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José T. Raga

El disparate como sistema

Inicialmente pensé que los disparates eran consecuencia del período de aprendizaje del presidente del Gobierno. Ya no.

Ya estoy convencido de que no tiene solución. Inicialmente pensé que los disparates eran consecuencia del período de aprendizaje del presidente del Gobierno. Pero ya hace dos años desde que fue investido por primera vez, y su flamante Gobierno social-comunista cumplirá mañana seis meses en el poder.

El disparate es diario y múltiple. Abarca todos los campos, nadie queda excluido, aunque cuando hay que personalizar es obligado hacerlo en el presidente, que es la cabeza.

Al disparate se une la desvergüenza, en la que el poder, confiado a unos para servir a los intereses de España, se ha convertido en instrumento para servirse de España, sin ningún recato.

Se crearon ministerios sin sentido, ocupados por ignorantes en su mayoría y por inexpertos en su totalidad. Pero ahí están los veintidós ministros, y el presidente en su sueño, diría Segismundo, viviendo

con este engaño, mandando disponiendo y gobernando, y este aplauso… en cenizas lo convierte la muerte ¡desdicha fuerte!

Y, como Segismundo, yo también preguntaría:

¿Qué hay quien intente gobernar, viendo que ha de despertar en el sueño de la muerte? [He sustituido "reinar" por "gobernar"].

Pero les aseguro que Calderón nunca pensó que un gobernante crease ministerios y direcciones generales para complacer a sus amigos. La última, hace apenas una semana, para consolar a un amigo. ¿Será bondad?

Tampoco que las gestiones de las crisis, sanitarias, económicas, sociales, se afrontaran mediante demagogia, mentira y protegiendo intereses de partido o partidillo. De ahí que, como dicen algunos medios, cambien frecuentemente de criterio. Para mí, simplemente, no hay criterio.

Sólo tratan de permanecer en el poder, por eso, lo prohibido hoy, mañana será obligatorio; lo que ayer eran dos metros, hoy son un metro y medio; la aglomeración está prohibida, salvo…

Y lo peor es que la sociedad lo está asumiendo como normal. Se acepta que me digan a qué hora puedo salir a pasear y por dónde hacerlo; si acompañado, por quién, y a qué distancia…

Los comunistas, esto lo llevan bien, pues asumieron no poder elegir; negaron su libertad desde el nacimiento. Como dijo la ministra Celaá, los hijos no pertenecen a los padres; son del Estado –que en España significa Gobierno–, digo yo.

Nuestro Gobierno social-comunista sabe cómo mandar y cómo prohibir. El problema es acostumbrarnos. Para quitar dramatismo a estas líneas, un recuerdo: una mañana de 1971 y un hotel en Bucarest –Rumanía de Ceauçescu–, pido un zumo de naranja y la respuesta literal fue: "Este mes toca pomelo". Naturalmente, no tomé pomelo, pero me sorprendió que muchos, casi todos en el restaurante, lo tomaran. ¿Todos gustaban del fruto? No; muchos estaban acostumbrados a no poder elegir.

Esto es lo que me aterra. Que nos acostumbremos a vivir sin libertad. El hombre es un ser esencialmente libre, dotado de razón. Privado de libertad, para poco le sirve la razón. La sociedad parecerá cada vez más un rebaño de ovejas atento a la voz del pastor.

En España

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