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El penúltimo raulista vivo

Ángeles y demonios

Poco ha durado el intento de santificación y posterior ascensión a los altares de Diego da Silva Costa, el santo niño de Lagarto. Como hay cámaras de televisión para todo el mundo, éstas han demostrado fehacientemente que el delantero brasileño también escupió a Ramos (bien es cierto que con un método tan depurado que habría despistado al mismísimo CSI), trató incluso de morderle y se acordó de los ancestros de Pepe, el otro central del equipo. A mí no se me ocurriría jamás de los jamases nombrar santos a Ramos o a Pepe, pero me sonroja hasta el extremo del bochorno personal el ridículo espantoso de un sector de la prensa deportiva de este país tratando de retorcer la realidad hasta el punto de convertir a un provocador nato como Costa en un inocente querubín. De inocente tiene Costa lo mismo que yo de admirador de Oleguer Presas.

No vendré hoy aquí a decir que el tándem Mourinho-Faría sea merecedor de aparecer a la diestra de San Aniano, no, pero he de decir sinceramente que tampoco creo que Simeone y Burgos estén en condiciones de ocupar ese lugar. Si hay un fútbol conocido universalmente por vivir instalado las veinticuatro horas del día en una reyerta ese es el argentino. Y yo, como muchos de ustedes probablemente, he observado mil veces cómo delante de mis propios ojos se ha transformado en virtud ("el otro fútbol") la habilidad de determinados jugadores o entrenadores procedentes de Argentina para vivir con comodidad al límite del reglamento. Los periodistas faltamos gravemente a la verdad si sólo decidimos que Mourinho salió en la rueda de prensa anterior al partido de hoy contra el Ajax para decir que no conocía al Mono Burgos. El caso es que Germán amenazó previamente con arrancarle la cabeza al entrenador del Real Madrid. Tengo para mí que Mourinho estuvo de diez.

Anoche me preguntaron en Futboleros acerca de la reacción de Mourinho sobre la ya famosa reunión del restaurante De María. Y yo, que no estaba invitado a la comida y que por lo tanto no conozco el contenido de lo dicho allí, traté de meterme en la piel del técnico portugués para explicar el motivo (desconozco si justo o injusto) de su enfado; pero por eso del directo me olvidé de la pieza fundamental. Metiéndome en los zapatos de Mourinho puedo llegar a deducir, quizás erróneamente, que lo que a él le molestó no fue que uno, dos o tres periodistas pudieran ponerle a caer de un burro, que eso ya se hace a diario, sino la presencia en dicha reunión del ex jugador, ex entrenador y ex director general madridista Jorge Alberto Francisco Valdano Castellanos. Imagino que alguien cantaría La Traviata durante o después y que, a ojos de Mou, lo que convirtió otra amigable cena más para destriparle en un aquelarre fue precisamente la presencia en la misma de su archienemigo. Pero ya advierto de antemano que yo tengo mucha imaginación.

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