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Diana Molineaux

Un fin de fiesta ruinoso

El principal desacuerdo entre los candidatos presidenciales norteamericanos está en lo que proponen hacer con el superávit fiscal: devolverlo con una bajada paulatina de impuestos, según la fórmula republicana de George Bush, o destinarlo a pagar la deuda pública acumulada en las décadas de guerra fría, según la receta demócrata de Al Gore.

Ambos candidatos prometen grandes beneficios económicos. Un poderoso estímulo coyuntural con la rebaja fiscal, o la solvencia de un gobierno sin deudas que atenderá las obligaciones sociales de una población cada día más longeva.

Los electores no deberían guiarse por los números, sino por los planteamientos filosóficos, mucho más importantes que un superávit que, posiblemente, se desvanecerá en el despilfarro al que se han lanzado los políticos de ambos partidos.

El espectáculo del fin de fiesta de la administración Clinton reafirma el axioma de que el dinero no está seguro en manos de los políticos y da la razón a Bush cuando dice que no se fia del gobierno federal. Igual que otros partidarios de reducir impuestos, cree que el superávit se destinará a financiar proyectos populares innecesarios y el contribuyente no tendrá ni el dinero de sus impuestos ni la solvencia del Estado.

Los legisladores, retenidos en Washington mientras no aprueben el presupuesto federal, aceptan todos los gastos que les impone Clinton quien, al no poder ser reelegido, se siente libre de la disciplina fiscal impuesta por el congreso republicano y amenaza con vetar los presupuestos demasiado austeros. Puestos a gastar, los congresistas añaden los proyectos locales que les puedan beneficiar en vísperas de las elecciones y sobrepasan en miles de millones de dólares, los límites de gasto público que ellos mismos se impusieron.

Con ello, dan la razón al presidente del banco central, Alan Greenspan, quien prefiere pagar la deuda, pero advierte de que, si los políticos no resisten a la tentación de gastar, el mejor antídoto es devolver el dinero a los ciudadanos. Clinton, desde su retiro dorado, sonreirá ante las dificultades de su sucesor que encontrará una caja mucho menos llena de lo que espera.

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