
LD (EFE) Fuentes oficiales de la guardia de fronteras de Kirguiztán han informado de que miles de civiles uzbekos se agolpan en los puestos de control y aduanas a la espera de poder entrar en territorio kirguiz y huir del clima de violencia y represión desatada en la región de la ciudad de Andizhán.
Según varios activistas de derechos humanos y médicos, más de quinientas personas resultaron muertas y unas dos mil heridas tras el ataque de las tropas el pasado viernes. El presidente Islám Karímov atribuyó la insurrección a fuerzas integristas islámicas y dijo que en los enfrentamientos sólo murieron diez militares y "muchos más" rebeldes.
Mientras que la población de Andizhán trata de volver a la normalidad y entierra a sus muertos bajo la atenta mirada de los militares, el conflicto se desplazó a Karasu, localidad fronteriza adonde acudieron miles de refugiados asustados por la violencia. Según narraban testigos, los refugiados fueron perseguidos y tiroteados por militares que seguían a los rebeldes.
Los primeros seis mil refugiados desesperados llegados aa Karasu (antigua Ilichovsk dividida por la mitad por el río Shahrijansáy y repartida entre ambos países vecinos tras la caída de la URSS) se encontraron con la frontera cerrada por ambos lados. Entonces, la muchedumbre quemó varios coches de la Policía, arrojó al río un camión militar, prendió fuego a varios edificios oficiales, golpeó a agentes y funcionarios. Los inconformes se han hecho con el control de la ciudad abandonada por las autoridades locales.
Los refugiados repararon un puente destruido sobre el río Shahrijansáy y unos esiscientos pasaron al otro lado, donde fueron alojados y atendidos en un campamento improvisado de tiendas de campaña. Sin embargo, posteriormente las autoridades kirguises volvieron a cerrar la frontera por temor a que con los refugiados entraran en el país extremistas que participaron en la rebelión.
