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Cinco mitos electorales que se han hecho añicos en Andalucía

Nada será igual en el panorama político español tras las andaluzas: a partir de ahora algunas cosas que se daban por sentadas dejan de ser evidentes.

Nada será igual en el panorama político español tras las andaluzas: a partir de ahora algunas cosas que se daban por sentadas dejan de ser evidentes.
Abascal y Serrano la noche electoral. | EFE

El resultado de las elecciones andaluzas puede –y debe– suponer un cambio histórico en la región, pero en cualquier caso ya ha supuesto un cambio radical en el escenario electoral, en el que una serie de afirmaciones que se daban por evidentes e irrebatibles han quedado rotas en mil pedazos.

Parte de ellas se pueden, además, trasladar al escenario nacional, y marcarán con toda probabilidad las próximas convocatorias electorales, ya se trate del adelanto de las generales, de las autonómicas, municipales y europeas de mayo o de prácticamente cualquier paso por las urnas para la administración que sea y en el ámbito que sea.

Es, evidentemente, el reflejo en las urnas del enorme cambio político que ha supuesto el golpe de estado en Cataluña aún no abortado y, muy especialmente, las jornadas de octubre del pasado año, en las que la ciudadanía tuvo la certeza de que la secesión no era un escenario imposible y el famoso "se rompe España" dejaba de ser una broma de la izquierda para descalificar sin debatir cualquier argumentación en contra del nacionalismo y, oh sorpresa, pasaba a ser una posibilidad cierta.

Y es también el resultado de la alianza contra natura de la que Pedro Sánchez se ha servido para llegar al poder, traicionando su promesa de una convocatoria electoral temprana –y con ella lo que podríamos denominar 'el espíritu de la moción de censura'– y colocando al PSOE completamente fuera de los consensos constitucionales cuando más falta le hacía estar dentro de ellos.

No es sorprendente, por tanto, que el primer mito electoral que ha saltado por los aires es que:

Primer mito: el PSOE es imbatible en Andalucía

Ha costado 36 años pero el PSOE por fin perderá –si es que en Ciudadanos no se vuelven definitivamente locos– el poder en Andalucía. Ni siquiera en el 2012 con el desplome del zapaterismo se había logrado arrebatar el poder a los socialistas, hasta la llegada de estas elecciones que han demostrado que es posible que el presidente de la Junta no sea del mismo partido al que han pertenecido los cinco anteriores.

Además, el descalabro de Susana Díaz no tiene precedentes en Andalucía, pero sí puede ser un precedente de lo que le espera al PSOE de Pedro Sánchez en próximos compromisos electorales.

Centrándonos sólo en lo ocurrido el domingo, salir de la Junta y dejar de controlar los enormes recursos que hasta ahora el PSOE ha gestionado a su antojo, hasta convertir a toda la comunidad autónoma en un chiringuito de uso particular, puede servir para que esta no sea la última, sino sólo la primera de una larga serie de derrotas socialistas. Siempre, eso sí, que PP y Ciudadanos se empleen a fondo y sin complejos en la tarea de demoler la inmensa tela de araña que se ha venido tejiendo desde el Palacio de San Telmo en los últimos lustros.

Segundo mito: el centro derecha no ganará si no va unido

La derrota socialista se ha producido frente al adversario más inesperado: un centro derecha que no es que se presentara a las elecciones dividido en dos marcas –lo que siempre se ha tenido como sinónimo de desastre– sino que daba a su electorado hasta tres opciones diferentes para elegir.

Sin embargo, pese a esa división del voto y pese al castigo que en teoría debería haberle proporcionado la Ley D’Hont, el centro derecha ha llegado al 50% de los votos y, con sus 59 escaños, ha superado holgadamente la mayoría necesaria para controlar el parlamento andaluz, que está en 55 diputados.

Y esto en la comunidad autónoma en la que mayor ha sido el voto a la izquierda en las últimas convocatorias electorales: en las generales de 2011 la suma de PSOE e IU estuvo casi en el 45% allí, mientras que en el conjunto de España se quedó en poco más del 35%. La diferencia fue menor en las de finales de 2015, pero aún así el voto de izquierdas en Andalucía estuvo un punto por encima del que tuvo en el conjunto del país –un 56,6% por un 55,3%, en parte gracias al éxito de las confluencias podemitas en comunidades como Cataluña o Valencia–; en cambio en 2016 la brecha volvía a abrirse: el PSOE y la alianza de Podemos e IU llegaron al 48,8% en Andalucía, mientras se quedaban en el 43,7% a nivel nacional.

La conclusión no puede ser más evidente: Andalucía no será una excepción y el giro a la derecha del electorado puede imponerse en prácticamente cualquier elección a pesar de que su espacio político esté dividido en tres partidos… o quizá gracias ello.

Y más aún cuando, como vemos en nuestro siguiente punto, las coaliciones no funcionan tan bien como se pensaba.

Tercer mito: las coaliciones permiten sumar más

Este es, en realidad, un mito que ya venía algo tocado en los últimos años, pero en estas elecciones ha quedado definitivamente hecho añicos: hasta ahora el común de los análisis daba por hecho que la confluencia de diversos partidos en un espectro ideológico similar –o con una causa común compartida– suponía no sólo beneficiarse del plus que la Ley d’Hont da a los partidos mayoritarios, sino acaparar más voto que la simple suma de las partes.

Lo cierto, no obstante, es que la fórmula no había funcionado demasiado bien en los últimos intentos: por ejemplo, en las catalanas de 2015 cuando el Junts pel Sí diseñado por Mas y Junqueras se quedó muy lejos de la mayoría absoluta que buscaba, mientras al mismo tiempo engordaba a la CUP. Y aún fracasó de una forma más estruendosa con el pacto Podemos+IU en las generales del 2016, en las que la coalición de ultraizquierda perdió un millón de votos en seis meses.

En esta ocasión volvió a ponerse en marcha y volvió a fracasar: Adelante Andalucía obtuvo menos votos de los que había tenido Podemos en solitario en 2015 y los 273.000 que en aquella ocasión logró IU simplemente se han volatilizado. Todo, además, en un contexto en el que ha bajado la participación, sí, pero en el que el PSOE se ha desplomado sin que la candidatura de Teresa Rodríguez obtenga ni uno sólo de los votos perdidos por Susana Díaz.

Es obvio que este no ha sido el único factor en el pésimo resultado de Podemos, un partido que está, cada día es más evidente, en horas bajas: cometiendo errores del tamaño de un chalé en Galapagar, desgastándose en luchas internas y sin haber entendido lo que ha significado el golpe de estado separatista, pero también es evidente que crear Unidos Podemos y el famoso "pacto de los botellines" quizá no eran tan buena idea como pareció en su momento.

Cuarto mito: VOX sólo quita votos al PP

Al inicio de la campaña andaluza, e incluso en las convocatorias electorales anteriores a las que había concurrido VOX con escasa fortuna, se daba por sentado que todos sus votantes eran personas que anteriormente votaban al PP, pero que en los últimos tiempos se habían desencantado tras la gestión de Rajoy.

Ya durante las últimas semanas los estudios demoscópicos empezaban a señalar que, aunque sí es cierto que el PP es la mayor cantera de votantes de VOX, no es la única. Por ejemplo, se empezaban a ver claros trasvases desde Ciudadanos y también un porcentaje notable de éxito entre los abstencionistas.

Los 400.000 votos que al final ha obtenido VOX hacen evidente que, efectivamente, el aporte ha tenido que venir de más sitios y así lo confirman los pocos estudios realizados hasta el momento: uno publicado por El Español aseguraba que sólo el 35% de los que habían optado por el partido de Santi Abascal habían sido en la anterior ocasión votantes del PP.

Es, por supuesto, el porcentaje más grande, pero los llegados desde la abstención eran casi tantos como los expopulares: un 32%. Y quizá más sorprendente aún es que en mayor o menor medida VOX lograba pescar en todos los caladeros: un 11% eran anteriores votantes de Ciudadanos, un 7% del PSOE e incluso un 4% de Podemos e IU.

El politólogo Manuel Mostaza Barrios escribía en El Mundo sobre la cuestión y hablaba de votantes llegados en su mayor parte del PP y Ciudadanos –en este caso aquellos que antes habían pasado de los populares a la formación naranja–, pero también de que "en un escalón inferior numéricamente, pero relevante desde un punto de vista cualitativo, están también los votantes que llegan de los partidos de izquierda, del PSOE, pero también de Podemos".

En resumen, aunque todavía no ha habido tiempo para estudiar la cuestión a fondo, sí que podemos afirmar que VOX ha resultado ser un partido más transversal de lo esperado y, sobre todo, con una notable capacidad para movilizar abstencionistas.

Quinto mito: contar con las televisiones es imprescindible

El último mito que ha destrozado el éxito de VOX es quizás el más relevante a largo plazo: la preponderancia decisiva de las televisiones para la formación de la opinión pública y para la canalización de las corrientes políticas.

En general, VOX ha tenido un apoyo mínimo de los medios de comunicación, pero en las televisiones lo que ha sufrido es una campaña radical en contra. Ni la RTVE sectaria de Rosa María Mateo, ni el Canal Sur tomado desde tiempos inmemoriales por el PSOE, ni La Sexta de Ferreras, Pastor y Evolé han dedicado un minuto a Santiago Abascal y su partido que no fuese para descalificarlos cuando no insultarlos directamente.

VOX, además, no ha estado en los debates oficiales que sólo han contado con los cuatro candidatos de formaciones con representación parlamentaria en la pasada legislatura, pero a pesar de esta ausencia en unos espacios que se consideraban imprescindibles para la política ha logrado que los suyos hayan sido los actos más multitudinarios de la campaña y, finalmente, obtener 400.000 votos y 12 escaños.

No es un fenómeno único: ahí está el ejemplo de Trump y la campaña que le llevó a la presidencia de EEUU con prácticamente todas las televisiones –con la única excepción de FOX– y la mayoría de los periódicos en su contra.

Es obvio que los nuevos medios y las redes sociales están cambiando el panorama político-mediático, pero hasta ahora no habíamos tenido una prueba tan contundente de que esto estaba ocurriendo también en España. ¿Estamos ante un nuevo escenario definitivo o todo volverá a ser como antes? No podemos estar seguros, pero parece mucho más probable lo primero que lo segundo.

Y esa es, desde luego, una excelente noticia.

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