Coincidiendo con la peste negra que asoló Europa en el siglo XIII, se extendió por el continente un extraño movimiento apocalíptico conocido como Flagelantes. La secta sostenía que El Apocalipsis era inminente. La peste era el principio de una serie de castigos que enviaría Dios para castigar a los hombres. El aprecio humano por el confort (denostado entonces como “apego a los bienes mundanos” y hoy como “consumismo”) estaba trayendo la desgracia al mundo. Sólo el sacrificio y la renunciación podían aplacar la cólera divina y salvar al mundo. Los Flagelantes por tanto, se convirtieron en cruzada itinerante. Cuando llegaban a un pueblo solían dirigirse a la plaza principal y llevar a cabo un dantesco espectáculo, azotándose con látigos de púas hasta quedar en carne viva. Tan impresionante demostración solía convencer al populacho de la “santidad” de los “comprometidos”. El movimiento en su “coherencia”, no sólo buscaba conmover a Dios, sino también apaciguarlo mediante la persecución de los malvados. Así, ricos, judíos y sacerdotes eran masacrados habitualmente a manos de las turbas.
Los Nuevos Flagelantes del siglo XX se llaman a sí mismos Ecologistas. Igual que los antiguos, achacan las catástrofes naturales a la acción del hombre. Especialmente a su codicia y a su soberbia. Igual que sus predecesores impresionan con sus discursos “desinteresados” y sus manifestaciones. Los más “comprometidos” realizan impresionantes sacrificios como vivir durante dos años en un árbol con el fin de evitar su tala. También ellos han declarado la guerra a los malvados: las multinacionales de la energía y la biotecnología, el “Norte” capitalista, la Administración Republicana de los EEUU, etc. Sin embargo, nunca segundas partes fueron buenas y el sucedáneo actual desprende un tufillo de incoherencia selectiva que no tenía el original. Después de años y años de campañas contra la energía nuclear, llegando incluso a asesinar ingenieros, resultó que nadie se manifestaba ante la embajada soviética cuando se produjo el accidente de Chernobil. Parece que era más conveniente coaligarse con los Partidos Comunistas para reforzar el Frente Anticapitalista.
Los Flagelantes originales decían tener contacto directo con Dios, quien les mantenía al corriente de sus intenciones. Los Nuevos dicen tener modelos que permiten calcular el cambio climático en la Tierra durante siglos. El 23 de junio de 1998, el experto (decía Jacques Rueff que lo malo de los expertos es que suelen serlo de una materia distinta de la que opinan) de la NASA James Hansen testificó ante la Cámara de Representantes de los EEUU, señalando que existía una fuerte “relación causa efecto” entre las temperaturas observadas y las emisiones humanas a la atmósfera. Su testimonio coincidía con una época muy caliente y seca que iba a ser explicada igual que la peste del siglo XIII, por la “maldad” del hombre. Las encuestas subsiguientes mostraron que como resultado de dicha comparecencia, el publico creyó que la sequía de 1988 estaba causada por el calentamiento global de origen humano.
Hansen elaboró un modelo sobre la futura evolución de la temperatura del globo, que él mismo llevó a la televisión en una película de video y que fue ampliamente vendida por el Congreso. Dicho modelo fue uno más de los muchos modelos similares utilizados en la Primera Valoración Científica del Panel Intergubernamental de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (“IPCC”, 1990). El modelo predecía que la temperatura global entre 1988 y 1997 iba a aumentar en 0,45º C. Las mediciones terrestres del propio IPCC en 1997 arrojaron un aumento menor de una cuarta parte del avanzado 0,11º C. ¡No está mal fallar en más de un 75%! Según dichos modelos, el calentamiento global del último siglo habría sido de 1,5º C. ¿El cambio observado realmente para dicho periodo? Sólo 0,5º C, la mayor parte del mismo antes de 1940.
Ante las evidencias, el propio IPCC se vio obligado a rebajar sus previsiones de calentamiento global para el año 2100 desde los 3,2º C estimados en 1990 a unos nuevos 2º C estimados cinco años después. Esta es la “ciencia” detrás del Protocolo de Kyoto que pretende que los EEUU disminuyan las emisiones de gases de efecto invernadero en un 43% para el periodo 2008-2012 y todo ello con el objetivo declarado de reducir el calentamiento en 0,07 grados. Sí, han leído bien. Para rebajar supuestamente 7 centésimas de grado hay que destruir el tejido productivo más importante del mundo y elevar apreciablemente el coste de la energía. En una cosa sí aciertan los ecologistas. Se está produciendo un calentamiento global: el que sufren los californianos por no poder arrancar los aires acondicionados debido al racionamiento de energía que sus políticas han causado y también el de quien les escribe indignado ante tanta estulticia.
Este artículo está publicado en el Semanal de Libertad Digital
