(Libertad Digital. Carlos Hernando) A la cabeza de la manifestación, cuatro personas en silla de ruedas mostraban la dignidad de quienes han sido golpeados por la zarpa asesina del terrorismo: Irene Villa, su madre, el capitán Salamanca y Laura Jiménez (víctima del 11-M). Detrás de sus nucas marcharon un millón de españoles. Un millón de voces que pedían la paz y la palabra. Un millón de almas que no quieren que el Gobierno negocie con los asesinos de ETA. Un millón de manos blancas en contra de las alimañas que, cargadas de pólvora, esperan con sus pistolas humeantes la negociación de Zapatero.
Fueron dos horas emotivas. Todo comenzó minutos después de las seis de la tarde en la calle Príncipe de Vergara, esquina con López de Hoyos. Ofrenda floral en memoria de las siete personas que la banda terrorista ETA asesinó el 21 de junio de 1993. Tras la ofrenda, una riada humana se dirigió a paso lento hacia la Plaza de la República Dominicana. Las calles por donde pasaba la manifestación estaban abarrotadas. Barreras metálicas contenían a miles de madrileños que desde las aceras querían dar su particular apoyo a las víctimas. Varias personas consiguieron burlar el cordón de seguridad. Se acercaron a Irene Villa y la besaron. Irene respondió con una sonrisa.
Unos metros detrás de Irene Villa marchaba María del Mar Blanco, hermana del concejal de Ermua, Miguel Ángel Blanco. Era el centro de muchas miradas y emotivos gritos de solidaridad. En la intersección entre Príncipe de Vergara y Serrano, una mujer de avanzada edad miró a María del Mar. La reconoció. Comenzó a llorar. Se puso unas gafas negras y dijo en voz alta: “Viva Miguel Ángel”. La multitud secundó su improvisada consigna. Helaba la sangre el recuerdo del espíritu de Ermua. María del Mar contuvo la emoción. Pequeña y tranquila, devolvió los gritos de solidaridad con un leve gesto de agradecimiento.
La cabecera desfilaba a paso lento. Una hora después, llegaron al destino final de la concentración: la Plaza de la República Dominicana. Al llegar hubo otra ofrenda floral en recuerdo a los 12 guardias civiles que fueron asesinados en este lugar el 14 de julio de 1986. La madre de Irene Villa se levantó. Junto a otras personas se acercó al lugar exacto donde la bomba asesina de ETA estalló hace ya casi unos veinte años. Los madrileños, tras las barreras de seguridad, aplaudieron y gritaron loas a la Guardia Civil. En la ofrenda, un hombre alto se derrumbó. Comenzó a llorar. El recuerdo de sus seres queridos asesinados pudo más que la solemnidad del momento.
Tras el acto de homenaje a los caídos, Francisco José Alcaraz, presidente de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT), se dirigió hacia un improvisado estrado desde donde se alcanzaba a ver la magnitud de la convocatoria. Estaba emocionado. Cuando terminó la periodista Isabel San Sebastián, habló este pequeño gran hombre. Alcaraz había marchado con la solemnidad de quienes se saben apoyados en su lucha por muchos millones de españoles. !!!Cuanta dignidad cabe en un hombre de apariencia tan frágil!!!!. Alcaraz habló. Recordó que los asesinos de ETA han matado a más de 30 niños. El recuerdo de uno de ellos le quebró la voz. Su sobrina Silvia tenía seis años cuando ETA la asesinó. Alcaraz contuvo las lágrimas y alzó la vista. Imagino que se estremeció al ver un millón de manos blancas que esta tarde le miraban y le decían “estamos contigo”.
