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Las claves del histórico acuerdo entre valones y flamencos

Se divide el distrito electoral BHV, foco de las broncas lingüísticas.

Los ocho partidos políticos llamados a pactar un Gobierno en Bélgica asestaron ayer un tajo a la manzana de la discordia que envenena la política desde hace medio siglo. El acuerdo, todavía hilvanado, consiste en escindir el distrito electoral más grande (y polémico) del país, Bruselas-Halles-Vilvoode (BHV), una decisión que contenta a la mayoría, pero encoleriza tanto a los ganadores de las últimas elecciones (secesionistas flamencos) como a los 80.000 ciudadanos francófonos que pierden, según denunció ayer el alcalde de uno de los municipios afectados, sus derechos lingüísticos.

BHV, hoy un primer paso para la solución, es también el origen del problema y ha precipitado la dimisión de varios gobiernos desde hace 48 años. Las broncas lingüísticas que enfrentan a francófonos y neerlandófonos se han cebado en las últimas décadas en este conjunto de municipios, encuadrados geográficamente en Flandes, pero a pocos kilómetros de la internacional capital de Europa.

Estas comunas de la periferia ofrecen, desde los años 60, ciertas facilidades lingüísticas a los numerosos francófonos –en algunos casos, hasta el 40%- que viven en ellas. Sus vecinos pueden votar a candidatos francófonos de la capital, dirigirse a la Justicia y a la Administración en francés o acceder a la escuela primaria en esa lengua. En suma, una serie de prerrogativas que, exasperados, los flamencos tratan de eliminar. "Pedimos a los turcos y a los inmigrantes que se adapten. No les decimos que, como son muchos, vamos a adoptar el árabe", ha dicho en varias ocasiones el líder de los secesionistas Bart de Wever para contestar los privilegios de los que gozan estos habitantes a pocos kilómetros de Bruselas.

Los rifirrafes lingüísticos, y hasta étnicos, que han germinado en el cinturón que rodea Bruselas en los últimos años han escandalizado incluso a las Naciones Unidas. El año pasado, cuatro alcaldes se pusieron de acuerdo para someter a un proceso de selección a los potenciales compradores de propiedades en suelo flamenco, llegando a exigir, por ejemplo, a un español que trabaja en la Comisión Europea y quiere vivir en Vilvoorde (porque es más barato que la capital), el manejo del neerlandés o, por lo menos, la intención de aprenderlo. Ante una decisión semejante, el Alto Comisariado para los Derechos Humanos dio un toque de atención a las autoridades de estos municipios, que practican, a ojos de la ONU, una "discriminación inmobiliaria". Otro alcalde, el de Linkebeek, Damien Thiery, denunció entonces que "Flandes utiliza métodos antidemocráticos para acorralar a las minorías (francófonas)".

A partir de ahora, de los habitantes francófonos que viven en localidades flamencas, sólo los de aquellas que gozan de las llamadas "facilidades", podrán elegir por qué lista votar. El resto, aun si desconocen el flamenco, tendrán que votar por sus candidatos. Lo que ahora se vende como una conquista o una compensación –el hecho de que los ciudadanos no flamencos conserven el derecho de dirigirse a la Justicia en francés- no es más que un derecho constitucionalmente reconocido. El alcalde de Linkebeek, donde vive un 86% de francófonos, protestaba el jueves en el diario Le Soir por el hecho de que se pisoteen sus derechos lingüísticos mientras que el 6% de flamencos en Bruselas sí puedan votar las listas que quieren. "¿Es esa la democracia en Bélgica?", protestaba Thierry?

Viejos rencores

Como el célebre "Esto no es una pipa" que pintó Magritte justo debajo del dibujo de una pipa, el lamento de "somos minoría" que entona a menudo la mayoría flamenca de Bélgica luce trazos surrealistas que no pueden entenderse sin echar un vistazo a la Historia.

Tras siglos en manos de austríacos, franceses, españoles u holandeses, el país se emancipó en 1830 y, aunque la Constitución de aquella recién nacida Bélgica reconocía a su pueblo la libertad hablar la lengua que eligieran, el francés se consagró entonces como lengua oficial. El neerlandés, lengua prima hermana del holandés de los antiguos dominadores, quedó arrinconada y despreciada por el habla de las élites francófonas. Pero la Historia cambió de signo y a partir de la Segunda Guerra mundial, una pujante Flandes comenzó a abrirse camino y a reivindicar el lugar que le había sido negado.

Hoy, el rencor de algunos flamencos, que todavía en los años 60 sufrieron que las localidades decidieran la lengua oficial según lo que hablara la mayoría, se manifiesta en pequeñas hostilidades que se perciben todos los días en la calle, en los parques o en las escuelas. Ni siquiera el amor escapa a la envenenada situación política: sólo un 1% de los matrimonios belgas es mixto entre flamenco y valón.

Último minuto

Etiquetado por la prensa como "golpe maestro", o por los partidos descontentos como "bajada de pantalones", la realidad dibuja el pacto alcanzado en la madrugada del miércoles al jueves como un logro inesperado. Porque, en las horas previas a la fumata blanca, el culebrón belga pintaba negro. El negociador y eterno aspirante a primer ministro, el socialista Elio Di Rupo, hablaba de "bloqueo profundo" de la situación sólo horas antes de anunciar el acuerdo, mientras que el Rey Alberto II interrumpía abruptamente unas vacaciones en la Costa Azul.

Trabajo pendiente

Los negociadores ahora tendrán que remangarse para el trabajo duro, que incluye resolver históricas polémicas como la transferencia de competencias del Estado federal a las regiones y aprobar una ley de financiación. Además, para cumplir con los objetivos prometidos a la Comisión Europea, tendrán que recortar su presupuesto de 2012 hasta en 6.000 millones de euros.

Pueden pasar semanas hasta que Bélgica tenga un Gobierno, pero, en todo caso, el logro es mayúsculo, teniendo en cuenta que ni los más optimistas daban crédito a Elio Di Rupo cuando, a finales de agosto, vaticinaba un nuevo Gobierno para principios de octubre.

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