Colabora

El edificio con más asesinatos de Madrid, ahora atracción turística: "Me ofrecieron 100 euros por abrir el portal"

Vecinos y trabajadores reniegan que el número 3 de Antonio Grilo, donde se documentaron ocho crímenes en veinte años, sea un "edificio maldito".

El número 3 de la calle Antonio Grilo, en Malasaña. | Libertad Digital

No hay cartel, ni placa, ni nada que lo señale. El número 3 de la calle Antonio Grilo es, aparentemente, un portal común de Malasaña, pero en él se detienen grupos de curiosos casi diariamente para escuchar el relato de un guía que señala hacia arriba. En esa fachada vivieron y murieron más de ocho personas en circunstancias violentas entre los años cuarenta y sesenta del siglo pasado. Lo llaman "la casa maldita", y hoy, sin serlo oficialmente, forma parte del circuito de las rutas más morbosas del centro de Madrid.

La historia que casi siempre centra los relatos del edificio es la del sastre José María Ruiz Martínez, que en mayo de 1962 mató a su esposa y a sus cinco hijos, y luego se suicidó. Lo hizo tras hablar con la policía y pedir la extremaunción de un padre carmelita que acudió hasta la puerta de la vivienda, donde se había encerrado. Llegó incluso a mostrar los cuerpos de varios de sus hijos en el balcón que da a la mencionada calle antes de quitarse la vida.

"No nos gusta que digan que es el edificio maldito", comenta una vecina del tercero, que vive en el mismo piso donde ocurrieron varios de los asesinatos, aunque no en la casa del sastre. "Yo llevo 15 años viviendo aquí y nunca he escuchado nada. Vienen muchos turistas a hacer free tours y les cuentan la historia, pero no es tanto como lo hablan", asegura desde su negocio, un locutorio situado justo enfrente del portal, en el número 6 de la misma calle.

Según su testimonio, una señora que vivió aquí durante más de 50 años "decía que la gente exageraba mucho". "Ella me contó lo del sastre. Me dijo que el señor estaba sumamente estresado y nadie sabía los problemas que estaba pasando lleno de deudas. No quería que su familia pasara por lo mismo", relata a Libertad Digital. En cuanto a su local, añade que los crímenes ocurridos no le influyen, "simplemente me dan igual".

Los vecinos coinciden: el fenómeno atrae a muchos curiosos, pero dentro del edificio la vida sigue. "He dormido aquí en mi local varios días que cerré tarde y nunca me ha pasado nada. La gente se piensa que hay un demonio, pero el único demonio es el borracho de turno", dice el responsable del Bar Musty, en el bajo del propio número 3. "Cuando cogí el negocio no sabía nada. Mi mujer sí, pero no me lo quiso decir hasta que abrimos. Una vez un señor me llegó a ofrecer 100 euros por abrirle el portal para que pudiese entrar", confiesa.

Aunque aseguran estar "acostumbrados a la gente", porque "en la semana vienen 3 o 4 veces" personas de todas las nacionalidades "en grupos de 10 o 15", no comparten que el bloque se haya convertido en una atracción turística por la supuesta presencia de espíritus. "Dicen que da miedo y yo no lo creo, pero entiendo que depende de la situación de cada persona. La señora que vivía aquí un día salió a decir que no era tanto como lo estaban contando, no le gustaba que aumentaran todo ese tema de los fantasmas porque al final te formas una película", denuncia la vecina del tercero a este diario.

En total, se documentaron ocho asesinatos en apenas veinte años: el primero fue en 1945, Felipe de la Braña, un camisero de 48 años, fue hallado muerto en su cama con un golpe en la cabeza y un mechón de pelo en la mano. Aparentemente, parecía haberse defendido de un ladrón, aunque nunca identificaron de quién era el cabello por la escasa tecnología de la época. Le siguieron el caso del sastre y otros como el de la joven Pilar Agustín, que en 1964 mató a su hijo recién nacido y lo escondió en una cómoda. "La chica era soltera y en esos tiempos no se podía quedar embarazada porque era una vergüenza. Permaneció allí hasta que dio a luz, y cuando nació el niño lo mató y lo escondió", explica la misma mujer.

También hubo otros intentos de agresión, como el de una mujer en silla de ruedas que lanzó ácido a su marido tras descubrirle con una amante. Incluso en el número 9 de la misma calle apareció, años después, una fosa con restos de fetos pertenecientes a una clínica clandestina de la posguerra, relatan varios medios.

Algunos trabajadores de la zona, sin embargo, sostienen no conocer el pasado del edificio. "No tenía ni idea, me llama la atención. Pero no me influye en trabajar aquí", dice uno de ellos, que lleva tres años por la zona. Otro camarero, en plena plaza de los Mostenses, reconoce "alguna vez" haber "escuchado a gente hablar del tema en mi bar".

Según cuentan varios vecinos consultados por Libertad Digital, el piso donde vivía el sastre está ahora habitado por un joven que heredó la vivienda de sus padres. En alguna ocasión, afirman, ha dejado pasar a visitantes y les ha mostrado marcas de bala que aún se conservan en las paredes.

Temas

Ver los comentarios Ocultar los comentarios

Portada

Suscríbete a nuestro boletín diario