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Felipe Couselo

El último show de Smashing Pumpkins en la Sala Metro

Recordando la despedida de la época dorada de Smashing Pumpkins.

El que iba a resultar el último concierto de la banda Smashing Pumpkins (al menos, en su primera encarnación), tuvo lugar en el mismo recinto en el que la banda liderada por Billy Corgan había ofrecido su primera actuación seria, a finales de la década de los ochenta. Y entre ambas fechas, se sucedieron casi todas las circunstancias que puedan rodear a una banda de rock: éxitos y fracasos, decepciones, rupturas y reconciliaciones, muerte y, por supuesto, un buen puñado de maravillosas canciones que iban a desfilar a lo largo de aquellas cuatro horas de concierto.

Mientras la banda se preparaba para comenzar el show en la Sala Metro de Chicago, la mente de Corgan volaba a través del recorrido del grupo al que había dado forma, y al que identificaría con sus sueños más profundos durante buena parte de su vida. Una historia que arranca con la amistad que mantuvo con el guitarrista James Iha, al que había conocido en la tienda de discos en la que trabajaba, y con el que se lanzó a formar un grupo con tintes psicodélicos y oscuros, al que poco después se unía la bajista D’arcy Wretzky. La última pieza del rompecabezas llegaría con la incorporación del que sería el mejor confidente de Billy con el tiempo: el batería Jimmy Chamberlin, cuya fuerza ensamblaba una receta musical imprescindible para entender el rock de los años noventa. Junto a él debutaron en 1988 en la misma Sala Metro en a que ahora iban a poner punto y final (luego resultó ser, por supuesto, un punto y aparte) a su peculiar recorrido.

Para la banda, todo había comenzado en un punto algo incierto, con una industria musical anterior a la explosión del grunge y una banda algo atípica para esquemas pasados y presentes, que proponía un repertorio profundo, lírico y elegante, no exento de guitarras y distorsión. Estos primeros pasos se materializan en forma de algún single de éxito limitado, y sobre todo con la grabación del disco de debut, Gish. Una obra producida por el gurú Butch Vig (en colaboración con el propio Corgan), y en la que destacarían algunos temas que forman parte del setlist del último show en la Metro: piezas como Rhinoceros, Siva o I Am One, que sentaban las bases del juego en el que los Pumpkins nos proponen entrar. El arte y la épica, la crudeza y la elegancia, y por supuesto, el onírico universo de Billy Corgan seducen al oyente y le dan un aviso importante: no estás escuchando una banda cualquiera.

Fueron tiempos buenos, pero también difíciles, podría pensar el bueno de Billy en aquel momento en el que afina por última vez su guitarra como líder de la banda. Tiempos en los que el puesto de la banda en mitad de la naciente marea grunge les puede hacer parecer un proyecto más del enorme montón que va inundando las ondas… una baza que ellos no aprovechan conscientemente, pero que les lleva a figurar en eventos de ese palo, al tiempo que despierta las iras de lo más radical de la escena independiente. Pero el ánimo de Billy (acostumbrado a sufrir tragedias personales), responde en forma de canción, lanzando una feroz crítica hacia tales actitudes a través del primer corte de su nuevo trabajo: Cherub Rock, la primera bomba que contiene el maravilloso Siamese Dream.

Un disco en el que repite Butch Vig a los mandos de la producción, y en el que el protagonismo de Corgan cobra importancia: de nuevo firma casi todo el álbum, además de tocar casi todos los instrumentos salvo las pistas de batería. Como consecuencia de ello, la recientemente separada pareja de Iha y Wretzky quedan algo relegados y Chamberlin se hunde a ratos en un mar de drogas y excesos. Pero a pesar de estos problemas (y otros que afectan personalmente a Corgan), el disco resulta un éxito en todos los sentidos. Vende más de cuatro millones de copias en Estados Unidos y consigue rendir a la crítica, que alaba la intensidad de temas como Today o el propio Cherub Rock, al tiempo que veneran el lirismo de Disarm y elogian la complejidad de SIlverfuck y la rabiosa autoafirmación de Mayonaise, un himno de proporciones épicas dentro del panorama del rock alternativo: "sólo quiero ser yo mismo y lo seré en cuanto pueda: entiende que así será". Un disparo con el que se reivindica a nivel personal y musical, dejando el listón muy alto para futuros competidores, y cuyo espíritu repetirá en un tema posterior, Muzzle. Todas estas canciones (y alguna más de este disco) sonarán en la noche de despedida de hace quince años.

Aprovechando el éxito, el sello lanza una colección de rarezas y temas ocultos titulada Pisces Iscariot, que mantiene el éxito de la propuesta, al tiempo que le da tiempo a Corgan de preparar su proyecto más ambicioso hasta la fecha: un disco doble que pasa por varias formas y conceptos, hasta desembocar en un himno generacional de 24 cortes titulado Mellon Collie and The Infinite Sadness. El trabajo explotará en mitad de los noventa, convirtiéndose en una obra generacional, que ejemplifica el abanico de sentimientos del público de la época. Para empezar, los encontramos con un single de presentación tan contundente como Bullet with Butterfly Wings, grito de angustia existencial en el que Corgan descarga su frustración ("a pesar de toda mi rabia, sigo siendo una rata enjaulada", aúlla en su estribillo). Un tema que contrasta con la quietud apasionada de Thirty-Three, el potencial destructor contenido en X.Y.U. o la ensoñación de un mundo propio, que encierra Tonight, Tonight. A propósito de este último tema, Billy lo presenta en directo con la frase: "si no te gusta esta canción, no eres amigo de Smashing Pumpkins". Eso nos da una idea de la importancia del mismo, que conjuga con lo majestuoso de Porcelina of The Vast Oceans, o con el recuerdo de su propia infancia en 1979. Una canción tan evocadora como la anterior, que por supuesto tendrá lugar de honor en la Sala Metro, aquel 2 de diciembre: no en vano, los Smashing dieron sus primeros pasos en "aquella ciudad junto al lago, allí donde nací", que cantaría el propio Corgan en todos sus directos.

Aunque aquellos también fueron días duros, principalmente por la muerte de Jonathan Melvoin, teclista en Mellon Collie, que perdía la vida en una noche de drogas y con Jimmy Chamberlin como compañero de imprudencia. El propio Jimmy estuvo a un paso de la muerte, y acabó siendo expulsado por sus compañeros. Una banda con problemas varios, y con la inquietud de no parecerse a lo que de ellos se esperaba. Quizá por ello recurrieron a la electrónica más que al riff, y a la oscuridad más que al luminoso tapiz que ofrecían su anterior disco. Este paso se materializó en Adore, obra de ruptura en la que el look y la estética daban un giro hacia nuevos horizontes: Ava Adore o The Everlasting Gaze son buenos ejemplos de un proyecto que continuaría con más dificultades tras Machina/The Machines of God, proyecto algo desbocado, en el que recuperan a Chamberlin pero acaban perdiendo a D’arcy, al parecer también bajo el influjo de las drogas.

Y aquí estamos, en la Sala Metro de Chicago, para asistir a la despedida de Smashing Pumpkins: ha aparecido una segunda parte de Machina (más bien, podríamos decir que se ha filtrado, pero para el caso ya da lo mismo). También se ha hecho patente el desencanto de James Iha con sus compañeros de grupo, y ni tan siquiera se despedirán tras acabar el show. Se ha perdido parte de la magia, y aunque Corgan tratará de recuperarla en el futuro con diferentes encarnaciones de la banda… el momento ya habría pasado. A dos de diciembre de 2000, solamente quedaba aquella noche, con invitados como Rick Nielsen de Cheap Trick, o el mismísimo padre de Billy Corgan. Cuatro horas de música que intentaban condensar más de diez años en una sola noche. Una noche en la que, como rezaba aquel Tonight, Tonight, lo imposible fuese posible y si creías lo suficiente, la música hiciera todo lo demás.

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