
En un episodio de Ilustres Ignorantes de 2019, Javier Cansado explicó con humor cómo abandonó el comunismo. Su formación marxista y católica lo impulsaba a repartir sus ganancias, pero al ganar más dinero, esta postura se volvió insostenible. Con ironía, adoptó la socialdemocracia para disfrutar de su riqueza "sin contradicciones", arrancando risas del público. Antonio Muñoz Molina, aunque nunca fue comunista, que yo sepa, también parece haber resuelto sus contradicciones como socialdemócrata, defendiendo la escasez como método ecológico y económico mientras lleva un estilo de vida lujoso, con residencias en Madrid y Nueva York, viajes frecuentes y bienes de lujo.
El escritor aboga por el minimalismo económico desde plataformas como El País, periódico que promueve, por cierto, un tren de vida opulento en varias de sus secciones. Es un caso semejante a Pablo Iglesias e Irene Montero jurando por Marx y Engels que jamás abandonarían Vallecas, aunque ahora solo los ven en Ciudad de México y Bruselas. Esta incoherencia entre sus ideas y su vida personal refleja una tensión común en la intelectualidad de izquierda, criticada por Friedrich Hayek en La fatal arrogancia. Como miembro de una élite cultural, se beneficia del capitalismo que critica, generando, por ejemplo, una huella de carbono significativa en el puente aéreo entre Madrid y Nueva York mientras defiende la escasez para otros. Sus propuestas se basan en un error crítico: la limitación de los recursos naturales.
El mito de los recursos limitados, inspirado en Thomas Malthus y Paul Ehrlich, ha sido refutado por la evidencia. La apuesta Simon-Ehrlich de 1980 lo demuestra: Ehrlich predijo que los precios de materias primas subirían por la escasez, pero Julian Simon apostó por su descenso gracias a la innovación tecnológica. Simon ganó, y los precios de metales como el cobre y el níquel han seguido estables o en declive a largo plazo, impulsados por avances tecnológicos que han abaratado costes de extracción y han descubierto nuevas reservas. Por no hablar de Norman Borlaug y su Revolución Verde que ha salvado millones de vidas pese a la oposición del ecologismo reaccionario de organizaciones como Greenpeace.
Las ideas de Muñoz Molina están influenciadas, como ha reconocido en una entrevista, por lecturas parciales de Henry David Thoreau y Rachel Carson. Thoreau practicó una frugalidad selectiva, pero dependió de apoyos externos, similar a la austeridad incoherente de Muñoz Molina. Carson, en Primavera silenciosa, alertó sobre los pesticidas, pero su oposición al DDT causó brotes de malaria en regiones pobres. Especialmente relevante, y tóxico, en los años de formación de Muñoz Molina fue el informe del Club de Roma, que predijo el agotamiento de recursos, también desmentido por la combinación de economía de mercado, ciencia y tecnología que ha producido tanto crecimiento como una prosperidad que ha conseguido que estamos más cerca que nunca en la historia de acabar con la pobreza extrema en el mundo.
En España, las ideas supersticiosas e ignorantemente ilustradas de Muñoz Molina serían una mera anécdota si no fuera porque están diseñando políticas como las de Pedro Sánchez, que priorizan sesgos pseudoecologistas sobre soluciones tecnológicas como la energía nuclear. Las preocupaciones de Muñoz Molina sobre sostenibilidad son válidas, pero sus propuestas carecen de rigor empírico y coherencia personal. Una visión más rigurosa integraría datos multidisciplinarios y reconocería los beneficios del capitalismo liberal. Medio siglo después de las predicciones apocalípticas del Club de Roma, el progreso demuestra que necesitamos más crecimiento económico y tecnológico, inteligentemente aplicado, no decrecimiento y escasez, para enfrentar los desafíos globales. Ahorro y austeridad, sin duda, pero como virtudes capitalistas que conduzcan a la inversión basada en el valor real y el consumo según pautas racionales. El resto es ignorancia ilustrada, posiblemente la peor de las ignorancias porque, como la mala moneda, termina expulsando a la auténtica ilustración.

