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Alice Munro, de 'Santa' e icono para el feminismo a leprosa: cuando la genialidad literaria coexiste con una moralidad deplorable

No es necesario ser un monstruo para escribir sobre monstruos, pero Munro vivió en el borde del lado salvaje de la vida, y su literatura lo refleja.

No es necesario ser un monstruo para escribir sobre monstruos, pero Munro vivió en el borde del lado salvaje de la vida, y su literatura lo refleja.
Alice Munro en 2009 en Dublín | Cordon Press

Si no fuera trágico, sería gracioso. Alice Munro pasó de ser "Santa Alicia" e icono del feminismo progre a ser considerada un cruce entre Medea, Aurora la Roja, Hitler y Humbert Humbert. Comencé a leer a Alice Munro cuando dejaron de leerla los que la adoraban. De Munro sabía que había ganado el Premio Nobel de Literatura, mencionándose que era la mujer número no sé cuántas en obtenerlo, y que siempre la comparaban con Chéjov por su maestría en el relato corto. Que ganase el Nobel y que la comparasen con Chéjov, que no ganó el Nobel y al que considero uno de esos autores pluscuamperfectos en su sencillez, consiguieron que nunca me acercara a Munro, a la que comentaban como si fuera una terapeuta para neuróticas con ínfulas literarias, abonadas a body combat los lunes, yoga tántrico los martes, clubes de lectura los miércoles, sesiones de psicoanálisis los jueves y los viernes a ponerse ciegas de champán, que es a lo único a lo que me apuntaría con ellas.

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Alice Munro en 2009 en Dublín

Sin embargo, en 2024, tras su muerte, una revelación estremecedora derrumbó su pedestal: su hija, Andrea Skinner, denunció públicamente que Gerald Fremlin, segundo marido de Munro, abusó de ella cuando era niña, y que la escritora, al saberlo, optó por el silencio. Este escándalo transformó a Munro de ícono literario en una leprosa a la que nadie quería acercarse, ni siquiera para leer sus libros, comparable a los personajes ambiguos de sus propios cuentos.

Alice Laidlaw, el nombre de nacimiento de Munro, vivió una vida que parece sacada de uno de sus relatos. En julio de 2024, su hija publicó un ensayo en el Toronto Star revelando que Fremlin abusó de ella a los nueve años, en 1976, y que Munro, al ser informada en 1992, decidió no solo permanecer con su marido, sino también proteger su reputación literaria. Fremlin fue condenado por cargos de sobre "el pudor" en 2005, pero no cumplió prisión, y el caso permaneció en la sombra hasta la denuncia de Skinner. Allegados a la escritora, incluido su primer marido y padre biológico de Andrea, conocían los hechos, pero optaron por el silencio para preservar la imagen de la "mejor escritora desde Safo".

El secretario de la Academia Sueca, al otorgarle el Nobel, elogió a Munro por explorar "los silenciados y los silenciosos, aquellos que eligen no elegir»". Irónicamente, esta descripción encaja con la propia Munro, quien, como un personaje de sus cuentos, eligió no actuar ante el horror en su hogar. ¿Fue su silencio una forma de "pasividad inteligente", un término que ella misma usó para describir su fascinación por observar sin intervenir? Este paralelismo plantea preguntas sobre la relación entre la vida de los artistas y su arte. ¿Podemos disociar a la madre Alice Laidlaw de la novelista Alice Munro? Su hija, seguramente no, pero nosotros no debemos caer en la trampa de la personificación: ni Munro era antes una santa ni ahora merece que sus libros sean quemados en la plaza pública.

No solo escribía sobre estas rupturas, sino que las vivía

La grandeza literaria de Munro radica en su habilidad para retratar personajes complejos atrapados en dilemas morales como si fuesen moscas iridiscentes en telarañas de terciopelo y diamante. En cuentos como Radicales libres, una viuda descubre un secreto perturbador sobre su marido, pero elige ignorarlo, aferrándose a su amor:

"Solo hay una persona a la que realmente merece la pena contárselo. Rich, Rich. Ahora se da cuenta de lo que es echarlo en falta de verdad".

Este pasaje resume la vida personal de Munro, quien priorizó su relación con Fremlin –luz de su vida, fuego de sus entrañas– sobre la justicia para su hija. En Vándalos, una mujer ignora las señales de abuso en su entorno, un eco inquietante de la propia pasividad de Munro.

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Librería en la que se expone la obra de Alice Munro

Comparada frecuentemente con Chéjov, Munro no alcanza la universalidad del ruso, pero su maestría en el relato corto radica en su capacidad para mostrar cómo los momentos cotidianos revelan verdades devastadoras. Sus personajes, a menudo mujeres en contextos rurales, enfrentan acontecimientos ajenos a su rutina diaria que rompen la linealidad de sus vidas. La revelación sobre su vida personal sugiere que Munro no solo escribía sobre estas rupturas, sino que las vivía.

Cuando Munro ganó el Nobel, novelistas como Mona Simpson celebraron su «generosidad» y su retrato de la «experiencia femenina». Sus lectoras, a menudo mujeres abonadas a clubes de lectura y círculos literarios, la veían como una guía espiritual, una mezcla de Virginia Woolf y Santa Teresa de Calcuta. Sin embargo, el escándalo de 2024 abrió un pozo de decepción e indignación al que los antes fieles arrojaron sus libros, renegando de ella como los cristianos rechazan a Satanás durante el bautismo. Los lectores que antes la idolatraban se sintieron traicionados, no solo por su complicidad, sino, sospecho, por su incapacidad como lectores para leer entre líneas las señales de su ambigüedad moral en sus cuentos.

Este fenómeno plantea una pregunta literaria crucial que indiqué antes: ¿puede separarse al autor de su obra? La gran literatura no es (casi) nunca un manual de moralidad, sino un espejo de la complejidad humana. Como decía Kafka, un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado de nuestro interior. De lo que se sigue que un buen novelista debe ser más como un pirómano que como un bombero. Negar su valor literario por su vida personal es tan reductivo como idealizarla sin cuestionar su conducta. Los que antes la santificaban y hoy la demonizan cometen no solo un error categorial sino un pecado contra el espíritu artístico. Como en el caso de escritores como Céline y Rimbaud, cuya genialidad literaria coexiste con una moralidad deplorable, el affaire Munro desafía a los lectores a enfrentar el brillo tenebroso de sus relatos con ojos nuevos, más duros, más densos, más capaces de ver más allá de las apariencias, como el protagonista de El hombre con rayos X en los ojos de John Carpenter.

Parafraseando a Nietzsche, Munro miró fijamente el abismo, y el abismo le devolvió la mirada. Su obra, impregnada de personajes que navegan la ambigüedad moral, adquiere ahora una dimensión más oscura y fascinante. No es necesario ser un monstruo para escribir sobre monstruos, pero Munro vivió en el borde del lado salvaje de la vida, y su literatura lo refleja. Lejos de borrar su valor, el escándalo reconfigura su legado, invitándonos a leerla no como una santa, sino como una escritora profundamente humana, con todas sus luces y sombras.

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