
Cada año, entre 25 y 35 personas pierden la vida practicando una de las actividades más extremas y letales del mundo: el salto base. No es una cifra menor. No hablamos de accidentes puntuales, sino de una práctica deportiva que lleva décadas cosechando víctimas, pese a las constantes advertencias de expertos y autoridades. Según el análisis del BASE Fatality List, 2023 fue el tercer peor año desde 1981, con al menos 28 víctimas mortales. Su peligrosidad no es un secreto; está documentada, cuantificada y ampliamente reconocida. Aun así, el atractivo de desafiar las leyes de la gravedad sigue ejerciendo un poderoso magnetismo sobre quienes buscan emociones al límite. Y el precio, con demasiada frecuencia, es la vida.
La última víctima
La última en unirse a esta trágica estadística ha sido Marta Jiménez, colaboradora del programa El Hormiguero y conocida como la ‘mujer adrenalina’. El pasado domingo 13 de julio perdió la vida en Punta Calva, en el Pirineo aragonés, tras lanzarse al vacío en un salto base. Tenía 34 años y una sólida formación como ingeniera química, además de ser una empresaria comprometida con la profesionalización de los deportes extremos.
No se trata de un caso aislado. Sólo en la provincia de Huesca, en lo que va de año, ya han fallecido nueve personas mientras realizaban actividades de montaña. Y no es la primera tragedia que ocurre en esa misma cima: en mayo de 2023, el joven Álex Villar también perdió la vida tras lanzarse con un traje de ‘hombre pájaro’ desde el mismo enclave de Punta Calva. Unos meses más tarde, en diciembre de ese año, Nacho Cifuentes, veterano de 57 años con una amplísima experiencia en salto base, murió tras estrellarse en Peña Telera, en el término municipal de Biescas.
Un salto sin red
El salto base, como su propio acrónimo indica (Building, Antenna, Span, Earth), consiste en lanzarse desde objetos fijos —edificios, antenas, puentes o acantilados— con un único paracaídas, sin la posibilidad de un dispositivo de reserva. A diferencia del paracaidismo convencional, que se practica desde mayor altitud y con un margen de reacción más amplio, el salto base se ejecuta a distancias mucho más reducidas del suelo. Esto convierte cualquier error, por mínimo que sea, en potencialmente fatal. No hay segundas oportunidades.
Estudios publicados en revistas científicas y fuentes especializadas coinciden en que el salto base tiene una tasa de mortalidad aproximadamente 40 veces superior a la del paracaidismo recreativo. Se calcula que por cada 2.300 saltos, uno termina en fallecimiento. Y en lugares especialmente populares para esta disciplina, como el fiordo noruego de Kjerag o el valle suizo de Lauterbrunnen, los equipos de rescate están acostumbrados a intervenir con cierta frecuencia. No porque los accidentes sean imprevisibles, sino porque son, lamentablemente, esperables.
La paradoja del salto base es que se trata de una actividad que ha evolucionado tecnológicamente, que cuenta con atletas preparados y equipamiento de alta gama, pero cuyo riesgo no ha disminuido en proporción. Más bien al contrario: el acceso más fácil a materiales y plataformas de difusión como Youtube o Instagram ha incentivado a un número creciente de aficionados —muchos de ellos sin la preparación adecuada— a probar suerte desde alturas donde el error no se perdona.


