. Lo que mejor lo define fue la escena que se formó en su velatorio, con todas sus mujeres y exmujeres compartiendo espacio con él y para él, en Castilfrío, queriendo honrarle. "Allí nos juntamos todas, como si fuéramos las diferentes etapas de su vida: todas muy diferentes entre nosotras; todas no necesariamente llevándonos bien; pero encontrando en un momento la armonía".
Dragó, dijo Grau, "era más conocido por sus defectos que por sus más numerosas e inmensas virtudes humanas". Eso explicó su final. "Porque lo que él tenía era que siempre quería sacar lo mejor de las personas. Así que cuando estabas con él igual había ratos en los que querías matarle, pero cuando dejabas de estarlo caías en la cuenta de que era muy difícil no quererlo".

La novela se llama En la boca del Dragón (La Esfera de los Libros) y narra la relación que mantuvieron entre 2014 y 2017. "Mucha gente me ha preguntado, y supongo que es normal, por qué escribo esto ahora. Quieren saber si se trata de un ajuste de cuentas. No lo es, por supuesto. Pero si tuviese que serlo, lo sería contra aquellas personas que se atrevieron a juzgarme, a estigmatizarme y a criminalizarme por haberme enamorado de un hombre que no era de su agrado". Grau no se refería a un trato anecdótico: "Desde la Sección Femenina falangista yo no había visto nada igual. Los ataques que yo he sufrido por parte de personas de extrema izquierda por haber salido con Fernando no son violencia de género… Son violencia nuclear". Así que, en cierto modo, su relación con él se vio enmarcada por ese inconveniente. "Fue el amor en los tiempos de la dictadura woke… Comenzó al inicio de ese Imperio y terminó en el momento en el que comenzaban a vérsele las costuras".
La explicación de aquellas reacciones en su contra se señalan solas. "Fernando era un polemista juguetón. Un hombre inteligentísimo y una persona interesante. Así que es difícil conocerlo bien". De joven militó en el PCE y llegó a vivir en el exilio —"aunque un exilio dorado, hay que decir, estilo Puigdemont"—; de viejo, nunca ocultó su afinidad por Vox y su amistad con Santiago Abascal. "Lo que define a una persona no son tanto sus ideas", explicó Grau. "Las ideas, entendedme, evolucionan. Cambian. Lo que no cambia nunca es la fibra del alma de quien las tiene. Sus valores". Y, en ese sentido, "Fernando fue siempre muy fiel no a ninguna ideología, sino a un sistema moral que se tomaba muy en serio. Las apariencias engañan. En lo moral, él siempre fue muchísimo más exigente consigo mismo que con los demás".
Porque Dragó fue, eso cuentan de él los que lo conocieron, "una persona increíblemente tolerante". "A veces no le gustaba que le llevasen la contraria, como nos pasa a todos, pero jamás dejó que las disputas intelectuales enturbiasen sus relaciones. La política era para él un juego. Algo anecdótico. Dedicaba sus mayores esfuerzos intelectuales a desarrollar un sistema filosófico antes que un sistema político". Lo que mejor lo definía en las distancias cortas era que "era perfectamente capaz de llevarse cordialmente con quienes no pensaban como él. No puedo decir lo mismo de otras personas oficialmente menos ‘fachas’". Fue amigo hasta el final de Jorge Verstrynge, recordó Grau, "con la evolución opuesta que siguieron cada uno", y nunca se tomó demasiado en serio el problema catalán, que a ella sulfuraba. Su mayor discusión, "casi anticipo de divorcio", llegó con la primera victoria de Donald Trump. Pero aún con todo, en cada una de sus disputas relució siempre, como un fino barniz superpuesto, "aquella capa de frivolidad con la que se tomaba este tipo de temas, para él mucho menos importantes que para quienes le discutíamos".
Eso no quiere decir que "su forma de vivir, tan dada a la autofabulación", le conviniese siempre. El episodio más sangrante llegó cuando presumió de haber mantenido relaciones con "lolitas". Y fue un episodio que le persiguió mediáticamente hasta el final de su vida. "Quienes le conocimos, sin embargo, sabemos que era mentira", dijo Grau. "Fernando era así. Le gustaba inventarse historias, darse aires. Yo creo que si le hubieran dado a elegir entre ganar un Nobel o ser reconocido como el mayor galán sexual del planeta, habría escogido lo segundo. Y lo que ocurrió con aquella historia, a mi entender, es que sucedió en un momento en el que él había perdido la conexión con los tiempos. No supo medir el impacto de lo que dijo porque no se había dado cuenta de hasta qué punto habitaba en otra época". Eso sí, "supo que se había equivocado al instante. Y aguantó lo que le vino con una entereza y una responsabilidad admirable. Yo le he visto soportar escenas violentísimas por ello y tragárselas sin rechistar ni quejarse. Porque era consecuente".
En cualquier caso, la novela narra "una historia de amor difícil en un tiempo en el que amar es muy difícil". También indaga en "cómo vivimos la sexualidad las mujeres de mi edad, un tema que parece hasta cierto punto vedado en esta sociedad". "Para él, por ejemplo", comentó Grau, "aunque fuese mucho más mayor que yo, yo ya era una mujer madura. Y en cierta manera lo soy, es cierto". "Lo que pasa es que a mí siempre me han atraído los hombres más mayores e inteligentes que yo. Hombres de los que puedo aprender". De joven, indagó, "estás tal vez más obsesionada con gustar a todos, indiscriminadamente. Después creces y llega un momento en el que eso te da más igual. Empiezas a plantearte quién te gusta a ti… Yo no soy Carrie, la de Sex and the City. A mí me gusta lo que me gusta y no tengo que pedir perdón por ello".

