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Monterroso, Nabokov, El Quijote, Bob Esponja

De visita en el bullicioso barrio africano –la misma humedad relativa, idéntico secarral en fiestas–, lo primero es parar delante de la biblioteca familiar como haría ante el frigorífico en una noche de insomnio. Tener hambre ––que no apetito––, y no saber de qué.

Releo por necesidad, aunque sea, como ahora, por la necesidad del vicio, el que más mono da en estos tiempos, el que promete evasión de lo que hay: el chancleo, la ávida jauría danzona, el cangrejo progresista descubierto para España por el sr. Zapatero en los Jameos del Agua, así como César Moro descubrió la tortuga ecuestre para el surrealismo.

Así que releo para olvidar y leo para acordarme de releer.

Aparte de eso, gracias a Dios, la vida pasa felizmente junto a la alegre panda del Krustáceo Krujiente ––Patricio, Calamardo, la ardilla Arenita...––. Entre el bol de libros de reposición y las aventuras de Bob Esponja; entre el fondo de biblioteca y el fondo de bikini en el canal de dibujos de la tdt, sobrellevo el golpe de calor y evito la calle, con sus techumbres subsaharianas, sus mascaritas, su juerga del paro y su séquito presidencial practicando footing.

Tiro de Monterroso. La letra E, sus diarios de 1983 a 1985 (Alfaguara, 1997). Algún lector-comentarista ha preguntado por qué trato de Usted, o de sr., sra. o srta., a la gente. En realidad, lo hago sólo con los vivos, con quienes toda lejanía siempre me parece poca. Los muertos, en cambio, son mis hermanos y procuro tratarlos con vívida campechanía. Augusto Monterroso es Monterroso, o Tito Monterroso, con cuyo universo tengo trato desde el descubrimiento (quién pudiera releer para olvidar que se ha leído) de Obras completas (y otros cuentos), allá por 1990.

En sus diarios, está el Monterroso que lee y comenta lo leído ––delicioso regalo, el rescate de un soneto prácticamente extraviado del gran Rubén Bonifaz Nuño, dedicado a la pintora Elvira Gascón–– ; el enamorado de la pintura y el que lucha con su propia actitud de aislamiento social.

También aparece el peor Monterroso, el propagandista de las tiranías socialistas, particularmente la de Castro y la del Sandinismo nicaragüense, a las que defiende con una retórica panfletaria; el fanático anti-americano, el sectario vocero de los prejuicios tercermundistas, el azote fanático de la United Fruit Co. y el consumidor pasivo de la dialéctica mentirosa de explotados y explotadores.

Su caso demuestra que se puede ser un artista y un necio al mismo tiempo; crear de manera excelsa y pensar de manera estúpida; inventar mundos perfectos y no enterarse (o, peor: no querer enterarse) de lo que ocurre en la calle de al lado. Me conformaría, a estas alturas, con que el caso de Monterroso fuera el más frecuente. Por desgracia, lo que abunda entre nosotros es una especie aún peor, la del artista mediocre y el observador obtuso.

En una de las entradas de su diario, indica que ha dejado de leer a V. S. Naipaul al haber contraído un prejuicio en su contra, después de leerle un reportaje sobre Eva Perón. Creo que si, cualquiera de nosotros, cualquiera que ame la verdad y deteste la mentira siguiese el mismo ideal de justicia lectora con los artistas de hoy, probablemente dejaríamos de leer y de observar el 90 por ciento de las creaciones de nuestro tiempo. Pero la verdad del arte y la verdad de las cosas son dos cosas distintas, no necesariamente, ni siempre, coincidentes. Se puede ser un genio y un bruto sectario a la vez.

La verdad es que esta relectura de Monterroso me está empezando a dar cien patadas. También me choca su gruesa descalificación de Nabokov a propósito del Curso sobre el Quijote que éste impartió en Harvard en el curso 1951-52.

Monterroso considera que el análisis de El Quijote por Nabokov es un conjunto de "tonterías", pero lo deja ahí, no lo explica ni tampoco ofrece un análisis alternativo. Típico de los diarios de Monterroso. Sus juicios nunca pasan del nivel enunciativo. Otras veces, se va por las ramas, pero nunca razona ni fundamenta sus teorías. Da la impresión de que se mueve a base de intuiciones más o menos lúcidas, y de no pocos prejuicios.

Me acerco, de nuevo, a la biblioteca-frigorífico y me sirvo un ejemplar del Curso sobre el Quijote de Nabokov, que Ediciones B editó primorosamente en 2004, con traducción de María Luisa Balseiro y unos preciosos apéndices que incluyen el exhaustivo resumen, capítulo a capítulo, que Nabokov hizo de las dos partes de El Quijote.

Nabokov es un crítico literario metódico y puntilloso. Para él, una buena novela es un juguete de precisión, un delicado artefacto de engranajes verbales que pueden y deben aislarse para comprender su funcionamiento y su contribución al conjunto.

No le importaban la vida personal del autor ni el contexto histórico en el que escribió. "Lo de la mano tullida de Cervantes no lo sabrán ustedes por mí", avisa a sus alumnos el primer día de clase. Su objeto de estudio es la novela, toda la novela y nada más que la novela. La novela desnuda de referencias morales, biográficas o históricas. La novela como artificio verbal con unas leyes internas muy precisas que el lector puede descubrir.

Las conclusiones de Nabokov después de examinar El Quijote con toda la potencia de su microscopio de observador de mariposas raras, son aproximadamente las siguientes:

1. El personaje de Don Quijote proyecta una influencia muy poderosa a la que no escapa ninguna de las grandes novelas modernas. Esa cualidad es lo que la distingue como una obra singular, un producto del genio artístico humano.

2. Es, al mismo tiempo, una de las novelas más crueles, violentas y bárbaras de la historia.

3. Con El Quijote se inicia la novela moderna. Su fundación consiste en que, por primera vez, la forma de la novela inicia un recorrido autónomo, se despega de la épica y de la métrica y se orienta al entretenimiento de las masas.

4. El Quijote no es una parodia de las novelas de caballería, sino su continuación lógica.

5. El tratamiento del paisaje es, todavía, ornamental, continuador de la tradición italiana (de origen petrarquista) de la naturaleza bucólica. Habrán de pasar aún tres siglos para que el paisaje cumpla con una función narrativa. De momento, el paisaje en El Quijote es tan irreal e idealizado como

6. No es un libro de humor, sino, al contrario, un libro en el que abunda el patetismo y el fracaso.

7. Los diálogos funcionan muy bien, es uno de los puntos fuertes de la novela. Nabokov apunta que puede obedecer al hecho de que Cervantes era un dramaturgo frustrado.

8. Las novelas intercaladas en El Quijote desempeñan, demasiadas veces, una función de relleno. Deja al descubierto la improvisación y la desgana con la que Cervantes se tomó, en determinadas fases, la composición de la novela.

9. Don Quijote es la locura excelsa y Sancho Panza, la generalidad mediocre, "un saco lleno de refranes", opina Nabokov.

Lo mejor de las lecciones son el estudio de la crueldad y la violencia en El Quijote. Nabokov ridiculiza a los críticos que sostienen que la novela de cervantes es una historia bienhumorada, humanista o edificante desde el punto de vista de una ética cristiana. Nuestro profesor se sorprende de que uno de los repertorios de vejaciones físicas y psicológicas más abrumador de la historia de la literatura pueda ser leído como una escuela de humanidad o como una comedia hilarante. Y esboza, retratándonos, un inventario provisional de la crueldad que tanto nos ha hecho reír a generaciones de españoles:

Empezamos (...) en el capítulo 3, con el ventero que permite que un loco ojeroso se aloje en su venta únicamente para reírse de él y que se rían de él sus huéspedes. Pasamos con un rugido de hilaridad a lo del chico semidesnudo azotado con un cinto por un robusto labrador (capítulo 4). Volvemos a retorcernos de risa en el capítulo 4 cuando un mozo de mulas deja al indefenso don Quijote machacado como trigo en el molino. En el capítulo 8 soltamos nuevas carcajadas viendo que los criados de unos monjes que van de camino le arrancan a Sancho todos los pelos de las barbas y le muelen a coces. ¡Qué juerga, qué estupendo! En el capítulo 15 unos arrieros apalean a Rocinante hasta dejarlo en el suelo medio muerto; pero no importa, en seguida el titiritero volverá a poner en pie a sus chirrientes muñecos.
Nabokov considera exagerada la equiparación artística de Cervantes y Shakespeare, un lugar común del canon literario occidental.
No, por favor: aunque redujéramos a Shakespeare a sus comedias, Cervantes seguiría yendo a la zaga en todas esas cosas. Del Rey Lear, el Quijote sólo puede ser escudero. Lo único en que Cervantes y Shakespeare son iguales es en influencia, en difusión espiritual.
Adoro a Nabokov. Lo adoro siempre, en sus novelas, en sus cuentos, en su deslumbrante libro de memorias––Speak, memory––y en sus lecciones sobre literatura europea, siempre perspicaces, detallistas y razonadas. Y creo que Monterroso, al que también sigo con cierta devoción como un autor innovador de cuentos, es tan poco riguroso cuando critica a Nabokov como cuando habla de política.

Y lo dejo aquí, que empieza el nuevo capítulo de las aventuras de Bob Esponja. Hasta otra.

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