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El tren que no perdió Arrimadas

El fulgurante camino desde ser una diputada rasa a ganar por primera vez al nacionalismo en las urnas. 

El fulgurante camino desde ser una diputada rasa a ganar por primera vez al nacionalismo en las urnas. 

En ocasiones los trenes pasan y uno decide subirse o no a ellos y en otras uno se ve dentro de los mismos sin saber muy bien cómo. Lo segundo le sucedió a Inés Arrimadas después de que, a principios de 2014, se produjera un inesperado corrimiento del escalafón en Ciudadanos, fruto de la retirada forzada de la política de su entonces portavoz en Cataluña, Jordi Cañas. Albert Rivera optó entonces por alguien muy curtido, como Carina Mejías, como sustituta, y apostó como portavoz adjunta por la joven Arrimadas, a la que había conocido en un curso de formación de portavoces para los cachorros del partido.

La histórica fragmentación política vivida en España tras la crisis económica y el movimiento 15-M, que comenzó a manifestarse ese mismo año con la irrupción de Podemos en las elecciones europeas, hizo el resto. De pronto a Rivera se le quedaba pequeña Cataluña, el recién fichado Juan Carlos Girauta era mejor como acompañante en la aventura nacional y Mejías se antojaba la opción idónea para concurrir a las municipales de Barcelona. El camino quedaba entonces expedito para que Arrimadas, sólo tres años después de llegar al Parlamento, y apenas un lustro después de afiliarse, se convirtiera en la primera sucesora de Rivera como candidata a las autonómicas, que Artur Mas decidió volver a anticipar para convertirlas, además, en un plebiscito sobre la independencia.

La marcha forzada de los independentistas, unidos por primera vez ERC y la extinta Convergencia en una misma candidatura, y una campaña capitaneada por Rivera pese a no ser ya candidato, la colocaron en una privilegiada posición, nada menos que líder de la oposición y del constitucionalismo en Cataluña.

Los años de la consolidación

En dos años Arrimadas ha tenido tiempo de consolidarse como dirigente, asumiendo además la portavocía nacional de Ciudadanos, de batirse el cobre en debates a cara de perro con los principales actores del golpe secesionista, empezando por Carles Puigdemont, y de ver cómo su figura crecía exponencialmente en cuento a proyección mediática se refiere. También a casarse con un antiguo diputado nacionalista, Xavier Cima, hoy retirado de la política activa y cada vez más implicado en el barco naranja, como ha demostrado la campaña de diciembre, en cuyos principales actos ha estado en primera fila. Un matrimonio que despertó recelos entre los fundadores de Ciudadanos, como pondría de manifiesto un acerado artículo de Arcadi Espada que el propio Rivera desautorizó en público.

Su victoria la convierte en la dirigente naranja que más lejos ha llegado, por encima incluso de su jefe de filas y mentor, Albert Rivera. Su círculo más próximo, que destaca siempre su inagotable capacidad de trabajo, en todo momento se mostró convencido de que su perfil, más amable que otros del partido, podría agregar mayorías más solidas, y los resultados del 21-D no hacen sino respaldar esa afirmación.

La incógnita de futuro, sobre todo de puertas adentro, es si la mujer que ha derrotado al nacionalismo por primera vez en democracia puede volar, incluso, más alto, en un partido donde, hasta ahora, el liderazgo de Rivera era indiscutido e indiscutible.

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