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El penúltimo raulista vivo

Los meapilas que dicen que el boxeo no es un deporte

Reconozco que me sacan de quicio los meapilas que van diciendo por ahí a voz en grito que el boxeo no es un deporte. Lo cantan a los cuatro vientos, orgullosos y ufanos, como si les hubiera tocado una especie de bonoloto de la pureza. Y veo en sus pequeños ojillos negros un brillo especial, el brillo que me indica, sin posibilidad alguna de error, que no habría cosa en este mundo que más les gustase que la de ver al boxeo extinguido, desaparecido, y a quienes lo defendemos escondidos en catacumbas o huidos del periodismo deportivo. El "argumento" principal en el que se basan los detractores del noble arte de las doce cuerdas es que, boxeando, muere gente. Y lo dicen como si resultara que, siempre que dos púgiles se subieran a un ring, muriera alguien. Han muerto ciclistas. Y pilotos de Fórmula Uno. Y escaladores tratando de alcanzar la cumbre del Everest.
Yo, que no soy precisamente el fan número uno de la Fórmula Uno, no diré jamás, nunca, que la Fórmula Uno no es un deporte porque un día murió Ayrton Senna. La pregunta es la siguiente: "¿Era Ayrton Senna consciente de que se estaba jugando la vida al subirse a un monoplaza?" La respuesta a esa pregunta es "sí". El boxeo es un deporte de contacto. Como el judo. O el kárate. Sin embargo nadie cuestiona que el judo sea un deporte. El boxeo exige una preparación física envidiable, una concentración a prueba de bombas, una pericia especial. El boxeo tiene unas reglas estrictas. Y un árbitro pendiente constantemente de los dos boxeadores. Y un médico a pie de ring. Luego, después de todo eso, de vez en cuando, desgraciadamente, sucede que alguien muere en un ring. Como murió Senna pilotando un monoplaza a trescientos kilómetros por hora.
Los meapilas que afirman con notable desconocimiento, despreciando olímpicamente todo el esfuerzo que se encuentra acumulado detrás de una pelea, que el boxeo no es un deporte, son meapilas, sí, pero no son tontos, son meapilas listos y se agarran a cualquier clavo ardiendo que surja a su paso. Por ejemplo, el clavo ardiendo de la enfermedad de Parkinson que, como todo el mundo sabe perfectamente, sufre Mohamed Ali, el mayor boxeador de todos los tiempos. Ali, muy lejos de esconder su enfermedad, la pasea vestido de smoking, la exhibe, desfila con ella enseñándosela a quien quiera verla. "¿Y qué pasa con el Parkinson de Ali, eh, qué pasa con el Parkinson de Ali?", preguntan los meapilas. A esa pregunta, si ustedes me lo permiten, responderé mañana.

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