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Lucrecio

Matan al libro

Que una autora de novela rosa plagie a otra autora de novela rosa no es noticia. Bazofia contra bazofia. Otro es el envite: ¿qué es hoy el libro? ¿En qué lo han transmutado las lógicas del mercado a lo largo de los últimos veinte años?

El drama me lo resumía escuetamente, hace quince años, un amigo, excelente editor parisino: “Con los actuales costes del metro cuadrado, a partir de los seis meses de almacenamiento, el coste de un libro es más alto que su precio de venta”. La conclusión se imponía: antes de seis meses, la edición completa debía salir del almacén vendida o saldada o destruida. Ese prosaico avatar del mercado aniquila la cosa llamada libro; o, más exactamente, la cosa llamada escritura, ésa a la cual Platón definiera, hace 25 siglos, como artesanía de la rememoración. Desde entonces, la literatura había sido la guerra desesperada contra el tiempo. Escribir ha sido, en Occidente, la expresión más honda de la nostalgia de perennidad propia a los humanos.

Instalado en lo efímero ahora, el libro se muta en mercancía de ciclo rápido. Si hace quince años, para un editor francés, eran seis meses los económicamente tolerables, el editor español cifra hoy el tiempo de existencia de un libro en plazos de entre dos y tres. Y sabe perfectamente que sólo como prolongación de los grandes medios de comunicación (la televisión, en primer lugar) puede un libro alcanzar tal velocidad. A partir de ahí, el libro pasa a ser un puñado de hojas de papel mojado, emparedadas entre una cubierta de estética televisiva y una contracubierta en la que el comprador pueda reconocer la foto de su locutor o locutora favoritos. Hay un problema menor: los locutores no tienen porqué saber hacer la o con un canuto. Pero para eso están los negros.
A veces, los negros meten la pata. Como ahora. Pero eso es lo de menos. Que un chorizo firme algo que no ha escrito carece de relevancia. Que el negocio editorial haya apostado por matar la literatura es una irreparable tragedia.

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