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Crónicas murcianas

Esto, y no la especulación, es la tarea de una Caja de Ahorros

El martes 23 asistiré a una de esas cosas que explican perfectamente a qué se deberían haber dedicado y a qué se deberían dedicar todas las Cajas de Ahorro, en lugar de animar a correlindes enceguecidos por el dinero fácil a endeudarse de una forma que sólo podrán pagar con la vida ("cuando ibas a pedir dinero para alguna promoción inmobiliaria, los de las cajas y los de los bancos decían, según lloran ahora los especuladores, que también tienen su corazoncito: "¿pero seguro que no quieres más dinero? ¡llévate más!": una tentación diabólica, porque parecía que un mercado infinito en un universo que se expande siempre lo podría devolver). El martes 23, digo, será la inauguración oficial de la reconstrucción y acondicionamiento del Teatro Romano de Cartagena, que ha corrido a cargo del arquitecto Rafael Moneo y a gastos de Cajamurcia, que sigue por lo que veo empleando bien el dinero aconsejada no sólo por expertos en arte, sino por impecables estrategas del arte, que es si cabe más importante. Ahora sí que Cartagena es destino turístico preferente, y no cuando los hosteleros de la comarca dijeron aquello de que la inauguración de un puticlub daba un gran impulso al turismo.

Por lo que he podido adelantarme a la inauguración con documentos gráficos, la obra, no invasiva, le ha quedado muy bien a Moneo. El estado de conservación en que se encontró el autor de la ampliación del Museo del Prado el teatro que el Imperio hizo construir en Cartago Nova no fue mala. Y la ubicación del teatro, que no corresponde, claro, a Moneo, es sencillamente maravillosa. Recuerdo cuando las primeras excavaciones casuales descubrieron que en los solares que iban dejando las casas de una barriada deprimida de Cartagena aparecía algo que nadie pensaba que estaba allí. La verdad, visitando el sitio aquellos primeros días (hace luengos años) no parecía que debajo de tanta marginalidad hubiese tanto legado de los padres de la civilización occidental. Daba incluso su poco de aprensión transitar por aquellas callejas recoletas y pinas. Vamos, que como poco era muy cutre. Pero se fue desnudando al teatro, como el divino Miguel Ángel decía que él se limitaba a limpiar la piedra de lo que le sobraba. Y ha salido lo que ahora se ve. Pareció durante demasiados años que los historiadores se habían inventado la significación de Cartagena para los Romanos, atendiendo a lo que ha sido la ciudad durante buena parte del siglo XX, estrangulada entre el arroz y tartana de Murcia capital y la sopa boba a la que la tenían sometida los militares y el poder público. La obra de Rafael Moneo, con sobriedad y respeto por lo que tenía entre manos (nada que ver con el horror que hicieron algunos modernos hace ya algunos años con el teatro de Sagunto, al que convirtieron en una especie de cuarto de baño de nuevo rico, alicatado hasta el techo y con balaustradas, que no falten nunca las balaustradas) ha sido posible por el patrocinio de una Caja que está haciendo lo correcto durante esta crisis, porque también lo hizo antes de ella. Si todas las entidades con ánimo de lucro o sin él se hubiesen limitado a comportarse igual, no estaríamos hablando ahora en España de la situación de falta de credibilidad financiera que por desgracia estamos hablando. Esto del teatro romano de Cartagena es nuestra ineludible adscripción civilizatoria, aunque a los intelectuales cercanos al actual poder en España, siempre atentos a emborronar la historia, les fastidie. Que les fastidia.

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