Colabora

Las claves de la boda de Alberto y Charlene

Las lágrimas de ella, el gigantismo del pastel, la no-representación española... estas son las claves del enlace doble.

Todo lo que bien empieza, 'muy bien' acaba. Así se ha puesto punto y final a la Boda Real monegasca. Si la sobriedad reinó en el outfit de Charlene durante la tarde, la elegancia y el glamour más sofistado baño la noche mágica de los Príncipes de Mónaco.

Tras la boda civil de este jueves en el salón del trono, el gran día para este territorio de apenas dos kilómetros cuadrados llegó el sábado, con la presencia de jefes de Estado, monarcas y príncipes herederos, y personalidades del mundo de la moda, el deporte y los negocios.

El mini principado ha vivido tres días de fiesta para celebrar el 'sí quiero' del Príncipe Alberto y la Princesa Charlene pero sin duda el último colofón del enlace ha sido el más espectacular. Parece que la novia supo guardarse un As en la manga para el último momento de su enlace.

Sin lugar a dudas la protagonista fue Charlene, quien dejó a un lado el diseño de Giorgio Armani, de corte sirena y cuello barco, para enfundarse un espectacular vestido sin mangas, con volantes en la falda y pailetes que hicieron brillar con luz propia a Su Alteza Serenísima laPrincesa Charlene de Mónaco. El diseño nocturno también fue obra del modisto italiano y se combinó con una original diadema.

 A su lado, con un impecable frac de chaqueta blanca y pantalón negro, apareció su ya marido, Alberto de Mónaco, que muy sonriente no soltó de la mano a su princesa.

Una vez dentro de la capilla, mientras la soprano Marie-Clotilde Würz-De Baets, y su hija, de once años, entonaban un canto a la Virgen, la princesa cedió a la presión y emoción del momento y derramó algunas lágrimas.

La cena de gala estuvo en manos del gran chef Alain Ducasse, donde el sabor mediterráneo triunfó sobre los platos. Dos mil flores de azúcar coronaron la tarta nupcial de Alberto II y Charlene de Mónaco para sus 500 invitados con motivo de su boda religiosa, un pastel de siete plantas, en metro y medio de diámetro y dos y medio de alto, informaron fuentes del Principado.

La flor en cuestión, una protea, símbolo nacional sudafricano, completaba un bizcocho "esponjoso de almendras, con una fina compota de grosellas y una mousse ligera de vainilla, recubierta de chocolate blanco y de algunas perlas de grosella".

"Tan rico como simple en su intención", apuntaba el comunicado, según el cual el banquete, servido esta noche en la Ópera Garnier, ha requerido también 150 kilos de pescado de diez tipos diferentes, 50 kilos de fresas, 30 de moras y 20 de frambuesas, así como 100 litros de leche para elaborar el helado que acompaña otro de los postres.

Como entrante, el "barbagiuan", una suerte de raviolis de pasta muy fina, rellenos de espinacas, puerros, cebolla, perejil, albahaca y, entre otros ingredientes, huevo y queso parmesano, para un interior "tierno y verde".

A continuación, y en un plato "grande, ovalado y generoso", hortalizas y mújol marinado, pescado por Gérard Rinaldi, de la última familia de pescadores en Mónaco, con los que se vislumbró "una verdadera arquitectura vegetal, un juego sutil de superposiciones y asociaciones tiernas y crujientes".

El menú prosiguió con trigo cocinado con zanahorias, corazones de alcachofas, puerros, guisantes, apio y, entre otros, champiñones, "un homenaje a la cocina sana, modesta y sabrosa (...) que juega con texturas y cocciones sutiles".

Y antes de pasar a los postres, "sobre un lecho de patatas, la pesca local es invitada con toda su simplicidad", con un revuelto de langostinos, dorada, lenguado o pulpo, que según las intenciones del chef, "transporta a las escenas míticas de las antiguas riberas, relumbrantes y repletas de azul".

El primero de los dos dulces que se sirvieron, en una copa de cristal y sobre una delicada gelatina de fresas escasamente azucaradas, frambuesas y de la misma mañana, hizo honor esta vez a uno de los colores nacionales del Principado.

La mesa de honor estuvo dispuesta en forma de "T", y situó en la barra transversal a Alberto II, a Charlene y a sus respectivas familias, mientras que en la parte perpendicular acogió a los jefes de Estado y miembros de las familias reales.

El resto de invitados, según se informó, fueron repartidos en mesas redondas de diez asientos, que tras degustar la cena disfrutaron del espectáculo de fuegos artificiales y del baile con el que se dio por clausurado el día.

El colofón de la celebración vino a ritmo de 'The streets of Philadelphia' y 'Africa' de Johnny Clegg. Una fiesta que se alargó durante la noche más brillante de toda la costa francesa.

Gigantesca ceremonia

En esta segunda boda religiosa, con la que la pareja selló cinco años de noviazgo, la fiesta de alto copete satisfizo todas las expectativas de un rico principado como es Mónaco.

Fueron tres días de fiesta, si se cuenta el concierto de The Eagles que la pareja previó para pasar su última noche de soltera, que serán recordados no tanto por las miradas y gestos cómplices entre el nuevo matrimonio, escasos y breves, sino por su voluntad de hacer partícipes del enlace a monegascos y residentes.

Todos ellos, ante los cerca de 3.500 monegascos invitados a la plaza del Palacio, desfilaron por la alfombra roja y blanca, con los colores nacionales monegascos, que le dio al lugar un aire de decorado cinematográfico, no exento de grandeza.

La seriedad de la pareja durante gran parte de la ceremonia hizo que pueda ser descrita como exenta de sentimiento por aquellos que quieren creer los rumores que periódicos galos como Le Figaro y L'Express recogieron hace días, relativos a un supuesto intento de fuga de la princesa a Sudáfrica, y a la aparición de nuevos hijos no reconocidos por parte del príncipe.

Por el Principado, no obstante, y a falta de pruebas, priman de momento los deseos de felicidad hacia los recién casados: "Estamos muy contentos, son como parte de nuestra familia. Les deseamos lo mejor y sobre todo, hijos. Los rumores no son más que eso", dijo a EFE la monegasca Monique Amisse, de 70 años e invitada al enlace.

Lejos queda el estilo de la joven que a su primer baile de la Rosa, según ha reconocido en entrevistas previas al enlace, acudió vestida "como un árbol de Navidad", con un vestido verde y las uñas pintadas de rojo, en un conjunto que ella misma ha considerado desafortunado, pero tras el cual no se le han reprochado pasos en falso.

Alberto II afirmó ayer, en un discurso ante sus súbditos, que con este matrimonio "se abre una nueva página en la historia del Principado", que esperó que se mantenga fiel "a sus particularidades y a sus valores", pero que se enriquezca con "la apertura y la atención encarnadas por la princesa".

Reflejo de esa unión de culturas fueron las banderas monegascas y sudafricanas que desde hace días ondean por esta ciudad-Estado, o la actuación hoy de la soprano sudafricana Pumeza Matshikiza justo después del intercambio de alianzas.

Con esta boda se buscaba igualmente ofrecer una nueva cara del Principado, en el que según el delegado general de Turismo, Michel Bouquier, se pretendía salirse de los estereotipos de "glamour, lujo y calidad, de los que estamos muy orgullosos", y ofrecer otros que muestren una cara más amable y accesible del lugar.

Falta todavía que se cuantifique la repercusión económica y turística de este matrimonio sobre el Principado, pero los pocos comercios que hoy, declarado día festivo, se mantuvieron abiertos, ofrecieron a los clientes una copa de champán tras el enlace, con ganas de que todo el mundo siguiera siendo partícipe de la fiesta.

Temas

Ver los comentarios Ocultar los comentarios

Portada

Suscríbete a nuestro boletín diario