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Crónicas murcianas

Los del "pásalo" se vuelcan en Murcia

Para todos los asuntos importantes, lo recuerdo bien, los murcianos tradicionalmente se han manifestado en la calle mirando cómo otros lo hacían. Sosteniendo farolas. Aquellas marchas contra la contaminación del río Segura. Tuvieron que venir alicantinos a marchar sobre Murcia. A hacernos nuestra manifestación, mientras aquí los observábamos como se mira la polinización de las abejas y amparándonos en los clásicos (el "¿pa que quiés que vaya?" de nuestro Martí fundacional, aquél Vicente Medina). Tuvieron que irse los alicantinos a Madrid a malfamar ante toda España lo que los murcianos hacíamos con el Segura. El asunto de nuestro río y nuestra peste adjunta no iba con nosotros. Ningún asunto iba con nosotros.

Ni tampoco iba con nosotros el asunto de que el Estado nos quitara el agua para regar, que según muchos es una "especial sensibilidad murciana" que se pierde en la noche de los tiempos. Tan en la noche de los tiempos como que empezó ayer por la tarde. Lo recuerdo también bien. El agua, después de aquella pancarta de "bendita riada que nos ha traído a Franco", fue durante demasiado tiempo asunto exclusivo de hacendados apopléticos que se agolpaban a las puertas de la Confederación Hidrográfica a propinar panzazos contra el gubernamental mandamás, cuando no tenían para dar de comer a sus limoneros. Exclusivamente. Los demás, a mirar con absoluta indiferencia.

Pero, transcurridos los siglos, ha llegado de pronto un asunto que parece capital para nuestra supervivencia como Región, y que ha sacudido la ancestral modorra terruña: que no se haga trabajar a los funcionarios periféricos la impiedad de 37 horas semanales si les recortan 75 euros de sueldo. Por fin alguna gente se ha echado indignada a la calle todo lo que ha permanecido tumbada desde la Creación. Seis manifestaciones, seis, (en pocos días casi más manifestaciones en Murcia que en los dos mil años anteriores) llevamos pidiendo el derecho inalienable de los funcionarios a que no les alcance la molesta sensación de que hay algo por ahí fuera que llaman crisis. Demasiado paradójico como para no resultar sospechoso.

Se van a convocar otras muchas manifas en una apretada agenda de horarios que es precisamente incompatible con cualquier trabajo mayor de dos horas semanales. ¿Tan desoficiados están los funcionarios? No. Es que esto huele a lo de siempre. A que aquí se ha unido el equipo médico habitual que le macera las elecciones al PSOE. Los del "pásalo", movilizados con objetivo nada funcionarial y todo electoral para derrotar a Valcárcel en las elecciones de mayo ya que Rubalcaba con sus "escuchas" de momento no da ni una. Y eso no tiene nada que ver con una rebaja de sueldo. Han viajado a Murcia desde algunos puntos de España, al calor de las algaradas, con banderas demasiado poco inocentes como para creerlas "funcionariales": anarquistas, republicanas y hasta ¡de Aragón! Banderas de Aragón -donde tanto se nos quiere- en Murcia. Y por supuesto, el inevitable aire soviético, un clásico.


Y poner, en los carteles, ese bigotillo. Cuando se pinta el cepillo de Hitler en la cara de algún dirigente político (lo hicieron con Thatcher o con cualquiera que se haya dedicado a gobernar un poco) es que a lo mejor imprudentemente se ha hecho alguna cosa bien. El bigote, otro clásico, es el equivalente pictórico a la poesía oral de "vosotros, fascistas, sois los terroristas".

Y luego está lo del sobrino. Ya vamos porque tipos anónimos insultan al consejero de Cultura sr. Cruz cuando pasea como señor particular con la familia. Falta le pongan la diana al sr. Cruz para que el "tea party" progre contra él alcance sus últimos objetivos militares. "Valcárcel, cretino, baja el sueldo a tu sobrino". Nótese: cretino y sobrino. Siempre habrá quien quiera conjugar la dialéctica de los pareados y las pistolas inspirado por el clima de crispación, como dirían los columnistas demócratas de "The New York Times". "Soy el causante de la crisis global", me dice el propio consejero con resignada ironía. Qué modesto. No. Es el causante de algo mucho peor, más devastador y más insoportable para los que se creen detentadores únicos no sólo de la superioridad moral sino del buen gusto "modernuqui": que la única cultura provincial que pude reivindicar nuestra izquierda, por contraponerse radicalmente a la que hace el consejero, sea la tradicional de cerrado y sacristía, la de bodegón y casino, la imaginera e incensada, el coro y la danza. Hace que se desprecien a sí mismos más aún que al propio sobrino. Nunca se lo podrán perdonar.


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