El odio de personajes como la condenada Serra o su controlador Iglesias a la presidenta madrileña es, en realidad, una suerte de elogio involuntario a quien no deja de ponerles en bochornosa evidencia.
Qué desprecio no sentirá este Franco impresentable por la independencia judicial cuando se permite mentir de forma tan escandalosa ante Rodríguez-Medel.