Dos de los hombres de máxima confianza de Jordi Pujol, un alcalde socialista y un diputado del mismo partido, son los protagonistas de uno de los casos más complejos y completos de la corrupción en Cataluña. Prenafeta hasta 1990 y Alavedra después fueron los dos hombres de la máxima confianza del president caído en desgracia. Prenafeta fue el hombre que creó TV3 y Alavedra, el que puso en contacto a Javier de la Rosa con Pujol.
En los tiempos de mayor gloria del pujolismo, Prenafeta y Pujol se jactaban de haber levantado de la nada una administración con vocación de Estado, la Generalidad. Con Alavedra se consolidó el entramado pujolista, un régimen que se prolongó con el tripartito y que quebró con la confesión de Pujol del pasado 25 de julio.
Tras su paso por la política, Prenafeta y Alavedra tuvieron una suerte irregular. El primero fracasó en cuanta iniciativa empresarial se propuso, desde el diario El Observador hasta el intento de crear una compañía pretolífera catalana con capital ruso. Se llegó a arruinar ante la pasividad de los Pujol-Ferrusola y a pesar de que el primer trabajo del primogénito de Pujol, Jordi Pujol Ferrusola, fue en la empresa de pieles de los Prenafeta, Tipel, quebrada años atrás. En Tipel también trabajó el actual presidente de la Generalidad, Artur Mas, entonces un joven economista que hizo buenas migas con Junior o El nen, apelativos con los que se conocía al hijo mayor de Pujol.
Tampoco a Alavedra le fue mucho mejor que a Prenafeta cuando dejó la política, pero los contactos trabados en los años dorados le sirvieron para operar en el sector de la construcción y embarcar a su amigo Prenafeta en la incierta aventura que acabó en la Audiencia Nacional. Junto con el alcalde socialista de Santa Coloma, Bartomeu Muñoz, y un exdiputado socialista, Luis García, apodado Luigi, formaron un equipo imbatible a la hora de prever y ejecutar grandes negocios urbanísticos, además de un ejemplo de "sociovergencia" política en el plano de los negocios.
Todos ellos se distinguían por su alto tren de vida, su notoriedad política y social (Prenafeta había creado una fundación en la que contaba con la participación de "intelectuales" afines al nacionalismo) y la amplitud de miras ideológicas.
Fue Baltasar Garzón quien irrumpió en el oasis un 27 de octubre de 2009. La detención y encarcelamiento durante más de un mes de Alavedra y Prenafeta causó una gran conmoción. El juez estrella por antonomasia se había llevado por delante a dos símbolos de CiU que hacían negocios con dirigentes socialistas, lo que describía a la perfección la naturaleza de la expresión "oasis" para referirse a la política catalana.
Fue Pablo Ruz quien recogió la causa abierta por el exjuez y quien ha acelerado la instrucción para poder sentar en el banquillo a Alavedra, Prenafeta y los menos conocidos Luigi y Muñoz. Han pasado más de cinco años y Prenafeta había llegado a mostrar en más de una ocasión su convencimiento de que el caso prescribiría, que todo había sido un montaje de Garzón y que se consideraba un "expreso político".
Desde la detención a hoy, otros casos, como el del Palau de la Música por el que permanece embargada la sede de Convergència, arrinconaron el expediente Pretoria. En estos cinco años, el oasis también dejó de serlo para Jordi Pujol Ferrusola a cuenta de la denuncia de Victoria Álvarez. Y su padre acabó por dinamitarlo con la confesión del tesoro oculto. Y en el peor momento de los Pujol, con ocho de sus nueve miembros imputados, reaparecen en escena Prenafeta y Alavedra, los viejos y olvidados compañeros del patriarca del catalanismo. Todos ellos carne de banquillo y todos ellos vinculados con el actual presidente de la Generalidad.
Prenafeta le dio trabajo a Mas; Alavedra, consejos y Pujol le nombró su delfín. Casi nadie relevante en la vida política de Mas está fuera de sospecha.