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El penúltimo raulista vivo

Ironías de la vida

Schuster utilizó ayer exactamente la misma ironía para referirse a la situación de aislamiento que vive en el Real Madrid cuando de tomar decisiones deportivas de futuro se trata que Oscar Sevilla, nuestro protagonista de anoche en El Tirachinas, cuando, harto, frustrado, humillado, injustamente tratado como si fuera un delincuente huido de la justicia y obligado a tener que emigrar de España para buscar trabajo, dijo que el secretario de lo que nos queda de Estado para lo que nos queda de Deporte le había tratado "como una mierda". Así de claro, "como una mierda". Oscar Wilde era finamente irónico. Son demencialmente irónicos los Monty Python. Eran desternillantemente irónicos los hermanos Marx y son brutalmente irónicos los chicos de la Hora Chanante cuando, al parodiar a Ferrá Adriá, dicen eso de que hay tanga gente en la lista de espera para intentar cenar en El Bulli que si vosotros "querís, no podís". Pero Schuster no estaba siendo nada irónico.

Por mucho que Ramón Calderón dijera que el entrenador estaba felicísimo y que de todos era conocida su fina ironía y su tremendo sentido del humor alemán, lo que Schuster vino a decir, aunque con otras palabras, era exactamente lo mismo que, de forma mucho más gráfica, nos soltó Sevilla: Lissavetzky trató a Oscar del mismo modo que Mijatovic trata a Bernd. Bien pensado, lo que resulta tristemente irónico es que Calderón presida el club más importante del siglo XX según la FIFA o que el químico que preside el Consejo Superior de Deportes saque pecho y afirme sin rubor que España está a la vanguardia en la lucha contra el dopaje cuando el Tribunal Arbitral del Deporte acaba de declarar inocente a Aketza Peña, que dio positivo por nandrolona en el Giro del Trentino y, en aplicación del famoso código ético, se vio obligado a abandonar su equipo y fue sancionado con una suspensión de dos años por la Federación Española de Ciclismo.

Me parece dramáticamente irónico que Albert Boadella, el juglar español por excelencia, un catalán de pro y un hombre esencialmente divertido que no quiere asistir en silencio a que le hurten sus derechos constitucionales, haya tenido que renunciar a trabajar por más tiempo en su tierra, viéndose obligado casi, casi a colgar la bicicleta. Resulta desdichadamente irónico que, en esa Cataluña de la que tiene que salir por piernas un hombre inteligente y culto, Joan Laporta se mueva como lo hacen los peces en el agua, y puede acabar siendo fatalmente irónico para el Fútbol Club Barcelona que, en su evidente afán por empequeñecer a un club universal, transformándolo en un vulgar y ridículo satélite del independentismo separatista, luego sea imposible recuperar el fútbol. La noticia desvelada hoy por la Cadena Cope del rechazo por parte de Laporta a viajar en Air Berlin, pese a que el charter ya estaba pagado, refuerza la teoría de que el presidente azulgrana resiste ahí no por la falsa responsabilidad sino porque se ve a sí mismo como un hombre con una misión. Por último, parecería increíblemente irónico, aunque de todo habrá en botica, que alguien pudiera pensar que, desvelando esta información, somos precisamente nosotros quienes mezclamos la política con el deporte.

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