Este domingo 17 de mayo, a partir de las 20:00 horas, el Real Madrid de baloncesto tiene una cita con la historia. Veinte años más tarde, y tras perder las dos últimas finales de Euroliga, el equipo de Pablo Laso pretende volver a alzar al fin el trofeo de mejor equipo del viejo continente, algo que ocurrió por última vez en 1995, también en España (Pabellón Príncipe Felipe de Zaragoza), y ante el mismo rival que tendrá hoy enfrente en el Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid, el Olympiacos de El Pireo.
El conjunto griego, el de menor presupuesto de los comparecientes este fin de semana, es seguramente el de menor calidad de los cuatro. Sin embargo, como ya dejó claro en su semifinal ante el CSKA de Moscú, tiene dos virtudes que le hacen especialmente peligroso. La primera, su carácter y espíritu, seguramente el mayor de la competición, que le hacen aferrarse a cualquier partido por difícil que esté, habiendo logrado remontadas heroicas en las últimas temporadas en no pocas ocasiones.
Y el segundo punto determinante en su juego, es la existencia de unos roles claramente determinados, pues los helenos tienen perfectamente establecidos sus referentes y quiénes serán los jugadores que asuman la responsabilidad cuando llegue la hora de la verdad, momento en que todo el mundo mirará a Giorgios Printezis y, muy especialmente, a Vasilis Spanoulis. El barbudo base griego, que espera a su cuarto hijo, y que cada vez que jugó una final a cuatro con su mujer encinta terminó ganándola y siendo el MVP, dio una auténtica exhibición en los tres últimos minutos de la semifinal, cuando, tras llegar a ese momento con sólo dos puntos y 0 lanzamientos anotados de 11 intentados, terminó ejecutando a los rusos con once puntos determinantes en la remontada ateniense.
Ante este escenario, el Real Madrid deberá evitar a toda costa llegar a los últimos minutos con el partido en un puño, pues ahí crecerían exponencialmente las opciones de los griegos. Si los blancos consiguen imponer su ritmo desde el dominio del rebote, como en el legendario segundo cuarto ante el Fenerbahce, tendrán buena parte del camino andado. Si no, podrían aparecer viejos fantasmas emocionales, como los que les atenazaron en las dos finales perdidas en los últimos años en Londres y Milán. Sin embargo, parece que el Real Madrid ha alcanzado el punto de madurez necesario para reinar al fin en Europa, más aún jugando en su propia cancha.
Pero curiosamente, será interesante comprobar si el ambiente del Palacio de los Deportes es favorable o no a los blancos. Por raro que pueda parecer, durante la semifinal ante los turcos, la grada madrileña estuvo en considerable minoría, hecho que podría repetirse hoy con la previsible invasión de aficionados rojiblancos en la capital de España en busca de una entrada. También habrá que ver qué ocurre con los aficionados turcos y rusos que acudan a presenciar la final, que podrían tomar parte por uno u otro equipo, aunque muchos de ellos revenderán sus entradas a griegos y españoles llegados a última hora, hecho habitual en la Final Four.
Ambos equipos afrontarán el encuentro sin bajas y por tanto no habrá excusas en lo físico ni en cuanto al número de efectivos. Un duelo de altura con cuentas pendientes que decidirá si el Real Madrid logra su noveno entorchado tras veinte años de sequía, o si el orgulloso equipo del puerto de Atenas se hace con se tercer título en cuatro temporadas.