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Diana Molineaux

Un amor cauteloso

El presidente Clinton, igual que los dos hombres que quieren sucederlo, se apresuró ayer a celebrar el desarrollo de los acontecimientos en Yugoslavia pero tuvo buen cuidado de no mostrar entusiasmo alguno por el líder de la oposición Kostunica y ni él, ni nadie de su gobierno, dieron informaciones de las gestiones que probablemente estaban haciendo. Clinton insistió en que Washington aceptará "cualquiera salga elegido por voluntad popular", aunque no sea amigo de Estados Unidos y lo hizo, no solo porque Kostunica ha dejado claras sus reticencias ante los países occidentales, sino porque Clinton sabe que, para un líder yugoslavo, el suyo sería un amor que mata.

Tampoco hubo grandes detalles de las conversaciones con Moscú. Aprovechando que la secretaria de Estado Madeleine Albright estaba de viaje, la cancillería no tuvo su rueda de prensa diaria y los portavoces mandaban a los reporteros a la Casa Blanca, que aprovechaba a su vez el viaje de Clinton a Nueva York para tener su oficina de prensa poco atendida.

Pero la cuestión de Rusia dio un nuevo cariz a la campaña: en el debate del martes, el republicano George Bush recomendó colaborar con Rusia para resolver la crisis de Yugoslavia y el demócrata Gore descartó que Moscú esté en la misma longitud de honda. Era seguro que la situación yugoslava apareciera en el debate de vicepresidentes de este jueves por la noche, donde se enfrentan el demócrata Lieberman, paladín de la moralidad y religiosidad, se enfrenta al experto internacional Dick Cheney, secretario de Defensa en la última administración republicana. En una pequeña medida en que sea posible, los vicepresidentes podrían afectar los resultados de las elecciones.

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