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Jorge Alcalde

Un test, más que nada, absurdo

El conocimiento de los datos genéticos que indican que un individuo es más propenso que otro a padecer una determinada enfermedad es una de las vías de desarrollo más prometedoras de la medicina que viene. De hecho, la labor médica del siglo XXI será, sobre todo, predictiva, gracias al dominio de la información del genoma humano. Sin embargo, todavía la ciencia se encuentra muy lejos de que esta tarea sea eficaz y generalizada. Hoy por hoy, sólo se ha podido demostrar la fiabilidad de estas técnicas para la detección de un mal degenerativo: el corea de Huntintong.

Este dato por sí solo basta para deslegitimar cualquier pretensión de las compañías aseguradoras de exigir ningún tipo de test genético a sus clientes: en realidad, lo que estarían poniendo en práctica no sería otra cosa que una inadmisible exclusión de los posibles futuros pacientes de un mal concreto. Pero, ¿qué sucederá cuándo tengamos a nuestra disposición informaciones más completas sobre todos los males de origen genético? Del mismo modo que las aseguradoras de automóviles cobran una cuota mayor a los jóvenes a los que se supone mayor riesgo de accidente, ¿sería legítimo que los seguros médicos hicieran lo mismo a los individuos de los que se prevé mayor propensión a enfermar?

Invocar al derecho a la intimidad puede no ser suficiente para contestar a esta pregunta. La información que contiene una secuencia molecular no es mucho más íntima que la que se puede extraer de un análisis de sangre. Si no tenemos reparos en reconocer nuestras tasas de colesterol, a sabiendas de que nos estamos declarando individuos propensos a accidentes cardiovasculares, tampoco deberíamos poner demasiado celo en la información sobre nuestros genes. Sin embargo, todos los tratados de bioética establecen un grado especial de protección al gen frente a otros atributos humanos. Quizás sea porque todavía se le profesa un culto excesivo. Sobreproteger la información genética equivale a reconocer que el ser humano no es más que una cadena de moléculas.

La ciencia y la moral ponen las cosas en su sitio: ni las compañías de seguros van a poder conocer nuestro futuro clínico observando una ficha de ADN (porque no existe la tecnología para hacerlo), ni los ciudadanos deberíamos preocuparnos demasiado por lo que está escrito en nuestros pares de bases (porque sabemos que eso no es más que una de las múltiples piezas de nuestra dignidad).

Vistas así las cosas, los test genéticos ni son éticos ni dejan de serlo. Simplemente son inútiles y absurdos.

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